Ahora, el aprendiz hecho ya maestro, presenta Una familia de Tokio como sólo él podría haberla hecho, con sumo respeto a la original pero aportando a su vez su sello y la visión moderna de un Tokio que ya poco se asemeja al de hace 60 años. En cambio, el mensaje universal que nos dejó Ozu sigue intacto, lo que hace de la película de Yamada un ejemplo a seguir a la hora de hacer remakes.
La gran maestría técnica de Yamada hace que la cámara capture la esencia de las emociones sin interponerse a la historia que cuenta, de forma que apreciemos la majestuosa dirección sin ser conscientes que hay alguien detrás grabando todo, dando vida propia al relato.
El mejor calificativo que se me ocurre para la película es profundamente humana. Humana desde el amor del que fue aprendiz a su gran maestro. Humana para homenajear sin caer en la simple copia, aportando vida propia. Humana por relatar la vida con viveza, con detalles y sin discursos moralizadores. Humana por usar la técnica al servicio de la historia y no como recreación de su talento. Humana porque todo ser humano debería verla.