Los otros días hablando con un colega, me dijo -y no, yo no se lo pegunté- :"no tengo miedo a la muerte; sólo a que no exista un más allá". Me quedé ahí tirado. Si lo hubieran conocido como yo, también se quedarían tirado. Emocionalmente hablando, claro. Pero ahí lo soltó como si hubiera sido uno que jamás pensó en otra cosa que las típicas de aquellos que se han criado en un duro ambiente de un barrio de extrarradio de los años 70. No seguí preguntando porque me iba dirigiendo hacia algo que no quería escuchar y no estaba para recordatorios de tiempos pasados como estigma de alguna enfermedad terminal de las que te hacen decir esas clases de frases para intentar reconfortarte ante lo inevitable. Dijo más cosas, pero me centré en recordar la frase. Y no la he recordado hasta ahora. Ayer hablábamos del senequismo español, y hay un frase que no puedo dejar de escapar como ejemplo real. Mi memoria parece que sólo actúa por asociación, y me gasta bromas como esta, supongo. Por cierto, a mi amigo no le pasaba nada, es que siempre ha sido un llorica. Por eso es una frase venida a colación con Séneca, llena de patetismo teatrero. Si estuviera en algún trance de esos chungos, no estaría aquí esta anécdota.