Revista Opinión

Una gran oportunidad… aunque más difícil de aprovechar que antes

Publicado el 29 diciembre 2019 por Juantorreslopez @juantorreslopez

El pasado 10 de mayo, recién celebradas las elecciones generales, escribí un artículo titulado Una gran oportunidad. En él decía que el gobierno de mayoría progresista que podría constituirse tenía a su alcance la posibilidad de convertir los malos tiempos que se avecinaban en una buena oportunidad para dar un gran salto adelante, aprovechando que la crisis que viene es de factura muy diferente a la que empezó en 2007-2008.

Medio año después, no creo que la oportunidad haya desaparecido por completo pero sí me parece que será mucho más difícil aprovecharla.

Hay que reconocer que el documento del acuerdo suscrito entre los dirigentes de ambos partidos, casi inmediatamente después de saberse los resultados electorales del 10N, tiene buen sonido. Ahora hace falta que se desarrolle con rigor, que se consigan aliados, se constituya un gobierno con las personas de mayor competencia, lo que no debería ser los más difícil porque la generación de españoles de entre 35 y 55 años es la mejor preparada de toda nuestra historia, que se sepa comunicar con empatía lo que se hace, y que se vaya a lo fundamental y a lo mayoritario, en lugar de caer en la tentación de meterse en todos los charcos que se encuentren por delante, en la que suele caer tan a menudo la izquierda española.

En mi modesta opinión, el PSOE y UP ha cometido en estos últimos meses la mayor torpeza e irresponsabilidad política de nuestra historia reciente. Es cierto que la contribución de cada uno al dislate que han supuesto la segundas elecciones celebradas el pasado día 10 ha sido desigual, pero la realidad es la que es, y ahora no tiene mucho sentido tratar de depurar la cantidad exacta de responsabilidad de cada cual. Lo relevante es que entre uno y otro han desperdiciado un tiempo precioso y provocado un desafecto y una desmovilización que van a pesarles como una losa si finalmente gobiernan en coalición.

La situación económica ha empeorado en este tiempo y ahora será obligado realizar ajustes que quizá nos habríamos ahorrado si hubiésemos tenido un gobierno cuando debimos tenerlo, si la sensatez y la valentía ante las presiones se hubieran impuesto. La Unión Europea va a pasar de ser un posible aliado a un adversario, como ya se está comprobando cuando reclama medidas contra la deuda que van a limitar la posibilidad de hacer políticas transformadoras. Y el clima para la gobernabilidad va a ser mucho más adverso que hace unos meses. No sólo por el ascenso de Vox y porque la correlación de fuerzas es más desfavorable para la izquierda, sino porque el gobierno que se conforme (si se conforma, porque eso está por ver) vendría colmado de contradicciones, de incredulidad y de la desconfianza que lógicamente produce quien ahora dice Diego donde antes dijo digo tajantemente.

No sé hasta qué punto mis sentimientos pueden estar generalizados pero lo que yo sentí ante el anuncio exprés de un gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos fue duda (¿irán en serio o estaremos volviendo a ver un remake de Juego de Tronos?), desconfianza (¿serán realmente capaces de cooperar cuando se han acusado de tantas cosas, sabrán gobernar bien cuando han llevado tan mal la negociación previa?), e incluso indignación (¿cómo es posible que en unas horas hayan logrado de veras lo que no consiguieron en meses, sabiendo lo que España se estaba jugando?).

Y, aunque no me siento capaz de interpretar lo que sienten la mayoría de mis compatriotas, tiendo a pensar que el clima que se ha generado en torno a la posible constitución de un gobierno presidido por Pedro Sánchez y vicepresidido por Pablo Iglesias es frío y no precisamente el de ilusión, complicidad y apoyo activo que sería necesario, por no decir que imprescindible, cuando se va a tener al ejército mediático, económico y político de la derecha dedicado desde el primer momento a destruir al gobierno de izquierdas, lo haga bien o lo haga mal.

La gente corriente quiere respuestas, competencia, proyectos claros, propuestas positivas y, en estos momentos concretos, alternativas atractivas y mínimamente factibles ante los malos tiempos que vienen. Ni siquiera pide que se le asegure el éxito, porque eso no lo puede garantizar nadie con antelación y la gente no es tonta. Lo que exige es que se le hable con claridad, con empatía y cordura, que se muestren con sinceridad los riesgos y las posibilidades y, sobre todo, que quien ejerce el liderazgo sea coherente con sus palabras y actos. Y no es eso, desgraciadamente, lo que los dirigentes del PSOE y Unidas Podemos le han ofrecido a los españoles en los últimos tiempos.

En mi artículo de mayo decía que la oportunidad estaría a nuestro alcance si un nuevo gobierno combatía el cainismo y si era capaz de diseñar y poner en marcha un proyecto que atrajera no sólo a su propio electorado sino incluso a la población que habitualmente no simpatiza con las izquierdas, dando prioridad a los asuntos que quiere ver resueltos la inmensa mayoría de los españoles, sin dejarse llevar por las palabras vacías y actuando con inteligencia, mano izquierda y mucha transversalidad. Si nos atenemos a la pérdida de votos que se ha registrado, parece claro que lo que se ha hecho y lo que se ha conseguido en estos seis últimos meses ha sido más bien lo contrario.

Se han cometido y se siguen cometiendo muchos errores que alejan a estos partidos de la gente corriente, pero quiero creer que todavía existe la oportunidad de marcar un nuevo rumbo para la España del siglo XXI. Así que no me cabe sino reiterar lo que dije en mayo, cuando se debía de haber conformado un gobierno de mayoría progresista: la clave consiste en entender y hacer entender con buena pedagogía que la auténtica unidad nacional se consigue cuando la ciudadanía tiene el bienestar suficiente y la democracia auténtica que proporcionan seguridad, libertad efectiva y paz.

Y para ello, lo que hoy día se necesita en España es poner en primer plano el pacto de rentas que frente la desigualdad creciente y genere eficiencia y mejores condiciones para crear riqueza; promover, como ya se ha empezado a hacer, más equidad fiscal y perseguir el fraude y la economía sumergida; incentivar la producción y el consumo que atrapan el valor añadido; hacer una apuesta de Estado por el conocimiento y la investigación; facilitar la transición energética; racionalizar el gasto público y mejorar su gestión; eludir la trampa de la deuda y promover vías que mejoren la financiación y la actividad empresarial... Y, antes que nada, enfrentarse radicalmente a la corrupción, practicar la transparencia, extender la cultura e imponer la práctica de la rendición de cuentas y reforzar las instituciones para que puedan gozar de la confianza ciudadana.


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