En este cuento de amor que nace en Florencia todo empieza en una habitación con vistas y termina también allí. En medio han pasado unos cuantos sí y unos cuantos no de Lucy a George.
Yo me quedo alucinado cuando en Inglaterra Lucy anuncia que se promete con Cecil (Daniel Day-Lewis). Pero, ¿a esta joven no le gustaba George?, ¿es que no le había gustado ese apasionado beso en la campiña? Todos diríamos que sí, ¿no?
La pianista prometedora, que se desmaya en la ciudad italiana al contemplar una riña que acaba en muerte, y cae en los brazos de George, es en Inglaterra una niña caprichosa. ¿Cómo puede decir que está enamorada de ese “culto lector” amanerado, soso e inactivo Cecil? Hay algo que no cuadra. Por eso nos cae siempre muchísimo mejor el desinhibido joven George, que siempre habla de amor, siempre dice que la quiere, se baña desnudo en el río junto al hermano de Lucy y el vicario y se pone a gritar en los árboles hasta que las ramas se rompen.
Es la eterna contraposición entre lo natural, lo no convencional, lo apasionado, y lo correcto, lo conveniente, lo bien visto socialmente y lo desapasionado, o soso, como llega a ser Cecil.
La adaptación por James Ivory de la novela de E. M. Forster tiene un resultado un poco dulzón, quizá como todo cuento que acaba bien, pero, sin embargo, hay personajes muy potentes por sí mismos, como el del Sr. Emerson (Denholm Elliott) o el de Eleanor Lavish (Judi Dench), en el lado de los no convencionales, y como el de Charlotte (Maggie Smith), en el lado de los costumbristas. Me quedo con ese Sr. Emerson que ha educado a su hijo George en el “sé feliz y haz lo que quieras”, más o menos.
Lo cierto es que la imagen de la mujer no sale muy bien parada de este cuento por su volatilidad. El hombre es en cambio mucho más determinante y más constante. He leído que esa es una de las características de casi todos los relatos de E.M. Forster.