Una herida que supura en los muertos

Publicado el 08 julio 2016 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Una de las historias más terroríficas de la Guerra civil española se rastrea alrededor de las tropas moras de Franco: jóvenes del África ocupada que se alistaron o fueron enviados a las campañas más cruentas de la invasión fascista.

En los meses y años siguientes, se hicieron barbaridades por todos lados. Algunos citan Paracuellos y otros el Campo de la Bota; los reiterados intentos de invadir Madrid (por el sur, tras cortar la línea de suministros de Valencia, por Guadalajara…) o la Batalla del Ebro; en todas ellas, las tropas moras se convertirían en carniceros, pero también en carne de cañón.

Los moros que trajo Franco/ en Madrid quieren entrar./ Mientras queden milicianos/ los moros no pasarán.

Coplilla popular

Cuando se niega la historia, ocurren dos cosas: o se olvida, o no sana. Hoy, a un siglo de distancia, una de las grandes victorias a la barbarie es el reparto justo; en el caso español, este no llegó para todos. Todo lo que Franco negó durante cincuenta años a la España perdedora, la democracia lo devolvió poco a poco a republicanos, supuestos colaboracionistas y familias enteras que habían sido arrastradas a una guerra entre hermanos.

Oficiales indígenas del ejército español en Tetuán (Marruecos).

¿Fue una solución total? Claro que no. La guerra y el franquismo no han cicatrizado bien en este país, pero, entre las brasas, sigue habiendo acontecimientos que pueden hacernos sentir afortunados.

El destino de las tropas moras es uno de estos; olvidados por todos, como una parte más de historia que, erróneamente, nadie quiere recordar aún, murieron en la miseria más absoluta; unos pocos todavía mendigan en el norte de Marruecos, y en Ceuta y Melilla, con un bastón de madera, no de oro como les prometió Franco, y con pensiones que se mueven entre la ruina y una amarga carcajada fruto de la impotencia.

Driss Deiback presentó hace unos años un documental sobre este tema titulado Los perdedores; si acaso tanto como los propios españoles que fueron obligados a escapar, a esconderse o a luchar en ausencia de cualquier ideología real muchas veces. A los moros se les prometieron todo tipo de néctares junto a la victoria, y la mayoría encontró la muerte; los que quedaron, cruzaron el estrecho de vuelta, donde los griegos ubicaban las columnas de Hércules y, más allá, el fin del mundo, con una pensión de mil pesetas que, para nuestra vergüenza, nunca se adecuó a los tiempos.

¿Eran víctimas de una mentira o verdugos de un régimen totalitario? No importa. La historia los condenó a ser nada; eso debería ser castigo o condena suficiente.


Enlaces relacionados:

El regreso de la guardia moraen Crónica de El Mundo

La película “Los perdederos” y Juan Goytisolo en el blog de JM Álvarez