Una heroína intergaláctica, de Román Piña Valls
Editorial Sloper. 266 páginas. Primera edición de 2022
Conozco en persona a Román Piña (Palma de Mallorca, 1966), porque es mi editor en Sloper, donde apareció mi novela Los insignes (2015). De él había leído, hasta ahora cinco libros: El general y la musa (2013), La mala puta (junto a Miguel Dalmau, 2014), Sacrificio (2015), Y Dios irrumpió de buen rollo (2015) y El arqueólogo (2018).
Estoy suscrito a una oferta de la editorial, según la cual, por 20 €, Román Piña me envía dos libros de la editorial al año. En el último envío metió en el paquete su novela Una heroína intergaláctica, que me llegó a casa con una dedicatoria y con las erratas corregidas a mano por el propio autor y editor. Todo un lujo.
Ya he contado alguna vez que el envío de libros a casa, sin consultarlo previamente conmigo, por editores y escritores que tienen mi dirección, es algo que suele descolocarme. En este caso, tras unos meses de descanso en las estanterías de mis libros por leer, me he acercado a la última novela de Piña, que suele ser un autor bastante desconcertante, humorístico y rompedor de las expectativas.
El protagonista de Una heroína intergaláctica es Jorge Fuster, un chico de catorce años en la Mallorca de 1981. Según comienza la novela, nos informara de que se encuentra recluido en un reformatorio. Él mismo se definirá como cleptómano, alcohólico y ludópata.
«Me piden ahora que haga memoria de mi vida y yo entiendo que se refieren a mi vida de delincuente. Lo aclaro porque también tengo una vida como víctima», éstas son las dos primeras frases de la novela, un comienzo que ha recordado al de La familia de Pascual Duarte de Camino José Cela. El director del reformatorio ha pedido a Jorge que escriba sobre su vida como ejercicio de reflexión. El texto con el que el lector se va a encontrar (aunque en las páginas finales del libro ya no sea así) será este manuscrito en el que Jorge hable de su vida y de las circunstancias que le han llevado hasta su situación actual. En principio, Jorge ha aceptado la realización de este ejercicio introspectivo considerando que sus palabras no van a tener ningún lector, aunque es frecuente que también interpele a esos lectores inexistentes. «Así que aquí me tienen, contándoles mi vida sabiendo que no la van a leer. Es fantástico. No existen ustedes. Yo cuento mi vida como me da la gana y me invento unos lectores para ella.» (pág. 14)
Jorge nos hablará de su casa, donde vive con otros cuatro hermanos, sus abuelos, sus veraneos, sus dos colegios de EGB, porque se cambió a un segundo para hacer Octavo, el último… En gran medida Una heroína intergaláctica nos propone un paseo nostálgico por los programas de televisión, los sucesos históricos (como el golpe de Estado de Tejero o la muerte de John Lennon), los nombres de los bollos, los discos de los grupos de moda… de mediados de la década de 1970 hasta principios de la de los 80… y en medio de estas evocaciones de la Mallorca de hace unas décadas, Jorge tratará de buscar los orígenes de sus días de delincuente, que le han conducido hasta su situación actual en un reformatorio, como aquel día en el que robó un coche de Scalextric en una tienda, o su temprana afición al coñac.
Al principio estaba presuponiendo que Jorge podía provenir de una familia de clase social baja; pero no es así. Vive en una casa que en realidad son dos unidas, y la familia no parece vivir bajo la precariedad económica. En algún momento, Jorge acepta su condición de «burgués».
Más de una de las páginas de la novela se dedican a mostrar el paso de la infancia a la adolescencia, y el gusto por las chicas. Dejas de ser niño, cuando ya puedes ver un beso entre un hombre y una mujer sin sentir asco, nos dirá Jorge. También su escrito autobiográfico acabará siendo una confesión de su amor por Daniela, una chica de su edad, y esta relación de amor, en gran parte, acabará siendo el motor del movimiento de la trama.
Un hecho constructivo curioso es que, en algunos momentos del libro, Jorge establece conversaciones con una persona que, al principio, el lector no sabe quién es, para ir comprendiendo más tarde qué clase de relación guarda esta persona con Jorge, relación que no quiero desvelar.
Uno de los problemas de leer un libro escrito por alguien a quien conocemos en persona es tratar de especular sobre qué partes de su vida ha introducido en la novela y qué partes se ha inventado. Esto puede conducir a este tipo especial de lector a realizar una lectura no ideal de la obra. Durante la lectura de Una heroína intergaláctica he tenido la sensación de que Piña había usado sus propios recuerdos de la infancia para dar corporeidad al personaje de Jorge Fuster, que es alguien que parece haber nacido el mismo año que él. Así, por ejemplo, Jorge cuenta que más de uno de sus compañeros de clase se mete con él por tener un apellido «chueta», que son apellidos (en principio una lista de quince) que se asocian en Mallorca a los descendientes de los judíos que, en un entorno cerrado como el isleño, han sufrido, en el pasado, algunos tipos de discriminación. He consultado internet y, en esa lista de quince apellidos, uno de ellos es Fuster y otro es Piña. Por tanto, he pensado que Piña estaba usando sus propios recuerdos para la recreación de este tema. Y que, además, le añadía algún detalle a esa personalidad que parecía más tomado de la modernidad que del pasado que se evoca, como el hecho de que en 1981 el protagonista se declara ecologista.
Y también he tenido la sensación de que Piña sí estaba inventando cuando Jorge narraba su vida de delincuente. En este sentido, las partes que considero que son recuerdos de Piña me han resultado más bellas y melancólicas, y las partes de la vida de delincuente más exageradas. En cierto modo he sentido que la vida de delincuente de Jorge no pegaba con los recuerdos de un niño que parece sensible, considerado y reflexivo; y, por tanto, he tenido la sensación de que había un problema en la construcción del personaje. Repito que esto se puede deber al hecho de conocer al autor en persona.
Me ha resultado curioso que Jorge conoce en el reformatorio a otro joven llamado Gabi Beltrán que dibuja cómics. Imagino que esto es un guiño narrativo hacia el autor de la novela La gente no es como tú, que se publicó en Sloper, y Beltrán es un también un reconocido autor de cómics.
También es cierto que las novelas de Piña tienden al disparate narrativo, en más de un caso, con intenciones cómicas. En este sentido, me ha parecido que dibujar al padre de Jorge como alguien que se licenció de médico, pero nunca ejerció, porque no aguantaba la sangre, y se dedica a repartir refrescos con una camioneta, era una elección inverosímil, sobre todo porque no se corresponde con el nivel de vida de la familia (que asocio a los recuerdos reales de Piña) pero que el autor la elegía por su invitación al juego cómico y paródico. De hecho, igual que ocurre en otras novelas de Piña, como en El general y la musa, donde se recrea (de forma cómica) el tiempo que el dictador Franco vivió en Mallorca, que termina en una explosión de locura narrativa, en cierto modo, esto también ocurre en Una heroína intergaláctica. Un libro que comienza de un modo muy realista y evocador de una época, acaba terminado de una forma que se salta las normas del realismo, y esto acaba sentándole bien a la novela, dándole al conjunto una pátina de parodia narrativa.
Una heroína intergaláctica acaba siendo una novela nostálgica y simpática sobre el fin de la infancia y la asunción de la vida adulta.