Paseando conmigo misma por las calles más recónditas, céntricas pero silenciosas, metida en mis pensamientos, de repente uno de esos olores que evocan una imagen: una higuera en el patio de una casa jalbegada de una aldea manchega.
No puede ser, doy la vuelta y observo bien el pequeño jardín de entrada del edificio de viviendas con macetas de la calle señores de Luzón.
Efectivamente, ahí está la culpable de mi regreso a los veranos de mi infancia. Una frondosa higuera con varios frutos aún verdes pero que perfuman la calle con ese inconfundible olor que me produce una nostalgia agridulce.