Antes de conocerte ya te imaginaba y te intuía. Estabas en mi imaginación, en mi cerebro, grabado a fuego en cada célula de mi cuerpo. Sonreía como una boba solo con pensar en ti y anticipaba con anhelo todas y cada una de las etapas de nuestro romance infinito. Tu solo pensamiento ya hacia vibrar partes íntimas de mi cuerpo, pues tú fuiste, desde el principio, el compositor de nuestra melodía y yo, tan solo, un instrumento afinado para dar lo mejor de cada nota.
Llegaste como una promesa de todo lo que estaba por venir y, a pesar de estar rodeada de amor y cariño, empecé a anhelar el tacto de tu piel sobre mí. Deseaba acariciar tu cuerpo y sujetarte cerca de mí para jamás dejarte marchar. Nuestro romance se fue cociendo a fuego lento, con promesas, pequeños encuentro fugaces cara a cara y cada día sintiéndote más dentro de la piel.
El ansiado encuentro fue tortuoso. Lleno de promesas cumplidas, pero también de decepciones. Tantas expectativas puestas durante todo los prolegómenos eran difíciles de cumplir. Estabas tan cerca y a la vez tan lejos... y siempre rodeados de extraños. Pero estábamos juntos y eso era lo importante, lo que nos animaba a seguir adelante y a buscar ese momento de intimidad que consumaría finalmente nuestra unión.
Finalmente emprendimos el viaje juntos a nuestra Arcadia particular. En nuestro refugio de amor pudimos desatar todas la pasiones refrenadas durante esos primeros días de caricias tímidas y supervisadas. Siempre juntos. Siempre tocándonos. Parecía que nunca nos cansaríamos de intentar fundirnos en un solo ser, de sentirnos, de domir juntos y deleitarnos en el frugal placer de acompasar nuestras respiraciones.
Hoy es nuestro aniversario. Un año y medio caminando y construyendo nuestro amor. Y aún hay noches en las que, yaciendo a tu lado, no puedo dejar de mirar tu rostro, maravillándome de la perfección de sus rasgos y de la paz que emanas durante tu sueño. Siempre te duermes el primero y yo atesoro esos momentos de paz en los que rememoro nuestros paseos de la mano, nuestras miradas complices o cómo somos capaces de producir carcajadas en el otro con solo proponérnoslo.
Me enamoraste desde el primer día. Pero cada día soy más tuya y me abandono más a ti. Me recuerdas constantemente la necesidad de disfrutar de las pequeñas cosas y de saborear de cada sorbo de agua fresca como si lo recibiera después de una travesía por el desierto. Descubro de nuevo el mundo, de tu mano y a través de tus ojos, y me siento diferente, con todos los sentidos magnificados. Y, aunque mis otros amores me han guiado por caminos similares, el hecho de saber lo que está por llegar no le resta anticipación o disfrute sino que lo añade, porque, aunque lo viva de nuevo, esta vez será contigo.
Un año y medio de goce infinito. Pero también de las más amargas lágrimas. Me has descubierto nuevas dimensiones para el amor, pero también he bebido por ti los licores del miedo, la espera, la incertidumbre, la ira... Aún así, no cambiaría un solo minuto de lo que hemos vivido juntos, pues con mis males y mis bienes, mis más y mis menos, me siento más yo a tu lado, más viva, más mujer, más amante, más madre.
Querido Erik. Te amo... Y sonrío traviesa cuando reflexiono lo que nuestra sociedad piensa de la promiscuidad, porque tú me has iniciado en un quinteto amoroso, que fue precedido por un cuarteto, un terceto y un dueto. Me has brindado un año y medio de pasión maternal y familiar, de romance filial, de plenitud. Y solo puedo mirar con optimismo lo que está por venir y guardar en ese rinconcito cálido de mi corazón a los que se quedaron atrás.