En el año 1914, durante la Primera Guerra Mundial, a las tropas alemanas y británicas se les dio la Navidad en el campo de batalla, y en medio de una guerra que fue cruel por lo rudimentario del combate, y la gélida geografía belga de Ypres, soldados de ambos bandos demostraron más coraje y valor humano que durante toda la guerra.
Se conoce como la Tregua de Navidad, ese 24 de diciembre se suspendió la guerra en señal de respeto a las fiestas de nochebuena, y ambos bandos celebraron en contra de las órdenes de sus superiores quienes se oponían a la pausa. Sin embargo, como en los más angustiosos momentos es cuando se ve la verdadera grandeza de los hombres, no sólo la guerra se detuvo, sino que ambos bandos confraternizaron aquella noche, intercambiaron cigarrillos y whiskie (según cartas enviadas por algunos de los presentes) y hasta jugaron un partido de fútbol.
No era el mejor terreno, ni las mejores condiciones, pero sí era el mejor remedio. El fútbol es un remedio para los problemas de la vida porque nadie niega las ganas de ser mejor, se está en igualdad de condiciones y las reglas están claras y son iguales para todos. Claro que cualquiera puede decirme que un equipo con Messi no es igual a uno sin Messi, pero lo lindo del deporte es que –a diferencia de la vida- el equipo que tiene a Messi a veces pierde contra once vascos, y eso solo pasa en el fútbol.
Otra cosa que debería pasar en la vida, y siempre pasa en el fútbol, es que los Messi para ganar se tienen que esforzar, tienen que mejorar constantemente. El fútbol, y el deporte en general, tienen la maravilla de demostrarnos que debajo de las camisetas todos son iguales, todos buscan los mismo, y todos responden a estímulos: una liga, una copa del mundo, la admiración o la gloria. Asimismo, aquellos soldados descubrieron que esa noche, sin importar su nacionalidad, todos eran hombres fuera de casa, extrañando celebrar las fiestas con sus familias.
El fútbol solo pierde cuando los radicalismos y odios entran a la cancha, cuando la violencia se hace presente entre los aficionados y la rivalidad se lleva a otro nivel, cuando los problemas de la vida contaminan el deporte, porque para muchos el fútbol no es solo un juego, como dicen algunos para denigrarlo.
Cuenta la leyenda que el partido terminó 3 a 2 a favor de los germanos, otros dicen que la tregua duró hasta recibir el Año Nuevo de 2015, algunos la extiende hasta febrero. A cien años de esta historia, no estaría mal que los radicales islámicos que están destruyendo patrimonio histórico en Palmira y violando mujeres para acercarse a Dios, aprendieran a jugar fútbol.