El flamenco ha servido para que los gaditanos se burlen de Napoleón, para que los japoneses se atrevan a mostrar sus sentimientos en público o para que Rosalía reivindique el empoderamiento de la mujer en la era de la globalización. Se manifiesta sobre todo a través del cante, el baile y el toque de guitarra, y surgió en Andalucía, donde tiene mayor arraigo y popularidad. Si bien el pueblo gitano del sur de España ha sido su principal precursor, el flamenco también reúne sonidos árabes, africanos, judíos, latinoamericanos y europeos. Una mezcla que refleja el intercambio cultural desde los tiempos de Al Ándalus o la relevancia de ciudades como Sevilla o Cádiz durante el Imperio español, cuando fueron los principales puertos hacia América.
Fruto de ello, el flamenco es un género en constante transformación y mestizaje. Cada generación lo ha enriquecido incorporando sonidos populares de su época: de la misma forma que Paco de Lucía fusionó el flamenco con el jazz, Rosalía lo ha hecho con la música urbana. Pero siempre ha sido una manera espontánea de expresar las emociones vinculada a las capas sociales más desfavorecidas. Y aunque la temática es muy variada, al estar centrada en la vida cotidiana, la denuncia social y la expresión política también forman parte del repertorio.
Por tanto, la historia del flamenco no solo es el resultado de su evolución musical, sino también de los cambios sociales, culturales y políticos sucedidos en España. De hecho, al ser una tradición oral, este género habla de cómo han percibido las clases populares sucesos históricos como la conquista francesa de España, la guerra del Rif, la dictadura franquista o la inmigración. Las inquietudes, lamentos y alegrías de entonces todavía son reconocibles hoy.
Los inicios: en Cádiz se mofan de Napoleón
A pesar de sus hondas raíces, el flamenco es una expresión artística contemporánea, gestada ya desde principios del siglo XIX. El ejército francés de Napoleón Bonaparte conquistó en 1808 gran parte de la España peninsular, obligando al Gobierno español a trasladar su sede a San Fernando, una localidad costera cercana a la ciudad de Cádiz, en el extremo suratlántico de la península. Los dos municipios sufrieron un sitio de dos años y medio (1810-1812) por parte de las tropas francesas, que finalmente tuvieron que retirarse. Entretanto, las Cortes de Cádiz promulgaron en 1812 la primera Constitución española, de carácter liberal, que interrumpió por unos años el Antiguo Régimen en España.
Aunque pongan los franceses
cañones de artillería,
no me quitarán el gusto
de cantar por alegrías.
Con las bombas que tiran
los fanfarrones
se hacen las gaditanas
tirabuzones.
Varias canciones populares hacen referencia a estos episodios. Los versos anteriores forman parte de una alegría, uno de los palos —los distintos estilos musicales dentro del flamenco— más festivos del repertorio flamenco. Curiosamente, las alegrías tienen su origen en la jota castellano-aragonesa, que fue introducida en Cádiz por habitantes provenientes del norte de España durante la ocupación francesa. Esta alegría, que se sigue cantando, habla de manera burlesca del fracaso francés en el asedio. La leyenda dice que las jóvenes gaditanas utilizaban el plomo de granadas de los franceses para recogerse el pelo. Otras alegrías también relatan con heroísmo la cooperación de españoles de distinta procedencia para resistir ante Napoleón.
Tras la expulsión de los franceses, el siglo XIX en España estuvo marcado por la inestabilidad política y la pérdida de las principales colonias. El desarrollo socioeconómico y las tendencias culturales europeas tardarían más en llegar que en los países vecinos. No obstante, el Romanticismo acabó impregnando el flamenco, popularizado por intelectuales y viajeros europeos atraídos por una cultura gitana y andaluza idealizada y exótica.
Fue así como surgió el flamenco comercial, con los cafés cantantes, inspirados en los café-chantants de París, establecimientos en los que se podía consumir bebidas y asistir a obras teatrales, zarzuelas o espectáculos de circo. Estos locales se acabaron especializando en actuaciones de flamenco donde la bailaora, al igual que la bailarina del ballet francés, era el principal reclamo. Los cafés cantantes se extendieron desde las principales ciudades de Andalucía hacia las grandes urbes del resto del país, alcanzando los trescientos a principios del siglo XX. Hacia los años veinte fueron decayendo, dando paso a espectáculos flamencos más multitudinarios.
La España poscolonial y la edad de oro del flamenco
España empezó el siglo XX perdiendo sus últimas colonias del Caribe y el Pacífico: en 1898 Cuba, Puerto Rico y Filipinas pasaron a manos estadounidenses, mientras que las Marianas y las Carolinas fueron traspasadas al Imperio alemán. Para resarcirse, España estableció un protectorado en el norte de Marruecos (1912-1956). Sin embargo, la fuerte resistencia de los insurgentes locales obligó al Gobierno a movilizar a decenas de miles de soldados en la guerra del Rif (hasta 1926).
La guerra fue muy costosa en términos económicos y vidas humanas: solo en la batalla de Annual (1921) perdieron la vida alrededor de 12.000 militares españoles. El desgaste provocó una profunda crisis política que culminaría con un golpe de Estado militar y la instauración de la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923–1930). El apoyo del monarca Alfonso XIII a este régimen acabó dañando la popularidad de la monarquía, contribuyendo a la victoria de los partidos republicanos en las elecciones locales de 1931. Tras ellas, el rey se exilió y fue proclamada la Segunda República Española (1931-1936).
Ya se van lo quintos, mare,
ya se van los de Jerez,
se llevan a los buenos mozos
del barrio de San Miguel.
Que a los soldaditos,
se lo llevan ya,
al campo del moro
para pelear.
Según refleja con tono inquietante este villancico flamenco, a los mozos del barrio popular de San Miguel, en Jerez de la Frontera (Cádiz), también los llamaron a filas para la guerra del Rif. Este barrio es un buen ejemplo de los arrabales con fuerte presencia gitana donde germinó el flamenco, al igual que en los también icónicos barrios de Triana, en Sevilla, y Sacromonte, en Granada. La vinculación del flamenco con lo gitano y lo marginal había generado cierto rechazo entre las principales figuras intelectuales de comienzos de siglo, la conocida como generación del 98.
Muchos de estos autores relacionaban el flamenco y la tauromaquia con la desconexión cultural de España con el resto de Europa y la apatía de los españoles ante la situación política nacional. Una excepción fueron los sevillanos Antonio y Manuel Machado, cuyo padre, Antonio Machado Álvarez, alias Demófilo, además, fue uno de los primeros estudiosos del flamenco.
Sin embargo, una nueva camada de autores, la generación del 27, liderada por el poeta Federico García Lorca y el compositor Manuel de Falla, reconcilió al flamenco con la intelectualidad. Ambos fueron los impulsores del primer concurso nacional de flamenco en 1922, que tuvo una gran repercusión e inauguró los certámenes de flamenco, que se hicieron comunes en las décadas posteriores.
Los años veinte fueron muy felices para el flamenco, que consiguió en España una popularidad sin precedentes, ayudado por la llegada del gramófono y por la teatralización del género. Además, en esta época el flamenco se internacionaliza: comienzan a celebrarse espectáculos con regularidad en París y en Nueva York, y a finales de la década el flamenco ya había llegado a Japón de la mano de la bailaora Antonia Mercé, la Argentina. Solo el estallido de la guerra civil (1936-1939) puso fin a esta edad de oro.
El flamenco, símbolo de la propaganda franquista
Qué bonita está Triana,
qué bonita está Triana
cuando le ponen al puente
banderas republicanas.
El conflicto civil y la llegada de la dictadura de Francisco Franco cambiarían la historia de España y con ella la del flamenco. Una de las consecuencias inmediatas fue que el cante se despolitizó hasta los últimos años de la dictadura (1939-1975). Algunas canciones, como este tango popular, debieron adaptar sus letras para esquivar la censura. La versión original celebra la llegada de la Segunda República al barrio sevillano de Triana. La versión censurada sustituye las banderas republicanas por unas ficticias banderas gitanas. Ambas versiones siguen cantándose.
Qué bonita está Triana,
qué bonita está Triana
cuando le ponen al puente
las banderitas gitanas.
Los primeros años de posguerra estuvieron marcados por la miseria económica, la represión y el exilio de los disidentes y el aislamiento internacional de España, agudizado con la derrota de los países del eje, aliados de Franco, en la Segunda Guerra Mundial. La dictadura franquista, de inspiración fascista, se apoyó en el flamenco para legitimarse tanto dentro como fuera.
En el interior, Franco utilizó el flamenco y la copla andaluza —otro género musical con influencias flamencas— como símbolos de identidad nacional y bases de la industria del espectáculo del régimen. La llegada de medios de comunicación de masas como el cine o la televisión, controlados por el Gobierno, ayudaron a proyectar una interpretación estereotipada del género vinculada al costumbrismo andaluz. Varias de las mayores estrellas del flamenco de posguerra se reconvirtieron en cantantes de copla y acabaron siendo iconos culturales del franquismo. Este es el caso, por ejemplo, de Lola Flores o del ganador del concurso organizado por Lorca y Falla, Manolo Caracol. También Juanito Valderrama, pese a que este había sido voluntario del bando republicano y ofreció espectáculos de flamenco para su ejército durante la guerra civil.
El flamenco también fue una pieza clave en la propaganda de la España franquista hacia el exterior, exportando exotismo y folclore. El régimen había encontrado en la Guerra Fría una oportunidad para salir del aislamiento internacional incorporándose al bloque capitalista occidental. En 1953 Franco cedió a Estados Unidos las bases militares de Torrejón de Ardoz (Madrid), Zaragoza, Morón de la Frontera (Sevilla) y Rota (Cádiz) a cambio de apoyo militar, económico y político. Por entonces habían surgido ya los tablaos, una especie de café cantante que incluía restaurante y espectáculos flamencos. Uno de ellos, el Zambra, abrió en Madrid en 1954 y comenzó a ser frecuentado por los militares estadounidenses de la base de Torrejón.
Los tablaos se especializaron en atraer al público extranjero, fueron incluidos en los paquetes turísticos internacionales y algunos incluso recibían financiación del Ministerio de Turismo franquista. Por estos establecimientos pasaron iconos de la cultura estadounidense como Frank Sinatra, Ava Gardner o Muhammad Ali, y el presidente Richard Nixon. El desarrollo económico e industrial de los años sesenta permitió a la dictadura promocionarse como destino vacacional, y los turistas occidentales comenzaron a llegar en masa. Como parte de esta estrategia, se apoyaría en el flamenco y una versión reduccionista del folclore andaluz para proyectar una imagen exótica, festiva y amable del país más allá del sol y la playa.
El turismo de España, la crisis de la gallina de los huevos de oro
A partir de los cincuenta también se retomaron los viajes de las compañías españolas de flamenco a Estados Unidos, Latinoamérica, Europa y Japón. La fascinación por este género en el exterior hizo que la primera antología del cante flamenco de la historia fuese publicada en Francia, y el primer álbum didáctico se publicase en Estados Unidos, ambos en 1958. El primer disco de oro flamenco lo habían conseguido dos años antes, también en Estados Unidos, la bailaora Carmen Amaya y el guitarrista Sabicas. Pasarían varias décadas hasta que en 1989 un álbum flamenco, el Soy Gitano de Camarón, lograra en España el mismo reconocimiento del público.
A la popularidad internacional del flamenco contribuyó la numerosa comunidad de emigrantes españoles en Europa y América, primero los exiliados que huyeron del franquismo y después los migrantes económicos. Estos eran principalmente trabajadores rurales, muchos de ellos sureños familiarizados con el flamenco, que durante la posguerra y el desarrollo industrial se vieron obligados a buscarse el sustento fuera. En la cultura popular española aún resuena la copla de Juanito Valderrama “El emigrante”, que a pesar de haber sido siempre vinculada a la emigración económica para evitar la censura, el propio autor reconoció haberla dedicado al exilio político durante el franquismo.
Los espectáculos de flamenco solían congregar a la diáspora española, que abarrotaba los teatros de las principales ciudades europeas. El flamenco fue una seña identidad que vinculaba a comunidades de emigrantes, y al igual que en España, en países como Suiza, Francia Bélgica o México surgieron peñas flamencas, asociaciones culturales locales donde poder disfrutar del flamenco.
Además, en el extranjero los artistas más comprometidos podían relucir su versión más reivindicativa, ejemplos de que el flamenco también estaba influido por los crecientes movimientos de protesta contra la dictadura dentro del país. Fue el caso del cantaor José Menese, cuyas letras denunciando la represión le hicieron ganarse la simpatía de importantes intelectuales en el exilio, como el poeta Rafael Alberti. Otro ejemplo fue el cantaor Enrique Morente, cuya versión del poema “Andaluces de Jaén”, del poeta Miguel Hernández, represaliado por el régimen, solo pudo ver la luz en México.
Del nuevo flamenco a la globalización
Tras la muerte de Franco en 1975, España encarriló la transición hacia la democracia con la aprobación de una nueva constitución en diciembre de 1978. Unos meses después, Camarón de la Isla publicaba La leyenda del tiempo, una canción basada en un poema de Federico García Lorca, asesinado por el bando franquista durante la guerra civil. Aunque la letra de esta canción no pueda vincularse a ningún acontecimiento político, es una pieza cargada de simbolismo.
El disco homónimo está considerado uno de los más importantes de la historia del flamenco por marcar la era del nuevo flamenco, desligado de los estilos más tradicionales. España se abría al mundo y trataba de proyectarse como un país que había superado la dictadura. Fruto de ello fueron las incorporaciones a la OTAN en 1982 y a las Comunidades Europeas —futura Unión Europea— en 1986, o la celebración de eventos internacionales como la Exposición Universal de Sevilla o los Juegos Olímpicos de Barcelona, ambos en 1992.
En este contexto, el flamenco se reinventaba incorporando nuevos sonidos internacionales. Por ejemplo, La leyenda del tiempo incluye instrumentos propios del rock, como la guitarra eléctrica, el bajo o la batería. Del mismo modo, el guitarrista Paco de Lucía había introducido unos años antes instrumentos de percusión latinoamericanos como el cajón peruano, del que deriva el llamado cajón flamenco, o de viento como la flauta travesera.
Esta transformación insertaba al flamenco en el movimiento contracultural que se estaba dando en las principales ciudades del país desde el fin de la dictadura hasta mediados de los ochenta: la Movida madrileña. Con repercusiones en la música, el cine o la literatura, la Movida reivindicaba las libertades civiles recuperadas tras la dictadura y reconectaba a España con el panorama cultural occidental. Además, el nuevo flamenco rompía con los estereotipos que la dictadura había impulsado. Con todo, en algunos sectores de la sociedad el flamenco tradicional, la copla y el costumbrismo andaluces han quedado todavía asociados a los valores del franquismo.
La diplomacia de las seis cuerdas: rock contra la URSS
El nuevo flamenco fue calando en las décadas posteriores, años de mestizaje protagonizados por artistas como Lole y Manuel, Camarón, Enrique Morente, Paco de Lucía, Pata Negra o Ketama. Estos continuaron contribuyendo a la internacionalización del flamenco, mezclándolo con la música árabe, el rock, el jazz, el blues, la música subsahariana o los ritmos latinoamericanos.
Sin embargo, como ocurrió en épocas anteriores, muchos recibían mayor reconocimiento fuera que dentro de su país. Según Jorge Pardo, miembro de su sexteto, Paco de Lucía evitaba actuar en España para esquivar las críticas de los puristas, y a pesar de ser un artista flamenco, se convirtió en una de las principales reclamos de grandes festivales internacionales de jazz como los de Montreal, Montreux o Viena. Otro artista aclamado en el extranjero fue Enrique Morente, nombrado caballero de la Legión de Honor francesa.
En las primeras décadas de la España posfranquista también comenzaron a surgir artistas provenientes de la diáspora española durante la dictadura, como José el Francés, nacido en Montpellier. Del mismo modo, los españoles sureños que se habían asentado en Cataluña crearon una escuela que comenzaría a dar frutos. Así se entiende, por ejemplo, que dos de los artistas más reconocidos en la actualidad sean catalanes: Miguel Poveda y Rosalía.
Pero el país en el que el flamenco caló más hondo fue Japón. Asombrados por los espectáculos que ofrecían los artistas españoles en su país, en los sesenta los primeros aprendices japoneses comenzaron a viajar a España para aprender la técnica y la cultura del flamenco. En una sociedad que tiende a no mostrar efusividad en público, el flamenco se convirtió en una vía de expresión de emociones, principalmente a través del baile, más popular entre las mujeres.
El país que no podía bailar
En los setenta y ochenta aumentaron las academias de flamenco en Japón y comenzaron a surgir generaciones de artistas autóctonos. Los bailaores japoneses más icónicos, como Yoko Komatsubara o Shōji Kojima, incluso comenzaron a producir sus propios espectáculos en España. La creciente afición por el flamenco en Japón hizo que en la edición de 1998 del prestigioso festival Bienal de Flamenco de Sevilla alrededor de la mitad del público fuera japonés. Hoy se estima que en el país nipón hay más academias de flamenco que en España: más de quinientas escuelas japonesas forman a unos 40.000 alumnos.
El flamenco al compás de los millennials
Muchas voces han dado por muerto al flamenco a lo largo de su historia. Lorca y Falla organizaron el concurso de 1922 para revitalizar la pureza de un cante que consideraban en extinción, al igual que otros tradicionalistas, liderados por el cantaor Antonio Mairena, impulsaron el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba en los años cincuenta. Ahora también hay razones para el pesimismo. El tradicional modo de vida comunal en el que arraigó el flamenco se ha transformado hacia un estilo más individual que dificulta las expresiones espontáneas de flamenco. Las peñas en barrios populares y los festivales en localidades rurales, tradicionales canteras de artistas, han disminuido en las últimas décadas. Los tablaos siguen dependiendo del turismo, y por si fuera poco la pandemia de la covid-19 ha impactado gravemente en la industria del flamenco. Tablaos icónicos como Casa Patas y Villa Rosa en Madrid han cerrado, mientras que la situación de las peñas es aún más delicada.
Sin embargo, tampoco faltan razones para el optimismo. Una de ellas es que el flamenco se ha dignificado como expresión artística. Hoy es una disciplina asentada en las universidades andaluzas y sigue gozando de gran reputación internacional. Los festivales anuales o bianuales atraen a decenas de miles de espectadores en ciudades como Londres, Nueva York o Ámsterdam. Por primera vez en la historia un álbum de flamenco, Canción Andaluza de Paco de Lucía, se hizo con el Grammy Latino al disco del año en 2014, meses después de la muerte del maestro. Además, el apoyo institucional se ha consolidado. En 2010 la Unesco incluyó al flamenco en su lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad y este arte se ha convertido en una pieza fundamental de la diplomacia cultural del Gobierno español, que financia conciertos en el exterior.
Otro motivo para el optimismo es que el cante más tradicional continúa teniendo grandes impulsores jóvenes como María Terremoto, Israel Fernández o Rancapino Chico. Además, siguen surgiendo jóvenes talentos fuera de España como Andrea Salcedo, guitarrista mexicana formada en Chicago, donde creció siendo una dreamer, una menor indocumentada. Mientras, el flamenco sigue transformándose, incorporando elementos característicos de las nuevas generaciones. La “Nana del Mediterráneo” de María José Llergo es un buen ejemplo de ello. Dirigida a un niño que pierde la vida en el mar, la canción parece evocar la muerte del niño sirio de tres años Aylan Kurdi en 2015 mientras él y su familia trataban de escapar de la guerra civil en su país. La imagen de su cuerpo en una playa turca removió las conciencias en la Unión Europea, cuya gestión de los refugiados y de la inmigración sigue siendo muy cuestionada.
Lloran los cielos, aúlla el mar,
mueren los sueños en ultramar.
Las olas sellan su tumba,
Europa pierde las uñas.
Duerme mi niño, no llores más.
Aguas serenas, aguas serenas
te mecen ya.
Esta nana flamenca denuncia la travesía de los migrantes y alude metafóricamente a la impotencia y el nerviosismo en Europa. Introduce así una cuestión inusual en el flamenco, pero muy significativa: la inquietud expresada por la cantaora no tiene una perspectiva local o nacional concreta, sino que es una reivindicación política transnacional. Ello no solo es representativo de la europeización de la política migratoria española, sino también del europeísmo desarrollado por los españoles en las últimas décadas. Además, refleja que las cuestiones nacionales e internacionales están más interrelacionadas en el mundo globalizado en el que ha crecido la generación millennial, a la que pertenece María José Llergo.
Otro ejemplo es Rosalía, convertida en estrella internacional tras su exitoso álbum El mal querer (2018). Con claras influencias flamencas, este relata el sometimiento de una mujer a su marido y su posterior liberación, enmarcándose en uno de los mayores movimientos transnacionales de su generación: el feminismo. Además, también es ejemplo de mestizaje cultural, puesto que está inspirado en una novela medieval occitana. Por tanto, independientemente de la evolución musical del género, la expresión social y la integración cultural siguen estando presentes en el flamenco actual, adaptándose a las circunstancias de su tiempo.
Los debates entre los tradicionalistas y los rupturistas del flamenco son inherentes al género por estar en constante transformación. Ambas posturas lo han enriquecido y siguen siendo necesarias. Al igual que los más conservadores han contribuido a que el cante sin Auto-Tune, el toque y el baile sigan siendo la base del flamenco, los más experimentales tienen el mérito de haber acercado el género al gran público. Es cierto que el nuevo flamenco no es el que le cantaban en Cádiz a Napoleón, o con el que los viajeros románticos disfrutaban en los cafés cantantes. Pero si el flamenco ha estado siempre ligado a la sociedad del momento, ¿por qué se iba a expresar un cantaor en el siglo XXI de la misma forma en la que lo hacían los del siglo XIX?
Una historia política del flamenco: de burlarse de Napoleón a denunciar las crisis de refugiados fue publicado en El Orden Mundial - EOM.