Los ruidos de la fiesta y la algarada se oían más fuerte, a medida que íbamos caminando. El baile parecía no haber cesado. Una variación infinita de Piazzolla se oía en el aire con estridencias imposibles. Allí estaba la ronda, con sus bailarines. La temperatura calurosa era la misma. Una luna inmensa bañaba las olas que mecían a algunas hadas bañistas. Las demás seguían bailando igual de exuberantes. La concurrencia humana, entre las que estaban nuestros amigos, parecían al borde del agotamiento. "ahora señores, es mejor que se pongan estos tapones - nos dijo Marolo - Tenemos una sola oportunidad, hay que romper la ronda. Además tenemos que unirnos de las manos y tirar de sus amigos para que dejen de bailar. Canten y desafinen el tango mas horrendo que conozcan. Con eso debería bastar.
Haciendo una cadena comenzamos a cantar a los gritos al estilo Osvaldo Lampone, que es un cantante pésimo "Azúcar, Pimienta y Sal". Todo lo que era armonía se rompió. Las hadas comenzaron a desdibujarse, a transformarse ante nuestros ojos en seres incomprensibles de un aspecto salvaje. Intentaban tocarnos pero los artículos de hierro y un sendero que estaban trazando Vieytes y Luconi con sus pistolas de clavos las mantenían aparte. Pronto llegamos al centro de la ronda, en la que desvariaban todavía los muchachos. Todos los seres mágicos estaban ahora fuera del sendero de hierro, desvanecido su glamour y haciéndonos gestos amenazantes. Incluso habia un par de Seres con aires de Rivero, pero gigantescos que habían salido del agua y nos babeaban desde arriba, musitando "34 puñaladas". Pusimos los tenedores a manera de antena y al fin pudimos atrapar a los tres babiecas, que habrían salido a festejar en fin de año y se habían quedado prisioneros. Tuvimos que tironear mucho y rociarlos con el cabernet para que volvieran en si. La cecina de chorizo ayudo tambien. Comenzamos a replegarnos en orden por el camino cercado. Quedaba un trecho largo de sendero sin hierro hasta la salida. Cuando estábamos a unos escasos treinta metros del portal las pistolas dejaron de tirar clavos. Intentamos correr pero la mayoría de la concurrencia feerica nos estaba esperando con semblantes demoniacos. Entonces un hada horrenda de cabellos grises y largos dientes salio de entre todos aquellos seres. "Mis pequeños, pensaban que iban a salir con bien de aquí. Soy Mab."
Sentí que allí terminaban nuestras hazañas, que alguien chairaba en los rincones el rigor de la guadaña, como dice el tango. La emprendimos a tenedoraso limpio, y las gomeras escupieron sus tornillos oxidados entre aquellos seres, que fueron a ponerse a cubierto. Pero ni aun así podíamos llegar al portal, que estaba a un metro solamente. Vieytes y Luconi estaban a los sopapos contra aquellos seres, Papaguachi empuñaba su escudo y yo, que soy poeta, me rebaje a la asquerosidad de enviar escupitajos a través de los agujeros del colador, que filtrado por el hierro, causaba algun daño en aquellos seres. Al final Piton Pipeta consiguió llegar al ligustro, que se entreabrió un poco y por el que salio el dueño de la tienda con un palo de amasar, dispuestos a entrar en la refriega porque le estropeaban los fideos. Caimos todos a una, un grupo informe y casi desvanecido, en el que no estaba Marolo, cuyos gritos sonaban del otro lado "Mamá. Mama, he venido a que me reconozcas. Cuando era bebe me cambiaste una noche por el hijo de los Marolo. " Ignoro si era verdad lo que decía. Por leyendas sé que hay bebes humanos que han sido cambiados por las hadas. Pero son solo eso, leyendas increíbles
, como esta misma crónica, que de milonga tiene menos que algunos que aprenden a bailar por internet al ritmo de Shakira.
Pero allí estábamos, saliendo a la noche de vaya a saber que día.
Che - llegamos bien al bailongo de fin de año? dijo Piton Pipeta, con su habitual despiste.
El indio lo hizo callar con un boleazo de sus chorizos endurecidos a viaje y aventura.