No podía el Gobierno demostrar lo que mejor le caracteriza que aprovechar estas navidades para propinar un nuevo recorte a los ciudadanos: encarecer el recibo de la luz. Si ya estábamos “tiesos” anteriormente, ahora vamos a pasar más frío que nunca. Y no es una figura retórica. Tan dramática es la situación que se ha acuñado, incluso, el término de “pobreza energética” para designar a aquellas familias que no pueden pagar las facturas del agua, la luz y el gas y, por tanto, no podrán calentar sus hogares durante el invierno. Ello ha dado lugar a iniciativas parlamentarias que instan al Gobierno a negociar con las compañías energéticas y suministradoras una “tregua invernal” para que no corten, cuando más falta hace, la luz a estos domicilios con dificultades insalvables para abonar las facturas. Hasta el Defensor del Pueblo catalán ha defendido esta propuesta en un informe sobre la pobreza energética presentado en el Parlament de aquella comunidad, en el que destaca la magnitud de un problema que ya afecta al 26,7 % de los catalanes, quienes se hallan en riesgo grave de pobreza y exclusión social.
Precisamente, eso es lo más llamativo de este pulso que enfrenta aparentemente al Gobierno con las eléctricas: la sorpresa y las veladas acusaciones que manifiesta el Ejecutivo por la forma en que éstas se reparten la tarta eléctrica nacional. Actúan con la voracidad incontrolada de quien no tiene competencia e impone sus condiciones en un mercado cautivo y desarmado, aunque en teoría esté regulado, sólo en parte.
Es la misma posición de fuerza que gozan las petroleras que distribuyen las gasolinas en España. Unas pocas compañías que también se reparten el mercado nacional y conciertan cuando quieren los precios de los carburantes, atendiendo exclusivamente sus cuentas de resultados, no las necesidades y los sacrificios de una población machacada por parte del Gobierno y las empresas con impuestos, tasas y precios abusivos.