Una madre

Publicado el 24 septiembre 2014 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
Entramos a casa por el pasillo, para no joder a mi vieja que dormía adentro. Yo cada tanto le tocaba el culo para provocarle una risa. Caminábamos medio encorvados,mirándonos, chuecos. Llegamos al galponcito del fondo donde le dije que la iba a hacer mía. La verdad que la mina tenía que tener muchas ganas de venirse conmigo, viajamos en bondi porque no tenía auto y la borrachera era de cerveza nacional, además de la promesa del galpón que no creo resulte excitante para nadie.
Más allá de mis preconceptos, llegamos al galpón. Herramientas de mi viejo, Dios lo tenga en la gloria, latas de pintura semi vacías, muebles descascarados, paredes rajadas, un barrilete casero. Tiramos un colchón finito con la funda rota. Ella se me tiró encima, me besaba con la boca tan abierta que me babeaba la pera, mis vértebras sentían el suelo helado ante la goma espuma inexistente. Ella se esforzaba tanto y no pasaba nada. Yo me reía de sus intentos eróticos al sacarse la ropa interior, usadita, que llevaba puesta. Para que la situación terminara de ser circense ella tomó una llave inglesa de las que mi abuelo se había robado del ferrocarril. Se la pasó por el medio de los pechos escasísimos, su cuerpo se estremeció al frío del metal, la grasa acumulada en la inglesa le hizo una marca en el cuerpo. Quiso levantarla por sobre su cabeza haciendo una muestra de destreza y la llave cayó sobre mi cuerpo. Ella dió un grito, le metí la mano en la boca para evitar daños colaterales, léase que mi madre despierte. Ella lo disfrutó, lo cual me causó tanta gracia que doble la apuesta y metí la manga de mi camisa en su boca. Le preguntaba si le gustaba el jueguito, ella hacía mueca de sonrisa deforme. Cebado, seguí. Tomé sus dos manos, las metí en la morsa y apreté con todas mis fuerzas. Se intentó zafar inútilmente, mis brazos ceñidos por el trabajo no le daban posibilidades. Me dió por escupirla , mientras le tomaba del pelo. Mi corazón latía, la excitación subía ante cada idea  tortuosa que pasaba por mi mente, quería hacerla sufrir, hacerle daño. Busqué por todas partes con una idea fija, encontrar una lata de removedor, no tarde mucho en vaciarla en su piel. Me masturbe mirando como su piel ardía. Al ver que me venía terminé rústicamente el trabajo, con una maza de madera la golpee hasta que ya no respiró. Me sentí vivo, salvaje, inquieto, desesperado. Cerré la puerta del galpón y encendí un cigarrillo, que agarre con una media vieja para evitar incinerarme yo también
Al despertarme al otro día mi madre estaba en la mesa de la cocina cebando mate con pulso impecable.
-¿Como se llamaba la piba?- Lara.- Enterrala antes de que largue olor. Voy a comprar zapallo para el puré. Hay galletitas en el cajón.
Asentí. Terminé el mate y me entregué al trabajo. De paso ordené un poco el galpón. Me dió un poco de pena arruinar el pasto que tan bien estaba con semejante agujero. La gata me miró durante toda la excavación, fijo,cómplice. No me avivé de acariciarla por la compañía. Una vez terminado el trabajo sentí como me llenaba de aire, estaba deseoso de algo, había encontrado un objetivo de mi voracidad, como cuando conocí la Coca Cola. Comimos en silencio,  mi madre cada tanto criticaba a una señora que almuerza al mediodía, pero no esperaba mi respuesta. Por momentos me sentí tentado a preguntarle por su naturalidad ante mi pecado, pero evite el disgusto permitiendo que el churrasco de higado nos cayera bien a ambos.. Mi madre se fue a tomar el té con otras viejas, yo dormí la siesta con un único pensamiento en el cuerpo: necesitaba probar más.
Me calcé los jeans, la remera de Motorhead y salí dispuesto a gastar lo que sea, pero las noches no se repiten. A las cuatro de la mañana ya estaba tocando culos de manera reprochable, arriesgando mi integridad fìsica. Cuando parecía que me volvía invicto encontré a una pibita, transpirada, con el pelo pegado a la cara, sentadita en el cordón de la vereda casi en posición fetal. Le hablé a su oído juvenil, virgen de pensamientos complejos, con un diálogo digno de no recordar la convencí de que se venga conmigo. Tomando la precaución de que vomite antes de subir al remis.
Durante el viaje la piba me escuchaba y me tocaba la cara cada tanto, entre las muchas cosas desconcertantes que dijo, pude traducir que las amigas se habìan ido y que su noviecito, al verla en ese estado etílico, se avergonzó de ella. No pude sentir pena, lo unico bueno que hice por ella, es evitar que el remisero se sumara a la noche por la cual ofreció una petaca de Criadores y el no cobro del viaje. No pudimos llegar al galpón, tuve que contentarme con el garage, donde guardabamos un Kaiser Carabela entre mugre acumulada.
Mi corazòn se comenzò a acelerar y la bragueta se me sobresaltaba. Esperé un segundo a que se recompusiera del sinuoso andar del remis mientras preparaba nuestro lecho con cartones de cajas viejas. Ella sola se quitó la ropa, lo hizo bruscamente, casi entregada.  Comencé por darle algunos cachetazos, luego le vendé los ojos con la remera de motorhead, tomé un respiro y encendí un cigarrillo. Tiré la ceniza en su cuerpo y lo apagué directamente en su pubis. Ella casi ni se movìa, por momentos lloraba. Algo me detuvo y no pude continuar. La besé en la frente y la llevé en brazos hacia mi cama. Una vez que la dejé descansando mi madre entró a la pieza:
-¿Qué pasó? ¿ya te cansaste? Correte que al final sos igual que tu padre.
Mamá la giró, tomó un cenicero y se lo partió en la espalda. Comenzó a masturbarse mientras cada pequeño vidrio se incrustaba en el cuerpo frágil y la sangre comenzaba a correr. Cerca de llegar a su objetivo, termino con la vida incompleta de la piba desarmando una percha y clavando el metal finito por todos lados. Satisfecha, se retiró a dormir, me dijo que durmiera en el sofá que mañana ella se encargaba. Como un autómata obedecí.
Al otro dìa otra vez la pava, no podía dejar de pensar en porque la piba no se habìa defendido y en el placer que mi madre me había ocultado durante tanto tiempo. Ella entró y me dijo que se me estaba quemando la tostada. Nos sentamos en silencio con la radio de fondo y me fui a trabajar. No lleguè muy lejos, la policía me esperaba frente a mi casa, intenté escapar por los jardines pero fue inútil.
Mi madre me visitó durante los primeros cinco años de carcel, conocí a la madre de la piba y también al noviecito, les ofrecì mis disculpas. El 23 de enero me informaron por carta de la muerte de mi madre, pedí que mandaran flores con una nota que decìa “ aquì yace una señora ejemplar, una persona dedicada a Dios y a los demás”.

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