Rodolfo Martínez, un escritor español al que ya deberías haber leído, le dio la vuelta de este modo a una frase socorrida: “mi libertad ya no termina donde empieza la tuya; ahora termina donde empieza tu susceptibilidad”. Desde un punto de vista europeo y, por qué no admitirlo, un pelín eurocentrista, esta es más o menos la idea que hay detrás de Una Metamorfosis Iraní.
Irán, 2006. El puto 2006, hace cinco años. Mana Neyestani trabaja como dibujante de tiras cómicas infantiles en un periódico de tirada nacional. En una de sus tiras introduce a un personaje animado, una cucaracha que mantiene una conversación con el personaje principal. La cucaracha pronuncia una palabra en argot coloquial que viene de la etnia azerí, una de las mayores en Irán. Tras la publicación de la tira, no tardan en seguir las protestas, las manifestaciones, los disturbios y, sí, las muertes. Esa simple palabra en argot lleva a Neyestani a la cárcel, a enfrentarse con el laberíntico sistema burocrático iraní y, eventualmente, al exilio.
Empieza así la historia de un tipo normal, más bien tirando a sosaina, enfrentado a una brutal presunción de culpabilidad frente a un país entero; país que para colmo de males es su tierra natal. Las reminiscencias kafkianas de la obra, más que evidentes, están condensadas en la ominosa aparición de una cucaracha que perseguirá al protagonista a través de toda la historia como preludio de los mil y un obstáculos que tendrá que salvar para poder escapar de un régimen que, de la noche a la mañana, le considera el enemigo público número uno.
Mana Neyestani nos cuenta su propia historia con buen hacer de narrador. Más allá de líos de trazos y técnicas de dibujo, de las que no sé un pimiento, me sorprende el despliegue de recursos narrativos que usa a la hora de comunicarnos su horror, su desesperación, su esperanza de escapar y su frustración cuando ésta se ve una vez más aplastada. Neyestani maneja con buen pulso flashbacks y flashforwards, montajes en paralelo, simbolismos, sueños premonitorios e incluso alguna que otra pirueta argumental que consigue arrancarnos una sonrisa y un “qué cabrón”.
Puede ser que Una Metamorfosis Iraní multiplique su valor por el carácter real de lo que cuenta, por el resquemor de ver las barbas remojadas de un vecino -quizá no tan lejano- en una historia que a veces parece tener lugar en el despertar del nazismo, y que sin embargo sucedió hace menos de seis años. Sin embargo, aunque todo el cómic no fuera más que una ficción, vale la pena disfrutar de un historietista capaz de encontrar una sonrisa en el rincón de una celda. Una celda de la que quizá no salgas nunca.
Jesús Cañadas