Una mirada a la medina de Marrakech

Por Ana Undurraga
La ciudad de Marrakech se me antojaba muy lejana, una ciudad de la que había oído hablar en más de una ocasión, pero a la cual yo apenas había prestado mucha atención. Quizá es que pensaba que no iba a ir nunca a visitarla.

tienda de especias


Ha sido una breve visita a la ciudad y quizá de todo ello lo que más me ha impresionado ha sido su medina.


Marrakech tiene el sobrenombre de ciudad roja y no es de extrañar, porque absolutamente todo tiene ese mismo tono rosa rojizo predominante, seguramente será el pigmento característico de la zona y que se ha usado tradicionalmente para pintar las fachadas, pero una leyenda bereber dice que cuando la Koutoubia (la mezquita con mayúsculas de la ciudad, que se ve de todas partes) fue construida, en el corazón de la ciudad brotó tanta sangre que las paredes, las casa y las calles absorbieron el color.

Zoco




Las viejas murallas de la medina llegan a medir 19 km, con 202 torres cuadradas y 9 puertas, están construidas de adobe y datan del año 1132 Y allí dentro, discurre la vida, calles y callejuelas y callejones sin salida, tiendas, y zocos, y zocos añadidos a más zocos, y gente por todas partes en un ir y venir. Cada esquina es igual a la anterior, alguien se te acerca intentando ayudar por una propina, se te ve en la cara que pone “turista perdido”. Entre las calles más estrechas y sobre todo en los zocos, tiene unos techados hechos con maderas sin unir que no dejan pasar toda la luz, pero si oscurecen bastante, de tal modo que vas por la calle entre tiendas, pero a cubierto, será para evitar los rigores del verano marroquí. En la medina no hay aceras, en algunos sitios ni preparado el suelo, solo suelo virgen pisado por la gente, solamente en algunas zonas puede entrar algún coche, las menos. Muchas calles son tan estrechas que apenas entra un carro tirado por animal o persona, las motos, las bicis pasan rápidamente junto a ti, con prisa y a pesar de todo no sufres ningún accidente, te arrimas a la pared cuando te pitan o te dicen “perdón” en francés y ya está. Dentro de la medina parece no haber normas de tráfico, el casco motero uno se lo pone cuando atraviesa cualquiera de sus puertas, allí donde las calles ya están asfaltadas y rigen “algunas” normas de circulación.


Merecen especial atención el barrio de curtidores al norte de la medina, donde se trabajan  y se tiñen todas las pieles, de camello o de cabra y donde se trabaja en condiciones ciertamente duras para elaborar todos los productos de cuero, bolsos, cirnturones, pufs, babuchas,...etc. que se venden por todas partes. Por supuesto que la visita a estos lugares, de olores muy penetrantes, la has de hacer llevado por algún guardián, que te saldrá al camino haciendo de guía a cambio de unos cuantos dirhams y que te proporcionará un ramito de menta para atenuar el intenso olor.

diferentes pozas en el barrio de curtidores

Pelando una piel de camello


Del entramado de calles hacia el centro-sur de la medina, que de seguro te pierdes, no una sino cien veces, sales a la plaza que es patrimonio oral e inmaterial de la Humanidad por la Unesco, Jemnaa el Fnaa, es la plaza por excelencia, es el punto de reunión de la ciudad; la enorme plaza situada en la Medina se convierte en uno de los mas imponentes espectáculos del mundo. Es un lugar de frenética actividad, que a lo largo del día va variando. No hay minuto para el descanso. Su nombre significa literalmente “asamblea de muertos” haciendo referencia a tiempos antiguos donde se mostraban las cabezas de los ajusticiados.

encantadores de serpientes


Allí hay de todo, yo no llegué a ver todo lo que hay y otros han visto, porque es demasiado, incluso agobiante a veces, y tampoco puedes fotografiar casi nada, bien te lo indican incluso en el riad donde me alojé, que no era conveniente hacer fotos a la gente en general y en particular en la plaza, sí a cambio de propina si te dan permiso. Pero si vi por la mañana a los encantadores de serpientes, a los domadores de monos, a las que te pintan con henna, a montones de puestos de zumos de naranja, cada uno con su numeración, a gente vendiendo en el suelo las cosas más diversas, aceites de argan, piedras aromatizadas, cestos y cestas, especias, objetos diversos multicolores, a gente haciendo equilibrismos. A medida que discurre el día, el mercado va cambiando, al atardecer se instalan los puestos de comida, el olor y el humo se hacen patentes según te acercas, todos con su número, como los de las naranjas, que te ofrecen mucha variedad de comida bereber y marroquí, carnes, pescados, despojos, cocinada allí mismo en vivo y en directo, te intentan captar con el idioma, el fútbol, de todo saben para que te acerques a consumir a su chiringuito, p. ej. el 101 de Hassan, acuérdate, vuelve luego, buena comida. En otras zonas de la plaza, con apenas una pequeña luz, puede haber diferentes corros, los contadores de historias, los que tocan instrumentos, los que a través de juegos de habilidad te ilusionan con conseguir algo, como pescar una botella de coca cola, o un paquete de tabaco, mil y un corros de gente como las mil y una noches.

Placa conmemorativa otorgada por la Unesco


puestos de comida en plaza Jemnaa el Fnaa


plaza Jemnaa el Fnaa







muralla de la medina


Y en medio de todo, de repente la llamada a la oración que realiza el muecín desde el minarete de la mezquita en cada uno de los cinco momentos del día reglamentados.