He venido a Puerto La Cruz desde que me acuerdo. Siempre llego en carro desde Caracas, cubriendo esa ruta que por momentos es escabrosa, complicada, y por otros instantes amable, llena de verde y de ese olor tan de camino cuando se sabe que vamos al lado del mar.
Normalmente hago una parada. Ese olor a leña de los puestos de comida del camino, me devuelve unos 20 años atrás y siempre me seduce, aunque no compre nada. La parada es para estirar las piernas, quejarme siempre del calor y luego seguir.
Puerto La Cruz queda hacia el Oriente de mi país, es una ciudad portuaria ubicada en el estado Anzoátegui, pegadita a Barcelona -la capital- y al ladito de Lechería y Guanta. Al unirlas, se forma la zona metropolitana más importante del Oriente y ella es así, llena de gente, congestionada, turística y con un no sé qué que a los caraqueños nos encanta y a los demás pasa desapercibido.
Desde que llegué a Puerto La Cruz, hace ya cuatro días, hemos tenido más lluvia que sol. Y siempre mucho calor. La ciudad ha estado concentrada en la final del Campeonato de Baloncesto en la que el equipo local, Marinos de Anzoátegui, se alzó con la copa justo ayer en la nochecita. Entre la celebración de cada partido, yo más bien he tratado de concentrarme en ver el mar, a pesar de la lluvia y en comer empanadas, algo que no se debe dejar de hacer si se viene por estos lados.
Una vista obligada al mar y a la ciudad, pero a la que hay que ir acompañado y no estar por mucho rato por cuestiones de seguridad (aunque no me gusta la advertencia, debo hacerla), es hacia el Cerro El Morro. Desde allí, si hay buen tiempo, el mar se ve tranquilo, amplio. La ciudad se ve lejana y ofrece fotos bonitas, de esas para el recuerdo.
Esto es apenas un vistazo. Puerto La Cruz para mí es como el inicio de todo lo que esconde el Oriente de Venezuela. Es sentir el calor de la gente y seguir carretera adentro para llegar a los otros estados y llenar la vista de playas azules y paisajes insólitos como los del Parque Nacional Mochima. Pero, por los momentos, estoy aquí y les dejo, como un punto y aparte, un poco de lo que me gusta cada vez que visito esta ciudad.
Un restaurante. L’Ancora, comida italiana riquísima. ¿Empanadas? Las de Don Tío Don o las de los carritos a la orilla de Playa Cangrejo. Un museo. El Dimitrius Demus, en Lechería. Un dulce. Cualquiera de la pastelería Venecia. ¿Otra buena vista de la ciudad? Desde la Bahía de Pozuelos, que la bordea el Paseo Colón, sitio neurálgico donde está el símbolo de la ciudad. Un Centro Comercial. Plaza Mayor, por lo colorido de sus casitas. Un hotel. Punta Palma (Punta Palma Hotel). Un local nocturno. Villa’s. Un pretexto para volver. Los amigos, siempre.