Recuerdo que la primera vez que la vi, me llamó la atención su mirada: tenía un brillo especial. Recuerdo que nuestras miradas se cruzaron pero que rápidamente giramos la cara en sentido contrario y a la vez. Quizás fuera por vergüenza o porque en algún momento alguien pensó (y nosotros nos lo creímos), que sólo se debe mirar a los ojos a la gente que conoces, y cuando tienes confianza.
Aunque nunca hemos hablado, hay días en los que nos decimos “hola” y otros “buenos días” con más o menos énfasis. Supongo que es nuestra manera de decirnos "qué tal estamos" pero de un modo indirecto. Quizás porque es probable que no hablemos el mismo idioma, o quizás, porque ninguna de las dos hemos hecho nada por comenzar una conversación e intentar entendernos.Desde entonces, cada vez que bajo del tren, pienso en ella y en su posible historia, jugando a inventar cada día una diferente en mi cabeza. También reflexiono en qué pensará ella de mí, quién creerá que soy yo, y sobre todo, cómo leerá ella mi mirada. Aunque siempre acabo con la misma pregunta: si ella, como yo, tiene la sensación de que debe de hacer algo por mí.Yo, la forma que hasta ahora he encontrado, es intentando formar parte de su mundo diciendole un "me alegro de verte" con cada saludo, sonrisa y gesto. Eso que tanto se quejan las personas que día tras día piden ayuda en nuestras calles, y que tanto necesitamos los que madrugamos y usamos el transporte público, en el que un cruce de miradas es un disparo de un cazador furtivo."Más saludos y menos gruñidos por la mañana" podría ser un buen eslogan para un nuevo anuncio de cereales. Quizás sea porque nos falte fibra, o porque las vacaciones, están tardando en llegar y necesitamos a alguien que nos salve de nosotros mismos, o al menos de nuestras rutinas de morder a deshora.