Pocas series tienen tanta calidad y son tan sólidas como esta, sin embargo, dentro de su cadena nunca logrará despuntar por encima de Transparent ni acaparar premios como Mozart in the Jungle. Tampoco puede competir, ni quiere, con los dramas de HBO, AMC, FX o Netflix pero sería injusto ponerla al mismo nivel que los dramas procedimentales de NBC o CBS. Puede que por eso mucha gente no se decide a darle una oportunidad a la historia, tal vez piensan que el policía duro de L.A. es un cliché o que hay series en emisión mucho más interesantes. Craso error.
La nueva temporada comienza con el regreso de Harry a su puesto en la policía angelina tras seis meses de suspensión. Al poco de reincorporarse, le asignan el asesinato de un productor de cine para adultos con conexiones con Las Vegas, ciudad donde viven su ex esposa y su hija adolescente. Así que este año veremos más a Sarah Clarke y Madison Lintz, algo que agradezco porque la complicada relación de Harry con su familia es un aspecto que merece ser explorado con detenimiento.
Durante esta segunda temporada la serie madura expandiendo sus tramas y dando más cancha a los secundarios. Harry ya no tiene que cazar a un psicópata de manual sino que, esta vez, el guión apuesta por seguir varios hilos narrativos que, en un momento dado, acabarán -esto lo supongo porque aún voy por el cuarto capítulo- confluyendo.
Entre las incorporaciones de este temporada destacar a una Jeri Ryan que me recuerda a la Lynn Bracken de Kim Basinger en L.A Confidential. También aparece Matthew Lillard como mafioso armenio encargado de un club de stripteasse. Se me hace raro ver a Lillard en la piel de un explotador sexual porque recientemente estuvo en The Good Wife cantando canciones infantiles y seduciendo a Lucca Quinn. Y por último, Brent Sexton se pone en la piel del vigilante de seguridad de la lujosa área residencial donde vive el personaje de Ryan.