“La frontera es una línea que las aves no pueden ver…”
The Border: A Double Sonnet
Alberto Ríos (Arizona, 1952)Extremadura es tierra de orígenes fronterizos. Aunque historiadores y filólogos andan debatiendo sobre si la etimología de Extremadura tiene sus raíces más allá del Duero o en los extremum de los reinos cristianos, lo cierto es que fue durante siglos territorio fronterizo. Tierra de nadie, cambiante, agitada, tierra de intercambios y mestizajes. Y no solo fue fronteriza entre la cristiandad y Al Andalus: desde 1297 quedó casi definitivamente fijada la marca entre la Corona de Castilla y el Reino de Portugal en el tratado de Alcañices, la frontera más antigua de Europa. La Raya.
La frontera imprime carácter. La frontera es mucho más que un delgada línea divisoria. “… es necesario apuntar que las fronteras están cruzadas por tendencias culturales y sociales que “mueven” los limites y transforman las líneas divisorias en espacios que propician el intercambio social, y el hibridismo cultural…” afirma Yvette Jiménez de Báez en Frontera, historia y literatura. Nueva Revista de Filología Hispánica [en linea] 2012.
Así es: las fronteras, y mucho más después del tratado de Westfalia del que emana el concepto moderno de estado soberano, son delgadas líneas que surcan los mapas, dividen los territorios y delimitan la soberanía. Pero son también indefinidas franjas con cultura propia, surcadas de historias de amor y contrabando, de senderos secretos, aventuras y leyendas; de familias que son de uno y otro lado.
Badajoz es ciudad fronteriza y la noche del ocho de diciembre en el restaurante Xare-lo fue una noche de frontera, de esa frontera de historias comunes y aromas y sabores compartidos.
Xarel-lo es el nombre de una uva, de origen catalán, que junto con la macabeo y la parellada forma la triada más clásica de los cavas españoles. Es una cepa vigorosa que, cuando se mima, ofrece vinos ácidos, frutales, alegres. Xare-lo es también el nombre de un restaurante joven, valiente y con frescura.
La cita resultaba demasiado tentadora: una cena maridada en Xare-lo con vinos de Bodegas Reynolds.
Hará cinco años, quizá seis, quizá cuatro. Hay momentos de los que uno recuerda solo las sensaciones porque la fecha se convierte en un número, una anécdota insignificante. La etiqueta era clásica, elegante, sin estridencias, desconocida para mí. El sonido del vino al acomodarse en la copa hacía presagiar algo distinto. Color intenso. Alegres aromas cítricos, tropicales. Su acidez, su suavidad. Un vino que no se olvida. Luego llegaron los tintos, sus notas de madera suspendidas sutilmente sobre la fruta intensa.
Desde entonces esos vinos alentejanos de Reynolds se convirtieron en compañeros de muchas mesas memorables.
Un día visitamos la bodega, acompañados de Cecile Guot, quien también tiene mucho que ver en nuestro idilio con los vinos de Reynolds. Otro día conversamos con Julián, le escuchamos hablar de sus vinos, de la historia familiar, una historia que se me antoja de frontera… Entonces todo cobra sentido y se entienden las emociones cautivas en esas botellas de etiqueta sencilla, las emociones que fluyen y se liberan en la copa: hay pasión, hay familia, historia, también hay, rigor, perfeccionismo, amor por lo bien hecho, amor a la tierra y a la cepa.
Una noche redonda. Gracias, Julián; gracias, José.