Una noche de insomnio

Publicado el 04 noviembre 2011 por Hogaradas @hogaradas

Por Hogaradas
Compadezco a quienes sufren a menudo esas noches en las que el sueńo no llega y la vida pasa por tu cabeza con la suficiente intensidad para que consiga en vez de acercarlo alejarlo más y más. Ayer fue una de esas noches en las que a pesar de haberme ido a la cama con el buen sabor de boca de ver a Mario Casas en televisión, y del placer que siempre supone el cambio de temporada y dejarme envolver por el mejor de los inventos para el descanso, la funda nórdica, no conseguía caer en los brazos de Morfeo.
Ni que decir tiene que por mi cabeza pasaron todos y todo, durante ese tiempo en el que solamente escuchamos el sonido del silencio y el mundo parece haberse detenido a tu alrededor.
Entre uno y otro pensamiento recurrí a las siempre socorridas ovejitas, las cuales iban saltando al otro lado de la verja hasta que llegó el momento en el que era tal la cantidad de ellas, que creo me habrían denunciado por hacinamiento, así que decidí dedicarme a otros menesteres y dejar en paz a los pobres animales, que no era cuestión de estar todos en vela por mi maldita noche de insomnio.
Las tareas de hoy, el color con el que me gustaría pintar la habitación, el inicio de alguna que otra Hogarada, todo lo acontecido ayer durante la presentación del libro de mi amigo Ovidio y el rato posterior de agradable y animada charla mientras nos tomábamos unas cańas… mi cabeza era un hervidero de imágenes, palabras, canciones, risas y todo tipo de sensaciones que en vez de conducirme hacia el descanso me llevaba irremediablemente por los derroteros de la más absoluta de las desazones.
De pronto descubrí lo que podría ser la solución a mi problema, curiosamente de la mano de una respiración, así que pensé que quizás sin conseguía engancharme a la cadencia y al ritmo de quien dormía plácidamente a mi lado sería capaz también de conciliar el sueńo.
Se me antojó entonces que aquel sonido era como un bálsamo reparador, ese capaz de introducirse por los surcos de unos agrietados labios y suavizarlos hasta el punto de mostrarlos frescos y jugosos, y pensé entonces que aquel bálsamo también sería capaz de acariciar mis ojos, envolverlos, apaciguarlos, y conseguir así esa orden final que llevaría a todo mi cuerpo al descanso.
Tan sencillo como dejarse llevar por una respiración, como engancharse a ella, tan fácil como pensar que puede ser verdad y vas a conseguirlo. No recuerdo más, el sueńo por fin me venció, mi plan había funcionado.