Traductor: Francesc Rovira
El famoso autor francés Beigbeder, enfant terrible de las letras, es sorprendido por la policía tomando coca en la vía pública. Encerrado en una celda, rememora su infancia y juventud.
Esta segunda novela de Beigbeder que he leído, después de "El amor dura tres años", me ha gustado mucho más que la anterior. A raíz de un suceso penoso para él, su odisea en la celda de detención primero y en el Dépot de la Île de la Cité después, el mediático y rebelde autor nos intercala recuerdos de infancia.
La narración pues, no es lineal. El autor salta de las anécdotas en la celda con los demás detenidos, sus opiniones sobre el estado sobreprotector de la salud de los ciudadanos (que, para él, es un recorte en la libertad individual), recuerda a otros famosos literatos encarcelados, viaja por las regiones de la memoria, ocultas bajo su primera aseveración de que no tiene recuerdos y analiza diversos temas, como el horrible trato dispensado a los detenidos y su opinión de que Francia tiene un sistema judicial y de detención medievales.
Cual Proust y su magdalena, Beigbeder rompe las barreras de su vivir en el presente, recuerda y hace un recorrido nostálgico por su árbol genealógico, remontándose a la I Guerra Mundial, con un abuelo que murió en las alambradas y a su familia de origen aristocrático y burgués, medio inglesa, a los veranos con el abuelo en el país vasco francés, su timidez con las chicas, su admiración y rivalidad con el hermano triunfador (que justo poco después de su detención recibiría la Legión de Honor), en un tono ligero, humorístico a veces, crítico y bastante sincero (sobre todo en lo tocante a las drogas y al retrato que hace de sí mismo).
Beigbeder, como hijo (privilegiado) de nuestro tiempo, no solo hace referencias a obras literarias (Ronsard, por ejemplo) sino también a muchos aspectos de la cultura popular, sobre todo francesa (hay muchas alusiones a películas, series, canciones, etc). Eso no impide la comprensión de la obra, no obstante, ya que sus vivencias, pese a centrarse en un mundo y una época muy concreta, y sus temas, son universales: la infancia como parte más importante de la vida humana y su reconocimiento como un adulto infantil o un adulto que no crece.
También nos habla de sus matrimonios fracasados (es más partidario de la pasión que de la estabilidad, al parecer) y lo más importante, su amor por su hija. Especialmente emotiva la escena final de la novela, que cierra el círculo. El autor juega a hacer botar piedras sobre el agua con su hija como su hacía su abuelo con él, uniendo de este modo las generaciones.
En resumen, una novela que hace honor a su título, ya que con la excusa de contar su vida, el autor repasa una parte de la historia reciente de Francia, de sus hipocresías, de la burguesía, de la crisis de los adultos de mediana edad, de las contradicciones del amor y de la pareja, contado todo de forma muy ágil y con un cierto humor que la hace más interesante. No es que sea la obra maestra de todos los tiempos, pero se lee sin desagrado, y hasta logras empatizar con el autor, un tanto sentimental e infantil, pero se hace querer...
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