Frédéric Beigbeder me impresionó con “Windows on the World” y si he de recomendar un libro suyo por supuesto que ese sería el primero, pero también es cierto que “Una novela francesa” me ha parecido un libro bastante bueno y que también recomendaré sin ninguna duda (en segundo lugar, eso sí, detrás de “Windows...”).
En “Una novela francesa”, Beigbeder parte de un hecho reciente y traumático: una detención por consumir droga en la calle. Pasar varias noches encarcelado en celdas que describe como inhumanas le hizo pensar, recordar y recapacitar acerca de su pasado y de ahí surge esta colección de retazos de infancia y anécdotas curiosas. Es llamativo el hecho de que desde las primeras páginas reconoce no recordar apenas nada de su pasado, pero afirma que el hecho de ponerse a escribir sobre ello desencadena de forma mágica su memoria. También, a raíz de esta confesión, se pone en marcha ese pacto entre escritor y lector que siempre existe en los libros pero que se hace más palpable en las autobiografías, algo así como: Voy a contarte mi pasado, pero no será absolutamente verídico, ni completo... tú tampoco podrías recordar a la perfección el tuyo. A la hora de relatar estos fragmentos de su pasado, en ocasiones hace breves referencias literarias y cinematográficas muy interesantes que, para mí, aportan calidad al texto.
Me gusta la escritura de este tipo porque es fresca pero a la vez pausada y elegante, en general tiene mucha empatía con el gran público. Su literatura entretiene y se comprende con facilidad, pero además se disfruta en cada línea de cómo está escrito, y eso para mí, como lectora, cada vez es más importante.
Chloë no ríe cuando le hacen cosquillas en la planta de los pies o en las axilas. Sólo funciona el truco del “bicho que sube y sube”. Mi mano comienza su recorrido en el ombligo y avanza hacia el cuello sobre la punta de los dedos. Cuando se acerca, mi hijita intenta resistirse, se contrae, se retuerce en todas direcciones, aunque no demasiado enérgicamente, dado que espera aquello que teme, desea la tortura que no quiere, y el bichito formado por mis dos dedos continúa trepando hacia su largo cuello de cisne, y pronto llegará a la barbilla... En ese momento, es imposible no derretirse: su risa en cascada es mi medicina, debería grabarla para poderla escuchar una vez tras otra durante la noches de depresión. Si hubiera que definir la alegría de vivir, la felicidad de existir, sería esa explosión de risa, una apoteosis, mi recompensa bendecida, un bálsamo caído del cielo.
La amnesia es una mentira por omisión. El tiempo es una cámara, el tiempo hace desfilar fotografías. El único modo de saber lo que pasó en mi vida entre el 21 de septiembre de 1965 y el 21 de septiembre de 1980 es inventarlo. Es posible que me haya creído amnésico cuando simplemente era un perezoso sin imaginación. Nabokov y Borges vienen a decir más o menos lo mismo: la imaginación es una forma de la memoria.