Tras leer El mapa y el territorio de Michel Houllebecq, y después además de que me acercara a esta lectura tras acabar Rojo y negro de Stendhal, me di cuenta que desde que empecé con el blog sólo tenía comentado un libro francés (Bouvard y Pécuchet, de Gustave Flaubert) cuando, en realidad, yo me formé como lector leyendo bastantes libros del país vecino. Así que tras las buenas sensaciones que había tenido con estas dos lecturas me apeteció seguir buscando a autores franceses. Estuve en la biblioteca de Móstoles y de Retiro hojeando más libros de Stendhal o de Balzac. Y entre los autores modernos, me guié por la selección hecha desde la editorial Anagrama y barajé la posibilidad de leer a Frédéric Beigbeder (Neuilly-sur-Seine, 1965), a Pierre Michon, a Patrick Modiano (a éste menos, la verdad, porque hace años leí un libro suyo y no me gustó mucho) y a Emmanuel Carrère. Me parecía una buena idea leer después de El mapa y el territorio de Houellebecq, el de Una novela francesa de Beigbeder, porque los dos escritores son amigos y aparecen en la novela de Houellebecq como personajes; de hecho, en más de una ocasión en El mapa y el territorio se habla de Beigbeder como el autor de Una novela francesa. Y tal vez, pensé, no sería una mala idea seguir con otro libro de Carrère que se titula Una novela rusa, por la similitud de los títulos y porque también aborda el conflicto de la escritura autobiográfica, algo que siempre me ha interesado. Pero al final me dije que seguramente de Carrére sería mejor leer Limónov, que es la novela que parece haberle consagrado. Y todos estos libros estaban ahí, al alcance de mi mano, en la biblioteca de Móstoles. Tras irme un día sin sacar nada, al siguiente decidí llevarme a casa Una novela francesa de Beigbeder y Lanzarote de Houellebecq.
Hace más de una década leí de Frédéric Beigbeder la novela con la que empezó a sonar su nombre en España: 13,99 euros. Lo saqué también de la biblioteca de Móstoles. Beigbeder trabajaba en una empresa de marketing y escribió este libro con la intención de destapar todos los trapos sucios de la industria, que le despidieran y con el dinero de la indemnización poder dedicarse a escribir a tiempo completo. El protagonista de esta novela parece, en gran medida, un trasunto del autor. Me interesan las novelas que hablan del trabajo, por entonces yo escribía una novela sobre mis experiencias como auditor de cuentas e imagino que esto me llevó a interesarme por 13,99 euros. Recuerdo de ella unas frases sentenciosas, escritas con la intención de epatar al lector, construidas con la contundencia aplastante de los eslóganes publicitarios. En más de una ocasión las páginas iniciales de este libro las he usado en alguna de mis clases de economía de segundo de bachillerato, cuando me toca dar el tema de la función comercial de la empresa y el marketing. Son unas páginas interesantes para fomentar un debate sobre los medios publicitarios. Recuerdo también que aquella novela que se leía con agrado en algún momento descarriló. Tuve la impresión de que, después de contar las anécdotas más sangrantes sobre las empresas que encargaban a la suya campañas publicitarias (“no quiero en mi anuncia tantos chicos negros, que creo que no representan a Francia…” etc.), Beigbeder no sabía qué hacer con su libro y metió de pronto un asesinato en la historia difícilmente justificable. De este modo, una novela que empieza de un modo bastante interesante, acaba perdiéndose en el disparate de la exageración.
Sabía, por comentarios leídos en internet, que era muy probable que Una novela francesa no me pareciera un gran libro. Se le acusa a Beigbeder en ella de ombliguista y banal. Aun así me apeteció leerla, tenía una buena disposición hacia ella. Después de su aparición como personaje en El mapa y el territorio quería saber qué fue de ese Beigbeder al que de vez en cuando leo en mis clases de economía. “La mayor cualidad de este libro es, sin duda alguna, su honestidad”, así empieza su prefacio Houellebecq; y en las dos páginas siguientes del prólogo también se atreve a sacarle los defectos (para esto están los prefacios y los amigos).
La noche del 28 de enero de 2008 Beigbeder es detenido por la policía parisina -junto con un amigo escritor al que llama el Poeta- por consumir cocaína sobre el capó de un coche en plena calle. Esto hace que pase dos días encerrado en un calabozo, hecho catalizador para que a sus cuarenta y dos años decida reflexionar sobre su vida. Sobre todo, lo que desea Beigbeder es reconstruir su infancia de la que se declara amnésico: “No me acuerdo de mi infancia. (…) En mí no queda nada de mí mismo; de los cero a los quince años, me enfrento a un agujero negro.” (pág. 20). A partir de un único recuerdo –su abuelo y él en una playa- irá recomponiendo su pasado; un pasado de niño de clase alta, con familia aristócrata y burguesa; un pasado de niño de clase alta de provincias que se acabará instalando en la capital. “¿Y de qué me puedo quejar? Escapar al infortunio, la tragedia, el duelo y los accidentes es una suerte en la construcción de todo ser humano. En este caso, este libro sería una investigación sobre el tedio, el vacío, un viaje espeleológico al fondo de la normalidad burguesa, un reportaje sobre la banalidad francesa.” En este párrafo, que escribe el propio Beigbeder en la página 23 del libro, se encuentra posiblemente la crítica más fácil que se le puede hacer a esta novela, y el propio autor lo sabe; aunque también él parece saber (igual que este lector) que la literatura no es el espacio (o no es sólo el espacio) destinado a narrar las grandes aventuras de los hombres extraordinarios (para eso ya están los bestsellers), sino que uno de los grandes retos de la literatura, a partir del siglo XX, es la de acercarse al devenir urbanita del ciudadano de a pie (al fin y al cabo la grandeza del Ulises de Joyce se encuentra en ser una revisión irónica y peatonal de los mitos y los héroes griegos). Lo que parece irritar de este libro -en las críticas que he leído de él en internet- es el propio Beigbeder, su vida mundana de burgués afortunado que, por el espacio de dos noches, ha de dormir en un calabozo de París. Es cierto que alguna crítica que hace de la injusticia cometida sobre él (él no daña a nadie con su consumo de drogas, sólo a sí mismo) suena a lloriqueo de pijo al que nunca dieron un palo; y el propio Beidbeder lo sabe y todavía así nos narra sus cortas desventuras como grandes sufrimientos. Quizás la importancia que se da a sí mismo Beigbeder en este libro es exagerada: el fiscal que le condena se va a hacer inmortal porque él va a hablar de él en su libro. El nombre de Beigbeder queda ahora, tras su condena, nos dice, unido a la de los grandes escritores encarcelados injustamente: Cervantes u Oscar Wilde, nada menos. A mí, como a otros comentaristas de esta novela en internet, el burgués niño pijo Beigbeder ha llegado a irritarme en más de una ocasión; pero también me ha gustado su honestidad: él es un burgués niño pijo y lo sabe, y te lo dice, y sospecha que el lector lo va a saber y se va a sentir irritado por ello. Beigbeder, como ya ocurría en 13,99 euros, sigue teniendo buena mano para la frase contundente que podría ser un eslogan publicitario (o un aforismo), y los cierres de capítulo suelen estar rematados con frases bastante buenas. “Los nostálgicos de la infancia son aquellos que añoran la época en la que se ocupaban de ellos.” Me gustó, por ejemplo, esta frase de la página 32. Beigbeder nos habla del divorcio de sus padres o de su hermano mayor, y éstas son posiblemente las páginas más emotivas del libro, las más íntimas y con mayor valor literario. Beigdeber, como él mismo apuntaba, nos habla de la normalidad burguesa, de la banalidad francesa, pero lo hace con un lenguaje elegante y cuajado de referencias literarias, cinematográficas o musicales.
Sabía cuáles iban a ser los puntos flojos de esta novela y aun así me apeteció leerla, me sentía con buena predisposición hacia ella, como dije, y esto ha hecho que su lectura, pese a su ligereza, me haya resultado atractiva, elegante. Un tema aparte sería establecer una comparativa entre dos novelas como El mapa y el territorio y Una novela francesa, entre Houellebecq y Beigbeder. Amigos y escritores de éxito franceses. En El mapa y el territorio Houllebecq habla de sí mismo como del escritor de Las partículas elementales y de Beigbeder como del escritor de Una novela francesa. Sin duda, la prosa de Houellebecq es mucho más trascendente, su análisis social más incisivo y perdurable y Beigbeder es un autor más ligero, más mundano. Su amistad no deja de ser curiosa: los dos parecen el Borges y el Bioy Casares de la literatura francesa. Físicamente disminuido el uno, y atractivo y conquistador el otro; uno retraído y el otro el más sociable de la fiesta. Ese curioso encuentro, después de los años, entre el empollón con problemas sociales y el chico más popular de la clase, que, curiosidades del destino, se han acabado dedicando a lo mismo: uno pone en la relación el talento en bruto; y el otro te va a sacar de fiesta; aunque el talento no le acabe importando a nadie y la fiesta se acabe convirtiendo en un amanecer triste.