Una novela que comienza, por Macedonio Fernández

Publicado el 06 octubre 2009 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg

Macedonio Fernández es el clásico nombre que suena vinculado a la literatura argentina, sobre todo a Borges. Bolaño lo cita hasta siete veces en Entre paréntesis. Macedonio Fernández tiene un nombre imposible de olvidar. Sin embargo, no parece nada fácil encontrar algo de él en una librería española, (iba a escribir que no está ni en la editorial Cátedra, pero me como mis palabras. Lo acabo de buscar en su web y tienen Museo de la Novela de la Eterna).
En Argentina vi algún tomo suelto de sus obras completas, y en una de las librerías de Corrientes, que vendían saldos, tenían ejemplares de una colección llamada La biblioteca argentina, dirigida por Ricardo Piglia y Osvaldo Tcherkaski; libros editados por el periódico Clarín. Recuerdo alguno de José Bianco, Bioy Casares, las hermanas Ocampo… al barato precio de 9 pesos (menos de 2 euros), pero al final me contuve (entre los libros y los alfajores temía pagar exceso de equipaje a la vuelta), y sólo compré este, Una novela que comienza de Macedonio (debe ser el único escritor para el que suena más natural referirse a él por el nombre que por el apellido), que completó la alienación argentina de once títulos.
Macedonio es un vanguardista, es decir, un raro. Y bajo esta premisa tomé el libro, pensando que en esta novela que comienza me iba a encontrar con cualquier cosa menos con una novela. No he quedado defraudado, aunque quizás me ha llamado la atención encontrarme con más humor del que imaginaba.
El libro comienza con un prólogo de una tal Mónica Bueno, donde ya se nos advierte de lo que sospechaba: Macedonio parece más un personaje de Borges que un escritor real. Es muy probable que si no llega a ser por la reivindicación que de él hace Borges, Macedonio se hubiese perdido en el limbo de los escritores que fueron y nunca más se supo.
Una novela que comienza es el único libro publicado en vida del autor, en 1941 y en Chile, concretamente, aunque estaba escrita en los años 20 del siglo pasado.
Macedonio hace a su vez un prólogo para los “lectores de comienzos”, y empieza el libro: la voz narrativa se queja por un amor no correspondido, lo que hace pensar en una parodia del género folletinesco. Pero Macedonio interviene en el texto, interpela al lector, hace chistes; nos dice, por ejemplo, que las personas muy altas tienen el horroroso inconveniente de andar siempre muy lejos de sí mismas. Nos dice de su amigo que siente calor en verano y frío en invierno y que este cambio de opinión no excluye firmeza de carácter. Entonces Macedonio se pone serio y nos dice que le cuesta narrar porque se lanza a pensar mientras escribe y así no se puede hacer una novela. Luego reflexiona del tiempo y el espacio, y luego vuelve a la parodia del folletín y nos cuenta cómo a primera vista se enamora de una joven, pero luego también de otra, lo que resta credibilidad a su sufrimiento. Habla de Corrientes y Maipú, calles en las que estuve y eso me atrae.
Nos dice: “Alargar ¿es genial o no es genial? Porque aquí de lo genial se trata. Se trata del lector”. Prevé Una novela que no sigue; al fin y al cabo, como nos advierte en el título, esta sólo es una novela que comienza. Y cierra este capítulo, esta novela que no sigue, apuntando que una de las dos damas de las que se ha enamorado resultó ser hermana del autor.
Empieza ahora la Novela de la eterna, dedicada al Lector Salteado. Comienza un diálogo teatral entre QUIZAGENIO Y DULCE-PERSONA. Entonces se detiene la media página de diálogo y Macedonio empieza a interpelar a un Lector que le ha salido respondón, y se para a explicar el nombre que pone a sus personajes, y las motivaciones de un suicida. “No admite suicidio bajo monoconciencia placentera”, concluye.
En otro capítulo vuelve a empezar La novela de la Eterna. Se nos advierte que esto será “una burla del cuento en una burla de la novela”. Y se empieza a hablar del género de lo nunca habido; se comenta, o critica, una obra que aún no existe, una “novela futurista”, nos dice.
“La facilidad actual de escribir hace la escasez de lo leíble y hasta ha suprimido la injuriosa necesidad de que haya lectores: se escribe por fruición de arte y a lo sumo para conocer la opinión de la crítica”. Esta frase me pareció muy buena, y eso que Macedonio no había visto Internet.
De esta novela, nos dice, sólo ha hecho el título y tiene veintinueve prólogos, y dos comienzos, tres tiempos matemáticos nuevos, con personajes de las tres edades, habrá una niña cuyo hermoso amor no fue sabido y habrá un No-Existente-Caballero. Se nos dice que todo es pretexto para dejar sin personajes al lector.
Sigue un capítulo (¿?) llamado “Salutación”, que debe ser otro prólogo de la novela (¿?), y luego “otro deseo de saludar”. El lector es por definición un simpatizante, nos dice.
Me pregunto ahora, comenta, ¿qué es, en la región de las motivaciones, lo que ha promovido en mí la noción y voluntad de hacer una novela? (…) Al principio hubo un deseo de expresarme, también de estudiar la vida psicológica, también de comprometerme en un estudio general de estética, también de mejorar económicamente, para hacerse grato a una persona… para estas cosas Macedonio inició el manuscrito… y se despide del lector otra vez.
Cuando ya no tenía esperanzas de que Macedonio volviese a narrar nada (hubo algo al principio, cuando habla de su amigo y sus dos amores a primera vista), me sorprende en “Tantalia. El mundo es de inspiración tantálica”, con algo muy parecido a un relato, con dos personajes: Él y Ella. Ella le regala a Él un trébol, símbolo de su amor, y ante el miedo a que muera lo acaban abandonando en un campo de tréboles, y luego Él coge un trébol al azar y lo tortura (muy negras son sus motivaciones…).
Y aún hay un último capítulo, o añadido, donde se estudia, o se hace, un poema sobre la siesta como hecho trascendente del universo.
Conclusiones:
1) Que difícil es resumir un libro sin argumento.
2) Borges debía de partirse de risa con Macedonio, y puede que de él venga su aversión a la novela y el gusto por los laberintos.
3) Macedonio no hace una novela, juega con la literatura, la desborda; lleva al lector por un camino, le pierde, le cuenta un chiste, le exaspera. El lector se sonríe, atónito ante lo que ve. No creyéndose a veces lo que ve: demasiado fragmento, demasiado posmoderno este Macedonio.
4) Si Macedonio mete alguna palabra en inglés en alguno de sus títulos, un crítico avispado le cita como fundador de la Generación Nocilla. 5) Me parece gracioso imaginar la cara de Ernesto Sabato, tras escribir su seriote ensayo El escritor y sus fantasmas leyendo este libro. 6) Me gusta Macedonio como personaje, su distancia del mercado literario, su burla incluso de éste. Atrae su persona casi más que su literatura.
7) Creo que Macedonio está influyendo en la literatura argentina actual sobre la figura de César Airea. Aunque me faltan lecturas para asegurarlo (sólo he leído Cumpleaños de él), estuve en una charla y no paraba Aira de elogiar los folletines, la literatura mala como material para la literatura buena…
8) Un libro de Macedonio de 77 páginas es simpático de leer, las obras completas asustan.