Madeira acoge la XII edición del Funchal Jazz Festival. En un marco incomparable, los acordes se funden con mar y montaña para sumergir a la isla en el hábitat musical de la improvisación. Música y naturaleza en estado puro.
La vida en la isla portuguesa se mueve a pasos cortos, tranquilos, pero decididos. Se mueve al ritmo de la naturaleza, del sol, del mar. De la paz que ofrece un entorno, que se convierte, desde el primer segundo, en un regalo para los sentidos. Y son, precisamente todos los sentidos, los que se enfrentan a una experiencia única, nueva, para ellos, cuando arranca este Festival Anual.
En pleno centro de la capital de Madeira, al aire libre, en un escenario que se funde con un cielo repleto de estrellas, el verde del paisaje queda en un segundo plano ante el fondo que dibuja el océano. Antes, incluso, de que arranque el primer acorde, el Jazz ya ha empezado a fundirse con la isla, a entrar en los asistentes y, también, en los curiosos que bien por desconocimiento, bien por la dura pegada de la crisis, no pueden entrar en el recinto y deciden asomarse a las cercanías.
Es entonces cuando una simple caricia de John Scofield a las cuerdas de su guitarra, sacude de inicio para pocos segundos después, unirse, disolverse, con el entorno. Un “Hello Madeira” que arranca los aplausos y dan paso al piano, marcando el pie de entrada, para este virtuoso del Jazz, que regaló hora y media de fantasía. Se presentó en Funchal, de la misma manera que se presentó al mundo hace ya más de 30 años. Con apariencia austera y elegante, presidida por su inconfundible barba, con una estética de rockero de los 70 y con su guitarra eléctrica cayendo desde el cuello. Acompañado al piano, a la batería y al violonchelo, con la mirada clavada siempre en su banda, fue ofreciendo su Jazz y el Jazz fue entrando en el, poco a poco, como si precisara de un calentamiento sensorial para trasladar a los presentes a cualquier club de la Jersey de los 60. Consciente de que su estilo está lejos de aquellos año del Jazz puro pero a la vez presente en cada una de sus notas. Moviéndose sutilmente al ritmo que marca el cuarteto ofreció un repertorio de “solos” imprescindible para el que quiera iniciarse en este mundo mágico y maravilloso para el que lo descubriera hace un tiempo.
Sonaron temas como el “Honest I do” o el “Never turn back” y alguna que otra versión para despedirse con un “I am John Scofield, Obrigado Madeira”, y desaparecer de la isla, con la misma naturalidad con la que apareció en el escenario, abrazado a su cuarteto, con un misterioso halo de agradecimiento rondando por el recinto.
Cuando los presentes estaban acabando de digerir lo que había ocurrido, cuando aún se podía escuchar el eco de algún aplauso, sólo entonces, apareció Danilo Pérez, tímidamente, con el escenario a media luz para sentarse al piano. La atención, dispersa desde la despedida, centrada en disfrutar del sonido del mar, dio un vuelco en el preciso instante en el que se arrancó al piano. Con una fuerza sutil y a la vez intensa. Con un sonido completamente ordenado en el desorden que empujó a todos los presentes a aparcar su cuerpo allí donde se encontraban y a dirigir sus miradas al escenario que, encendiéndose poco a poco, mostró el inmenso piano negro y al panameño acariciándolo. Una melodía que retraso los aplausos de aparición del artista hasta que éste, decidió que el silencio del público tenía que terminar. Tras enlazar los acordes iniciales con la improvisación obligada posterior, le imprimió fuerza al piano, pulsó las teclas marcadas para el final del solo y se levantó del escenario, micrófono en mano, para dirigirse a Funchal.
Danilo no quería dar un recital cualquiera. Quería empujar al público a unirse al sentimiento del Jazz, de la improvisación. “Quiero saber cómo suena Madeira” alcanzó a decir entre, ahora sí, los aplausos de los presentes, que inmersos en el mundo presentado por el Trío de músicos, se arrancaron tímidamente a lanzar notas desde gargantas quebradas, desafinadas, como cualquiera de las nuestras tras un tiempo de escucha, cubiertas de silencio. La repetición de la nota del público, dirigido con artes de auténtico animador por Danilo Pérez, se convertía poco a poco, en un sonido misterioso, en un “Do” sereno y alargado. En ese instante, Danilo volvió a su piano mientras señalaba alegremente “Me gusta, repítanlo”. Aquel recóndito acorde, se convirtió en un segundo, en inspiración para el artista que desde su piano, levantaba una mano para marcar el ritmo al público que, generoso y cada vez más animado, repetía su acorde maravillosamente siniestro. El público se había convertido entonces en un instrumento del Jazz más puro y Danilo deleitó a los presentes con seis intensos minutos seguido y perseguido por la batería y el chelo.
Tras dar las gracias, tras haber llevado al público a un estado cercano al Nirvana musical, Danilo alzó la vista, se acercó al micrófono y mostró sus intenciones “Mi Jazz, mi música, mi pasión…todo para un mundo mejor”, y arrancó el improvisado aplauso de los presentes. Sin dar tiempo al fin del júbilo madeirense, Danilo se despidió marcando las notas del “bésame mucho”. Cercanía y calor, amor jazzeado. Una guinda perfecta para despedir el primero de los tres días del Festival, la muestra definitiva de que el Jazz, estos días, tiene su capital en Madeira.
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