"La muerte es el sueño eterno. La muerte en vida es la tortura eterna."
Regresaremos con él a su infancia y, cual si de un viaje iniciático se tratase, asistiremos a sus primeras decepciones, a esa caída de venda que marca el final de la inocencia. Su tránsito a la madurez es un aprender las reglas del juego, el lugar que ocupa cada uno, el temor a mover ficha, el riesgo a la caída. El mundo en el que se mueve es un baile de máscaras. La hipocresía marca las relaciones, la verdadera cara nunca se muestra.
"Traspasé el umbral de la niñez precisamente haciendo ese descubrimiento: existía un sentimiento al que la gente llamaba inferioridad."Necesitará Thesar Lumi (tal es el nombre de nuestro hombre) recorrer su propio camino para comprender esas reglas. Se irá a la capital a estudiar. Jugará a acercarse a los jugadores más privilegiados, coqueteará con desafiarlos, asistirá a su cese de partida y retrocederá casillas.
La vuelta a la posición de salida es amarga, porque si antes el resto del tablero era un territorio a conquistar, ahora es un campo vedado por minado. Cualquier movimiento es suicida. El suicidio en sí sería un acto liberador y un más que digno 'game over' si existiese el valor.
"Comenzó entonces mi doble vida, con un perpetuo complejo de culpa. Y el sueño que comenzó a cuajar en mi interior, como vía de escape, fue el de la fuga. Pero no de la fuga física, cuyo efecto ya había conocido. Me fugué a mi interior, a los territorios de la soledad. No existe fuga más amarga, pero tampoco más segura."Pero el miedo lo impregna todo, el miedo es paralizante, como también lo es el hastío y la falta de perspectivas. La ciudad-cementerio es una ciudad de descreídos. Sin credos a los que rezar, sin justicia divina que esperar, sin infierno que castigue a los pecadores ni cielo que acoja a las víctimas caídas.
La ciudad-cementerio es también una ciudad de violencia. Violencia física que engendra más violencia, que no enseña, que no sirve, que es estéril ("...y como él aprendió a pegarme yo también aprendí a ser golpeado. Y cuando alguien se acostumbra a los palos, deja de importarle todo.") Violencia también soterrada, silenciosa. Una mirada, un simple gesto, puede sacar una ficha del tablero.
"Me habían ofrecido un cuchillo invisible mediante el cual el contrincante podía perder la cabeza sin necesidad de tener que clavárselo en el cuerpo, rasgarle los músculos, astillarle los huesos, destrozarle la caja torácica, pincharle el corazón y sacarle las tripas. Podía estar durmiendo tranquilamente en su propia cama, o con su mujer, su prometida o su amante en el instante de celestial padecimiento que se corona con la concepción de una vida, mientras tú le estabas clavando el cuchillo, a fondo, y al día siguiente verle en el club y beber con él un coñac, dos, cinco, y estrecharle la mano con tu mano manchada de su propia sangre."Fatos Kongoli nos ofrece a través de la vida de Thesar Lumi un retrato sombrío y desolador de cómo era el día a día durante los años de la dictadura comunista en Albania, la historia reciente de un país que vivió sumido en la violencia, el miedo y la desesperanza. No he podido evitar durante su lectura acordarme de La calma de Attila Bartis (a pesar de las diferencias entre libros y autores), novela esta última ambientada en la dictadura comunista húngara, por compartir ambas esa atmósfera de cerrazón e impotencia, ese aire viciado putrefacto y descompuesto que no ofrece salida. Y vuelvo a hacerme la misma reflexión que me hice entonces acerca de lo desconocidos e ignorados que son algunos países y sus historias. Por eso me gusta acercarme a determinados libros, porque resucitan a los muertos de las ciudades-cementerio, porque ponen nombre a los habitantes de esos países-fosas comunes. La literatura de Kongoli invalida la nulidad de hombres como Thesar Lumi y los resarce y dignifica devolviéndoles el valor que toda vida humana tiene. En este caso ese valor es el de dar voz a las víctimas anónimas de las atrocidades que sus propios congéneres cometieron contra ellos. Dicen que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Yo añadiría que a este gran pueblo que es la humanidad aún le queda mucho por aprender de sus errores.
"Sentí que en adelante vagaría entre la vida y la muerte, ni en la vida ni en la muerte, ni vivo ni muerto. Había caído en un desesperante anonimato al dejar atrás un pasado que destilaba amargura y enfrentarme a un porvenir que solo me producía indiferencia."
December, 2014. Fotografía de Carodean Road Designs
Ficha del libro:
Título: Una nulidad de hombre
Autor: Fatos Kongoli
Traductores: Ramón Sánchez Lizarralde y María Roces González
Editorial: Siruela
Año de publicación: 2013
Nº de páginas: 176
ISBN: 978-84-15723-37-0
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