Una nulidad de hombre - Fatos Kongoli

Publicado el 11 abril 2017 por Elpajaroverde
Existen ciudades-cementerios. Sus calles son tumbas; sus edificios, mausoleos. No son perceptibles en un primer momento; tras un primer vistazo, a ojos poco expertos podrían parecerles ciudades comunes y corrientes. La gente entra, sale, transita. Pero si uno se fija un poco más es capaz de intuir el peso sobre los hombros de los caminantes, las miradas huidizas de los que se cruzan, la desentonada altanería de los bravucones, la falsa normalidad que se respira. La ciudad es un cementerio, sí, pero de muertos vivientes. El polvo de la cementera que lo cubre todo hace de lápida; con el olor nauseabundo de alcohol, vómitos y orines se inscriben los epitafios más tristes, los más inútiles.
"La muerte es el sueño eterno. La muerte en vida es la tortura eterna."
En marzo de 1991 uno de esos muertos vivientes intenta resucitar y dejar atrás su ciudad-cementerio como otros tantos lo están haciendo a lo largo y ancho de ese país-fosa común de muertos sin nombre. En el último momento, sin embargo, este hombre abandonará el barco que ha de llevarle a costas italianas para regresar a su pequeña ciudad cercana a Tirana. Por las calles y antros de esta ciudad acompañaremos al hombre y a sus recuerdos, que nos llevarán a entender qué es lo que le retiene allí, lo que le impide liberarse de un lugar podrido y un futuro vacío.
Regresaremos con él a su infancia y, cual si de un viaje iniciático se tratase, asistiremos a sus primeras decepciones, a esa caída de venda que marca el final de la inocencia. Su tránsito a la madurez es un aprender las reglas del juego, el lugar que ocupa cada uno, el temor a mover ficha, el riesgo a la caída. El mundo en el que se mueve es un baile de máscaras. La hipocresía marca las relaciones, la verdadera cara nunca se muestra.
"Traspasé el umbral de la niñez precisamente haciendo ese descubrimiento: existía un sentimiento al que la gente llamaba inferioridad."
Necesitará Thesar Lumi (tal es el nombre de nuestro hombre) recorrer su propio camino para comprender esas reglas. Se irá a la capital a estudiar. Jugará a acercarse a los jugadores más privilegiados, coqueteará con desafiarlos, asistirá a su cese de partida y retrocederá casillas.
La vuelta a la posición de salida es amarga, porque si antes el resto del tablero era un territorio a conquistar, ahora es un campo vedado por minado. Cualquier movimiento es suicida. El suicidio en sí sería un acto liberador y un más que digno 'game over' si existiese el valor.
"Comenzó entonces mi doble vida, con un perpetuo complejo de culpa. Y el sueño que comenzó a cuajar en mi interior, como vía de escape, fue el de la fuga. Pero no de la fuga física, cuyo efecto ya había conocido. Me fugué a mi interior, a los territorios de la soledad. No existe fuga más amarga, pero tampoco más segura."
Pero el miedo lo impregna todo, el miedo es paralizante, como también lo es el hastío y la falta de perspectivas. La ciudad-cementerio es una ciudad de descreídos. Sin credos a los que rezar, sin justicia divina que esperar, sin infierno que castigue a los pecadores ni cielo que acoja a las víctimas caídas.
La ciudad-cementerio es también una ciudad de violencia. Violencia física que engendra más violencia, que no enseña, que no sirve, que es estéril ("...y como él aprendió a pegarme yo también aprendí a ser golpeado. Y cuando alguien se acostumbra a los palos, deja de importarle todo.") Violencia también soterrada, silenciosa. Una mirada, un simple gesto, puede sacar una ficha del tablero.
"Me habían ofrecido un cuchillo invisible mediante el cual el contrincante podía perder la cabeza sin necesidad de tener que clavárselo en el cuerpo, rasgarle los músculos, astillarle los huesos, destrozarle la caja torácica, pincharle el corazón y sacarle las tripas. Podía estar durmiendo tranquilamente en su propia cama, o con su mujer, su prometida o su amante en el instante de celestial padecimiento que se corona con la concepción de una vida, mientras tú le estabas clavando el cuchillo, a fondo, y al día siguiente verle en el club y beber con él un coñac, dos, cinco, y estrecharle la mano con tu mano manchada de su propia sangre."
Fatos Kongoli nos ofrece a través de la vida de Thesar Lumi un retrato sombrío y desolador de cómo era el día a día durante los años de la dictadura comunista en Albania, la historia reciente de un país que vivió sumido en la violencia, el miedo y la desesperanza. No he podido evitar durante su lectura acordarme de La calma de Attila Bartis (a pesar de las diferencias entre libros y autores), novela esta última ambientada en la dictadura comunista húngara, por compartir ambas esa atmósfera de cerrazón e impotencia, ese aire viciado putrefacto y descompuesto que no ofrece salida. Y vuelvo a hacerme la misma reflexión que me hice entonces acerca de lo desconocidos e ignorados que son algunos países y sus historias. Por eso me gusta acercarme a determinados libros, porque resucitan a los muertos de las ciudades-cementerio, porque ponen nombre a los habitantes de esos países-fosas comunes. La literatura de Kongoli invalida la nulidad de hombres como Thesar Lumi y los resarce y dignifica devolviéndoles el valor que toda vida humana tiene. En este caso ese valor es el de dar voz a las víctimas anónimas de las atrocidades que sus propios congéneres cometieron contra ellos. Dicen que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Yo añadiría que a este gran pueblo que es la humanidad aún le queda mucho por aprender de sus errores.
"Sentí que en adelante vagaría entre la vida y la muerte, ni en la vida ni en la muerte, ni vivo ni muerto. Había caído en un desesperante anonimato al dejar atrás un pasado que destilaba amargura y enfrentarme a un porvenir que solo me producía indiferencia."

December, 2014. Fotografía de Carodean Road Designs


Ficha del libro: 
Título: Una nulidad de hombre
Autor: Fatos Kongoli
Traductores: Ramón Sánchez Lizarralde y María Roces González
Editorial: Siruela
Año de publicación: 2013
Nº de páginas: 176
ISBN: 978-84-15723-37-0
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