Silencio sepulcral en las marismas del estuario del Miño... Pasan dos minutos de las 21:30 h. de la noche, hora de mucha actividad para mamíferos como el zorro o el jabalí. De hecho, he estado viendo las correrías de dos raposos, presuntamente pareja, que saltaban y se perseguían medio ocultos entre la vegetación. Uno más grande, más bonito y lustroso; la otra visiblemente delgada, de aspecto enfermizo y cojeando de una pata, dolencia que lleva arrastrando varias semanas. En un momento dado, los dos enamorados deciden esfumarse, y yo decido dar por finiquitada mi jornada de observación. Ya está el pescado vendido, o eso pensaba... Al menos había podido disfrutar de los zorros durante un buen rato. Me daba por satisfecho...
Cuando me disponía a realizar un último barrido con los prismáticos por si me había perdido algo, un leve chapoteo en el agua llama mi atención. Al mismo tiempo, apenas acierto a ver algo que emerge a la superficie casi tan rápido como vuelve a desaparecer bajo ella... Un instante que me vale para identificar al animal, en realidad una clara intuición que se confirmó cuando pude enfocarlo con mis prismáticos. ¡La nutria!
Ese día me acompañaba mi chica, Leire, que presume de mejor viste que yo... Motivos no le faltan. La maldita miopía suele jugarme malas pasadas, y más cuando la luz escasea. Fue ella quien se percató de que aquella nutria no estaba sola.
Nutria fotografiada en el estuario del Miño, en una imagen de archivo.
"Tiene dos cabezas" —me espetó como si tal cosa— "¡Qué dices!", le respondí perplejo, redoblando mis esfuerzos para tener una imagen más nítida de lo que estaba ocurriendo.
Era cierto... Y no es que el mustélido en cuestión fuese bicéfalo. La cabecita de una cría asomaba por encima del lomo de su madre, vínculo que deducimos dada la diferencia de tamaño entre ambas. Nadaban muy despacio, diría que relajadas, disfrutando de la mutua compañía, obviando que estaban siendo vigiladas de cerca.
Puedo afirmar que las imágenes captadas con posterioridad recogen uno de los momentos más intensos y emotivos de cuantos he vivido en la naturaleza. Madre e hija no se despegaban la una de la otra. Flotaban sin esfuerzo, se hundían deliberadamente dejándose arrastrar río abajo.
La magia de aquella escena fue tal que Leire y yo no nos atrevimos a quebrarla con nuestras voces. Ahora era la natura la que se expresaba en su propio idioma: el silbido ondulante del andarríos chico; el tiit-tiit agudo y penetrante del martín pescador... También la respiración de las nutrias, un sonido que impresiona y conmueve a partes iguales.
No podía desaprovechar la oportunidad de documentar un comportamiento tan difícil de presenciar en estado salvaje. Diez minutos pasaron desde el primer al último vídeo que grabé. Diez eternos minutos en los que traté de contenerme para no alterar la calidad de las tomas. Sólo recuerdo decir en voz baja algo así como "no me puedo creer lo que está pasando aquí"... Y no era para menos.
Creo que no fui consciente de lo que había logrado hasta que las nutrias se alejaron. Fue entonces —al revisar el contenido de la cámara— cuando pude descargar la tensión acumulada y rompí a llorar de pura emoción. Algo que nunca me había pasado antes, ni siquiera avistando especies tan anheladas como el oso o el lobo ibéricos.
Pecando quizá de un enfoque humanizador, interpreté aquella conducta como las primeras lecciones de natación del pequeño cachorro, que ayudado por su progenitora, estaría aprendiendo a respirar y a mantenerse a flote. Sin embargo, consultando a expertos y profundizando en el tema, parece que podría tratarse mas bien de un juego. Explicación que no le quita un ápice de interés a tan magnífico hallazgo.
No quiero concluir esta crónica sin dejar de mostrar mi preocupación por el futuro de estos animales, ante el peligro que supone la proliferación de embarcaciones de recreo en el hábitat de las nutrias. Una presión turística que puede acarrear molestias e incluso la muerte por colisión con lanchas y motos acuáticas, tan numerosas en esta época del año. Por favor, hagamos un uso responsable de nuestro entorno.