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Una obra misteriosa, la Alegoría sacra de Bellini, o la alegoría más oculta de un amor.

Por Artepoesia
Una obra misteriosa, la Alegoría sacra de Bellini, o la alegoría más oculta de un amor. Una obra misteriosa, la Alegoría sacra de Bellini, o la alegoría más oculta de un amor.
Giovanni Bellini (1433-1516) fue uno de los precursores más originales del Renacimiento italiano. Extraordinariamente sutil, apasionadamente veneciano -los colores de esta escuela le delatan- y longevo creador -vivió 83 años-. Sus últimos años -a partir de 1480- fueron de una creatividad sublime, donde combinaría incluso su devoción piadosa con un alarde muy profano, algo que conseguiría alcanzar en alguna de sus obras. Como una de sus más enigmáticas representaciones, la Alegoría sacra o sagrada, una madera al temple llevada a cabo entre finales del siglo XV y principios del XVI.
Pero, si nos fijamos bien, ¿qué habrá aquí de genuinamente sagrado?, es decir, ¿qué elementos sagrados, divinos o verdaderamente religiosos se exaltarán aquí? Porque algunas figuras sí representarán algunos personajes sagrados, por ejemplo, la mujer sentada en un trono deberá -sin duda- ser la madre de Jesús, los dos ancianos del fondo, apoyados en la veranda, serán san Pablo -con su espada enarbolada a la lucha- y san Pedro, éste más sereno y meditabundo. A la derecha, dos personajes del santoral, uno más claro por su juventud y sus flechas -san Sebastián-, otro, por su avanzada edad, podrá ahora elegirse entre san Jerónimo o el bíblico Job -éste quizás por su semejanza con un retablo pintado en 1487 por el mismo autor donde aparece este personaje-. Pero, ¿qué más cosas sagradas veremos realmente aquí para tratarse ya de una alegoría sacra?
Su belleza enigmática es similar a su belleza estética, la perspectiva, por ejemplo, se consigue más con los matices de sus colores que con alardes geométricos específicos para ello, también con la profundidad paisajística visionada, además, desde la terraza habitacional donde se situarán los sacros personajes. Ésta llena ahora de baldosas geométricas que marcarán la perspectiva, y que dibujarán además una cruz céntrica muy escorzada. Justo en el centro un pequeño árbol terminará siendo ascendido por un niño -el niño Jesús-, que dejará caer a su vez las manzanas que otros pequeños ya recogerán. Símbolos. Todos símbolos que van desde la propia Redención -el Dios hecho niño devolverá la gloria perdida-, hasta el mismo lugar -metáfora de un purgatorio divino- donde las almas puedan luego conseguirlo.
Aunque no se sabrá con exactitud, el comitente -la persona que encargaba una obra de Arte- pudo ser la marquesa de Mantua, la bella mecenas renacentista Isabel del Este (1464-1539). Esta extraordinaria mujer se casaría muy joven -con apenas dieciséis años- con el marqués de Mantua, Francesco II Gonzaga, caballero valeroso e inteligente pero, al parecer, muy poco agraciado físicamente. A pesar de ello, vivirían felices entregado el uno a sus batallas y la otra a su mecenazgo artístico. Tanto se entregaría ella que apoyaría a varios de los mejores creadores de aquellos años renacentistas. Uno de ellos fue el gran Leonardo, que la dibujaría en un perfil al carboncillo en 1500. Único retrato de ella por Leonardo conocido. Hasta que ha sido descubierto -en este año 2013- el mismo retrato de Isabel al óleo oculto en una mansión suiza durante 500 años casi.
Pero, volvamos a la Alegoría sacra de Bellini. Vemos también dos personajes femeninos más en esta sagrada terraza. Una arrodillada, cerca de la Virgen -¿santa Catalina de Siena?-, otra de pie, más alejada. Pero, observemos bien, ¿a dónde mira ésta, la más alejada? Justo su mirada terminará en los ojos del muchacho asaeteado por las flechas -un san Sebastián que la mira-. Isabel del Este fue una aristócrata renacentista muy cultivada y poderosa, además de una inteligente y discreta mujer, pero, ¿pudo tener ella una pasión inconfesable y oculta? Su mecenazgo de Leonardo da Vinci fue muy conocido -como el de otros-, y llegaría ella a ofrecerle su protección cuando los franceses invadieron Milán -lugar donde estaba Leonardo entonces-, aunque, sin embargo, éste se negaría a esta protección con lo cual no pudo terminar aquel retrato que comenzara al carboncillo. Retrato que, al parecer, sí terminaría ya años después, tres años antes de él morir.
Pero, entonces, ¿es posible que el gran Bellini, amigo de ambos, conocedor por tanto del amor imposible que ella le tuviese, acabase muy enigmáticamente inmortalizándolo aquí, en esta Alegoría, uno como la santa mujer desconocida y otro como un admirado Sebastián? Ante las diversas causas artísticas de expresiones misteriosas elaboradas por los autores en sus obras, ¿qué podremos hacer más que elucubrar a veces? Porque, ¿a quién se le ocurriría adivinarlo entonces? ¿Cómo poder saber ya nada, ni entender nada aquí? Sólo el creador y su mecenas. Sólo ambos lo sabrían, y por esto la obra, una muy sagrada y algo profana alegoría, sería el mejor encuadre, por entonces, para resaltar esa emoción silenciada, una admiración matizada entonces por el misterio artístico de un gran y extraordinario instrumento: la creación iconográfica de una sacra alegoría.  
(Temple sobre madera de Giovanni Bellini, 1490 o 1505, Alegoría Sacra o Sagrada, Galería de los Uffici, Florencia; Retrato de Isabel del Este, óleo sobre lienzo, 1516, y dibujo al carboncillo, 1500, Leonardo da Vinci.)

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