Revista Arte

Una obra neoclásica sin finalizar alcanzaría a obtener el mayor elogio infinito de grandeza.

Por Artepoesia
Una obra neoclásica sin finalizar alcanzaría a obtener el mayor elogio infinito de grandeza.
Cuando al pintor David un retrato de una dama francesa le obligara a abandonar la composición que había ideado de un personaje mitológico, dejaría su obra Psique abandonada sin terminar durante el año 1795. Pero esa particularidad azarosa convertiría su obra mítica en una suerte de metáfora afortunada de la propia personalidad abrumadora de Psique. Porque este personaje de la mitología griega no era una deidad o una divinidad siquiera, aunque al final de su desarrollo vital cercano a lo divino alcanzase a medrar con los dioses en su gloriosa morada trascendente. Porque de entre todas las etapas existenciales míticas de Psique la que supuso el momento de su abandono por Eros, el amante y dios que la sedujese condicionado a no verlo, es el mejor ejemplo expresivo para representar la figura material de la imagen de un alma. El sentido de abandono se corresponde extraordinariamente con la explicación metafísica del alma humana. Y es así porque el alma, si es entendida en su acepción más trascendente, proviene y va de y hacia un hecho aglutinante de manifestación divina donde, por su naturaleza espiritual, conviviría con lo más excelso de lo más grandioso, eterno y poderoso. Pero entremedias, durante su desarrollo anejo a lo material de un mundo inmanente o terrenal tan poco sublimado, el alma vagabundearía ahora solitaria y perdida entre los abruptos afanes de su liberalidad material más desubicada. Abandonada por completo y sin poder evitar la sensación confusa de tener deseos, satisfacciones efímeras o sentido consecuente en su engañosa etapa terrenal. El óleo abandonado -sin terminar- del pintor francés coincide ahora con el sentido decidido de su obra neoclásica. ¿Fue una casualidad o no? Porque el alma nunca conseguirá desarrollar por completo su total evolución definitiva en este mundo. En nadie, ni siquiera en los aceptados personajes tan gloriosos, místicos, santones o embargados de alguna divinidad, que la historia nos ofrece. 
La metáfora aquí, en la obra inacabada de David, es a posteriori. La vemos inacabada claramente porque el neoclasicismo no era así, no finalizaría nunca una obra de Arte de ese modo en que David la dejara en el año 1795. Cualquier otra obra de este pintor nos lo hace ver muy claro. Los colores, los perfiles, el fondo tan sin confeccionar de la obra, no suponen para nada el estilo elogioso y excelso de la iconografía clásica tan elaborada de su tendencia. Los que ahora vemos la obra y conocemos el mito de Psique pensaremos luego que, tal vez, ese abandono de la joven desesperada por haber perdido a su amante divino, es sublimado además por el hecho de no haber terminado, y por tanto dejar abandonada, la pretendida obra clásica de Arte. Parece incluso una obra de una etapa modernista de un siglo después, cuando los pintores, sin desmerecer la figura humana académica, pintaban el fondo, la textura y los colores de algunas partes de sus obras con el sesgo moderno de solo esbozar, matizar o maridar tonos sin concierto o definición natural alguna. Pero es que así misma debe ser la pasión terrenal del recorrido vital del alma humana: apenas esbozada o matizada sin concierto o definición en su sentido inmanente. Debe hacerse, se supone, como toda obra clásica, con los perfiles idealizados de una composición definitiva. Pero no es así. Conseguirá a veces llegar a emocionar con sus alardes conseguidos -como el alma evolucionada de algunos seres avanzados-, y, en este caso, además como la propia obra sin terminar del pintor David...  Porque, a pesar de sus indefiniciones clásicas en su textura, la obra de Jacques-Louis David es extraordinaria por su alarde artístico tan exquisito conseguido. Sin embargo, no alcanzaría entonces, ni ahora, a pesar de su belleza, a llegar a conseguir mérito artístico objetivo alguno en el exigente mundo artístico... tan sin sentido. ¿Y ahora, por qué no? Porque el momento contemporáneo es fundamental para valorar una obra artística. Una pintura clásica como la de David hoy no tendría conciliación magistral -admiración artística- más que con las características propias del neoclasicismo de su tiempo, no del modernismo posterior o de ningún otro momento artístico subsiguiente. Porque no es lógico, ni coherente ni tiene sentido iconográfico. El sentido coherente es temporal en el Arte, y éste es un dato fundamental para evaluar una obra artística. Si hoy existiera un Rubens, por ejemplo, y pintase como lo hiciera en el siglo XVII, no sería muy valorado en nuestra época. 
El alma es igual. Necesitará tener sentido en su tiempo azaroso de evolución personal. El alma solo es alma realmente cuando está perdida, ni antes ni después...  Así que el pintor David descubriría que componer a Psique de ese modo tan melancólicamente abandonado, era la mejor forma para representarla en un lienzo de Arte. Pero, sin embargo, no la acabaría... No lo hizo, nunca finalizaría la obra neoclásica. ¿Se arrepentiría el pintor francés? Hay pocas obras de Arte representando a Psique sola, porque el sentido del mito era la unión con Eros, y el Arte así lo haría la mayoría de las veces. Pero David no solo la pintaría sola, que es posible encontrar obras solitarias de Psique también, sino que además la pintaría sin otra cosa más que su gesto atribulado por la sensación de abandono más desolada de un ser ahora tan desesperado. Incluyendo el no incluir en la obra detalle de alguna otra cosa más que sus propias manos inutilizadas o el semblante acongojado de un rostro abandonado tan conseguido en el Arte. Hoy valoraremos la obra de David por la conjunción de ser compuesta tanto por un gran pintor como por representar una escena personal tan acorde con el existencialismo contemporáneo. Un pensamiento actual éste que, tan atropellado en la obra por el mito de su divino personaje vagabundo, veneraremos aún más, sin embargo, por el devenir terrenal de una azarosa existencia abrumadora que por el anhelo inmortal de un espíritu alejado tan desamparado, trascendente o meditabundo.  
(Óleo Psique abandonada, del pintor neoclásico Jacques-Louis David, 1795, Colección privada, EEUU.)

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