Una partida de campo (1881), de guy de maupassant y de jean renoir (1936). el final de la inocencia.

Publicado el 06 septiembre 2014 por Miguelmalaga
Nos encontramos en pleno siglo XIX, en una época de relativa paz, dominada por un orden burgués que se enriquece explotando a su mano de obra barata. No todos son grandes señores. También existen pequeños propietarios, modestamente prósperos, que pueden permitirse algún pequeño lujo de vez en cuando, como pasar una jornada en el campo una vez al año. Ya en aquella época se hablaba de la contaminación en la ciudad y de los beneficios de respirar el aire puro campestre: 
"Habían cruzado luego el Sena por segunda vez y, en el puente, se había producido el encantamiento. El río resplandecía de luz; absorbida por el sol, se alzaba del agua una neblina, y se sentía una dulce quietud, un benéfico frescor al respirar por fin un aire más puro, no corrompido por el humo negro de las fábricas o los miasmas de los vertedero."
Según dice George Steiner en En el castillo de Barba Azul, después de la Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas, se instaló en Europa una especie de gran aburrimiento protagonizado por el triunfo de la burguesía. Bajo una sólida de capa de solemnidad se esconde la frustración de quienes viven en una cárcel dorada, de quienes han de seguir los convencionalismos sin hacer preguntas. Algo especialmente acentuado en la vida de las mujeres. La muchacha protagonista va a ser víctima de un matrimonio concertado pequeño-burgués. En su inocencia, ella no se cuestiona nada, ni siquiera conoce las terroríficas sensaciones de la pasión hasta que no se produce ese breve encuentro con Henri, habitante del campo, no carente de buenos modales, pero capaz de acciones mucho más primitivas y básicas que quienes suelen rodearla:
"La muchacha seguía llorando, embargada de muy dulces sensaciones, con la piel ardorosa y unos cosquilleos desconocidos por todo el cuerpo. La cabeza de Henri reposaba en uno de sus hombros; y, bruscamente, la besó en los labios. Ella se rebeló furiosa y, para evitarle, se echó hacia atrás. Entonces él se le arrojó encima, cubriéndola con todo su cuerpo. Buscó largo rato la boca que se le hurtaba y, tras encontrarla, pegó la suya en la de ella. Entonces, loca de un intensísimo deseo ella le devolvió el beso apretándole contra sí y toda su resistencia se vino abajo, como aplastada por un peso demasiado fuerte."
La pasión y posteriormente el amor puro provienen de lo que hoy calificariamos como agresión sexual: de pronto el orden burgués de las cosas queda suspendido en medio del ambiente campestre. La muchacha se relaja, abandona momentáneamente su papel social y se deja llevar por un instinto desconocido. Como es lógico, esta es una experiencia que la deja marcada, quizá el momento en el que se ha sentido más viva.

La adaptación cinematográfica de Renoir, que dicen inacabada, es un prodigio de sencillez, donde el director homenajea los cuadros de su padre, el impresionista Auguste Renoir, aunque también pueden apreciarse algunos esbozos picassianos, si transformamos a los dos muchachos en dos faunos del bosque. En esta película es primordial el retrato del paisaje, que se convierte en algo sensual que envuelve a la protagonista, siendo la única música el canto del ruiseñor. Pocas adaptaciones son tan fieles al original literario hasta el punto de devenir en un complemento imprescindible a la lectura del cuento de Maupassant que, como en todas las buenas narraciones, su mensaje va mucho más allá de las meras palabras escritas.