Dormí abrazado a ti frente al mar, esa noche
Y eran todas las que vinieron. Mientras la primitiva aurora
Nacía, yo ya había disuelto la abrasadora furia
Entre tus brazos limpios y gritaba al Dios de los abismos
Que eras dulce como un árbol de espera y sombra calma.
Después despertabas. Y volvía el rito.
Y así, naciendo cada noche, envolviendo la arena
Fue pasando el verano, y te quedaste en mi cuerpo para acabar formando
Un hueco en su silencio, dulce como las manzanas del jardín,
en tus manos la llama que supo encadenarme
Dulce como la esperanza de encontrarte de nuevo.
Y así estás hoy en mí, frente al ameno huerto
Que nos ha visto hacernos mayores y resistir embates.
Al otro lado de la tapia, la locura del mundo.
Y me pregunto si el afán de esa playa no era menor entonces
Que el que los cansados huesos recogen al juntarnos
Pedazos de memoria encarnada que se acercan al alba.
Cuando llegue la hora, cansada tú, yo agitado
Al ver el umbral que nunca se ha de cruzar dos veces
Entregaré mi cuerpo caído ante tu abrazo y la pasión dormida
Entre achaques, monotonías, desencuentros y altura
Será un brillo en los ojos, y una llama incansable
Arderá como esa zarza y tu voz en ella.
La ebriedad de la noche nos hará despertar luego.
Y al presentar los dones, cuando el Guardián nos tenga
Le entregaré tu abrazo, dulce como la nieve, en un manto de arena
Dulce como la eternidad en la que siempre habitas.