Después de la ira y la nostalgia, la rabia, la pena, los sentimientos producidos por la mayor de las desolaciones y la desesperación;
De levantarte una y mil veces decidido y volver a caer incluso con más fuerza;
De rebelarte, resignarte, alzar la cabeza, hundirte en el cieno, suspirar, hiperventilar, notar la angustia oprimiéndote el pecho y las lágrimas rodar sin tu permiso;
Después de emborracharte varios días o permanecer dos meses encerrado, de gritar y de callar, de hacer llegar a quien no debías lo que no quiere saber;
De decepcionarte sin cesar y de sonreír falsamente, de intentar que no se te note que hoy es uno de “esos días”, de los malos;
De llorar y hacer tonterías, de enfadarte cuando no te siguen el juego, de no darte cuenta de muchas cosas…
Después de todo eso y mucho más, no hagas de la siguiente etapa otro tramo de montaña. No dejes a la culpa entrar a recordarte el tiempo que has perdido en tu letargo.
No la dejes recordarte todo lo que te has perdido por no saber sonreír, de todo lo que no has podido disfrutar porque hacía cortocircuito ahí arriba.
No permitas que te devuelva al pasado, a todo eso que pudiste hacer y, efectivamente, no has hecho.
El tiempo es lo único verdaderamente nuestro que poseemos. El único bien que nos pertenece sólo a nosotros y que en nosotros está no desperdiciar.
Así que no: no vuelvas hacerlo. No vuelvas a perderlo lamentándote por haberlo perdido.
No está. Se acabó. Ya no existe. Como aquél amor que terminó o ése que no pudo ser. Como los muertos. FIN.
No consientas que te engañen de nuevo, te abrace la culpa y caigas otra vez en la ensoñación de lo que pudo ser y no fue.
Fuente: La Mente es Maravillosa.