por Isabel Val.
Creo que, tras haber ido a ver a The National al Pavilhao Atlantico de Lisboa, he roto con mi fama ( a veces merecida) de que sólo voy a ver a bandas que no conoce ni su padre en salas en las que no hay más de veinte personas.
Podría contaros lo bien que suenan The National en directo, pero eso ya lo sabemos todos así que me lo salto. En el post anterior hablé sobre sus letras, escritas de un modo en que parecen haberte leído el pensamiento ¿Pero cómo conseguir esas emociones en un estadio?
Entonces es la música la que cobra protagonismo. No importa que no entiendas ni papa de lo que Matt está cantando: la música y su actitud encima del escenario hacen que algo te acabe calando muy hondo y tengas la sensación de que apenas hay nadie en el recinto más que ellos y tú. Y hace falta una gran dosis de honestidad para conseguir eso, hacer música en la que uno crea y seguir comportándose como un ser humano (y no como una excéntrica divinidad) encima del escenario.
Durante el concierto, la chica que estaba a nuestro lado no pudo contener sus propias emociones y se echó a llorar. ¿Qué representarían para ella esas canciones?
Eso me hizo recordar el por qué empecé a escribir este blog hace ya unos meses, porque cada concierto es una vivencia única y personal, por lo que allí se vivieron miles de conciertos de The National distintos al mismo tiempo. Y me doy cuenta de lo mucho que me gusta escribir aquí, aunque a veces tenga la sensación de que no me lee ni el tato.
Abandonamos un recinto lleno de personas emocionadas, que se abrazan, que intentan recobrar la compostura tras dos intensas horas de concierto.¿Y nosotros? Nosotros con una sonrisa de oreja a oreja sabiendo que va a ser imposible olvidarnos de esta noche.