ABC.es|Sí. Según estudios científicos esto puede suceder debido al «vínculo de apego». El apego, originalmente estudiado en las relaciones entre un recién nacido y sus padres, es definido como un vínculo emocional muy potente hacia otra persona.«El primer lazo del niño se caracteriza por gran interdependencia, intensos sentimientos mutuos y relaciones emocionales vitales. Incluye sentimientos de cercanía y afecto». Hoy en día se sabe que el vínculo del apego también se genera en las relaciones sexuales (www.educarhoy.org).
Desde el punto de vista de la biología existen en el organismo del varón y de la mujer diferentes hormonas «del apego» como la oxitocina y la vasopresina, que son segregadas por el organismo con mayor intensidad durante el acto sexual. Estas hormonas producen una sensación de vinculación especial con la pareja sexual. No se puede hablar de un apego imposible de romper pero sí de una fuerza real que afecta a la pareja.
El principal efecto del apego es unir a las personas, hacer que uno esté necesitado de estar con el otro. Se trata de un efecto muy positivo dentro del matrimonio: el apego me une cada vez a mi cónyuge. Pero este vínculo puede ser un problema en relaciones casuales, o incluso en relaciones donde hay un cierto amor, pero donde aún no hay una decisión firme de estar juntos toda la vida. El problema es que la sensación de apego (muchas veces «deslumbrante») te puede cegar en esa relación y restarte la objetividad necesaria, para tomar decisiones adecuadas. Así, las rupturas suelen doler más, o uno puede seguir adelante en una relación conflictiva y hasta peligrosa. En resumen, uno puede sentirse «atado» sin realmente quererlo.
Por todo ello, es bueno que el componente biológico del apego, el de las hormonas que se desatan con la relación sexual, venga más tarde, cuando la pareja ya haya unido sus vidas definitivamente en el matrimonio. Antes, se deben desarrollar los elementos esenciales para amar: querer el bien del otro; adquirir un compromiso y una fidelidad acorde a ese amor; tener un adecuado conocimiento de uno mismo y de la otra persona; desarrollar la «fuerza de voluntad» y el autodominio; saber compartir; tener una espiritualidad compartida; superar juntos las dificultades…