Hace ya años que el ciberespacio ha sido conquistado por el hombre y las nuevas tecnologías han “invadido” la gran mayoría de los espacios de actuación que quedaban al margen de ella. La familia es uno de ellos: se podría decir que todo comenzó en realidad, en los años `60 del siglo pasado con la popularización de la televisión.
Pasado el tiempo y con la inmersión irreversible de Internet en la vida familiar, hoy en día se da un fenómeno muy especial: la convivencia intergeneracional entre los llamados inmigrantes digitales y los nativos digitales. Padres, abuelos, tíos, incluso algún hermano mayor, formamos parte de ese grupo de “inmigrantes”, es decir, no nacidos en la era digital, pero que hacemos uso de las nuevas tecnologías. Del otro lado, los más pequeños de la familia (y no tan pequeños) que han nacido en un medio donde lo natural es la informatización de las comunicaciones, las nuevas tecnologías aplicadas a las relaciones interpersonales, al ocio y al entretenimiento, y la educación formal con mucho de digital e interactiva. Desde su infancia temprana interactúan con tabletas y móviles, utilizan en la escuela pizarras inteligentes y conectadas a la web.
A causa de estos nuevos aparatos se ha revolucionado la forma en que nos relacionamos o actuamos en nuestras actividades con los demás. Sin dudas asistimos a un momento de la historia en donde las relaciones interpersonales en el seno de las familias se están transformando a una velocidad y ritmo nunca antes visto.
¿Cuáles son las reacciones predominantes frente a esta realidad?
Es evidente que los inmigrantes digitales reaccionamos de una manera muy diferente a la forma en que los nativos digitales integran las tecnologías a sus rutinas.
Los inmigrantes lo vemos como una invasión. Es algo que viene de fuera y que a paso agigantado intenta hacerse con todos nuestros espacios, modificando la forma de comunicarnos, ofreciendo un ocio diferente, una nueva manera de hacer cosas tan cotidianas como comprar entradas al teatro, consultar un mapa, hacer compras, leer un libro, mirar una película o serie de televisión.
La “generación interactiva” -los nativos digitales- no comprende ni concibe un mundo sin todos los medios tecnológicos que conocen. ¿Cómo se hacía para estudiar sin el acceso a la información que por medio de internet está hoy disponible? ¿Cómo se hacía para estar en contacto directo e inmediato con los amigos si no era por whatsapp, Facebook o Skype? Hoy día esperar un mes para poder ver las fotos de las vacaciones o para poder compartirlas es algo que ya no sucede ni sucederá nunca más. El modo de producir información y de relacionarnos con ella ha cambiado definitiva y determinantemente. Hoy tener reuniones con gente de todo el mundo, estudiar online, compartir fotos al instante… todo forma parte del único mundo conocido por ellos. Las nuevas tecnologías no son en su caso una invasión, sino una forma de vida.
En este sentido una cosa se muestra como segura: las nuevas tecnologías están aquí para quedarse. Pero hay otras evidencias a tener en cuenta: existen riesgos antes impensados, por lo que hay ciertas precauciones a tener en cuenta. El desafío educativo es afrontar esos riesgos y enseñar a los nativos a relacionarse bien con estas nuevas herramientas. Cambió y mejoró exponencialmente el modo de comunicarnos, no la comunicación humana. Y eso todavía puede y debe ser educado.
Este gran reto educativo comienza por los padres, quienes tenemos el deber de conocer, formarnos y actuar con sentido común sobre la materia. Sin ser alarmistas ni tecnofóbicos… ¡que las nuevas tecnologías traen consigo grandes campos para nuevas conquistas! Y en este punto es importante que entendamos, que no hay mejor modo de formarnos que siendo nosotros mismos usuarios. ¿Cómo educar si no en algo que es tan nuevo y de lo que no tengo experiencia?
Conviene ante todo para el análisis que venimos haciendo, y como metodología, distinguir entre “lo instrumental” y “lo moral”. En otras palabras, entre las posibilidades de productividad intelectual gracias a los nuevos medios y los límites a esas posibilidades que vienen de las “antiguas” buenas costumbres. Esto me lleva a defender la siguiente tesis: el uso de las nuevas tecnologías requiere formar el carácter y la voluntad (y no sólo en los más pequeños). Instruir en el uso de un ordenador no es lo mismo que educar en virtudes. Pero las virtudes siguen siendo necesarias en la vida de la era digital. Por ejemplo: la laboriosidad, la fortaleza, la prudencia. Pero ¿no es esto acaso un objetivo educativo de toda la vida? Educar en virtudes, educar en la libertad y el buen discernimiento, educar la voluntad para comunicar, informar y producir con mejores herramientas y medios digitales.
Lo que intento transmitir es que la llegada de las nuevas tecnologías de la comunicación no requiere necesariamente de un nuevo modelo educativo en casa. Los mismos criterios que se utilizaron en otros momentos de la historia de la educación humana debemos también considerarlos y aplicarlos en esta nueva era, en donde lo que ha cambiado son las herramientas, pero no las intenciones de fondo.