La puerta se abre y da paso a la figura harapienta de un hombre mayor de cabellos largos y barba canosa que se apoya en una especie de garrota o cayado. Su nombre es Guzmán. Trae los ojos encendidos de ira. Parece un mendigo, pero sus andrajos no se muestran viejos ni sucios, sino que los jirones y remiendos que adornan su vestimenta se parecen más a los rotos y deshilachados que lucen hoy algunos adolescentes en sus pantalones vaqueros, falsamente gastados o raídos. El presunto indigente entra en la sala, el gesto resuelto, la mirada adusta. Parece enojado. -¿Quién es usted y qué busca aquí?- le espeta un Cervantes serio pero correcto quien, sabedor de la identidad del visitante, no comparte sin embargo esa forma de presentarse en escena.
Dicho y hecho, el falso tullido, ya más apaciguado, hizo con la cabeza un gesto de aprobación y procedió a sentarse en el suelo, en una esquina de la sala, algo que por otra parte no le resultaba del todo inusual cuando ejercía, de aquella manera en la plaza, su impostado oficio de pedigüeño. Fragmento del largo epílogo de "En la frontera". El texto completo te lo puedes descargar gratis pinchando en el enlace.