Nuestro penúltimo día en París había sido pronosticado por diferentes webs de meteorología como el más frío y con posibilidades de lluvia de toda la semana que íbamos a pasar allí. Sin embargo, no os quepa duda de que no dejamos de ver brillar el sol a través de los ventanales del museo del Louvre. Hizo sol toda la mañana hasta que salimos del museo y buscamos algo para comer en los jardines, que se nubló el día y bajó la temperatura.
Como detalle comentar que mi compañero había pasado la noche con fiebre, y estaba con las energías mínimas, así que decidimos tomarnos el museo con toda la tranquilidad posible.
La entrada al Museo del Louvre cuesta 11€ por persona mayor de 18 años y esto incluye un servicio gratuito de guardarropa y consigna. Pero OJO. Por un lado tenéis que dejar los abrigos, y por otro las mochilas, a no ser que os quepa el abrigo dentro de la mochila, como hice yo, y así lo podéis dejar todo en un solo sitio. Otra cosa importante es que te preguntan si tienes dinero o algo de valor en la mochila, y si les dices que sí, te obligan a llevártelo todo. A mi me hicieron coger el pasaporte, dinero, cámara, monedero y el móvil no porque no llevaba, que si no también. Más o menos pude guardarlo todo en la ropa que llevaba puesta y llevar en la mano solamente la cámara.
Las fotografías están permitidas, pero en la mayoría de las salas el uso del flash está prohibido.
Escalera bajo la pirámide del Louvre.
Pirámide invertida en el Louvre.
Escalera bajo la pirámide del Louvre.
Ni se os ocurra empezar a andar por el museo sin haber cogido un mapa del punto de información en la planta baja. (Si haceis click en el enlace podéis descargarlo en .pdf) Dependiendo cómo estéis de fuerzas y/o de tiempo sería buena idea marcar en el mapa las cosas que queréis ver e ir directamente a por ellas, y pararos en lo que os llame la atención extra por el camino. Así evitareis vagabundear infinitamente por las decenas de habitaciones y perderos en la inmensidad temporal desde la antigüedad hasta siglo XIX.
Nosotros empezamos nuestro paseo por el patio de las estatuas y continuamos por la planta baja donde disfrutamos de antigüedades orientales, egipcias, etruscas y romanas. Hay mucho más que ver en esta planta, pero se quedó para una segunda visita. Las obras más destacables de estas salas podrían ser el código de Hammurabi, la estatua sentada de Ramses II, la Venus de Milo y mil otras cosas más.
La Venus de Milo. Museo del Louvre. Planta Baja
Continuamos la visita explorando las ruinas de los cimientos del antiguo castillo del Louvre. Una fortaleza de la que quedan las bases de alguna de las torres y parte del puente levadizo.
Del entresuelo no visitamos nada más, y nos dirigimos a la Primera Planta para seguir viendo antigüedades egipcias como el Escriba Sentado o griegas como La Victoria de Samotracia, y empezar con la pintura con la Mona Lisa, la Coronación del Emperador Napoleón, la Balsa de la Medusa entre otros miles.
Aunque parezca raro decirlo, la obra más tediosa de visitar es sin duda el retrato de la Gioconda, pues ante él se apiñan cientos de personas, moviles y ipads en alto, sin la intención de contemplarla en absoluto sino de hacerle una o dos fotos. Es increíble como te mira (y te empuja) la gente cuando finalmente te plantas delante del cuadro y te quedas allí mirándolo, sin hacer nada, sin levantar las manos con un dispositivo para hacerle la foto. Parece como que estás molestando, ¿no le vas a hacer foto? ¡pues quítate! Estuve apunto, de hecho de no hacerle foto, pero en el último momento decidí que sí. Una pena la verdad no puedes pararte a ver el cuadro porque tienes codos, brazos y aparatos clavandosete por todos lados, y en realidad lo que uno quiere es salir de allí cuanto antes. Supongo que otro día que no sea un viernes de semana santa, o a otras horas no habrá tanta gente y se podrá contemplar más tranquilamente.
Visitamos también la segunda planta pero no hicimos fotos pues la iluminación era bastante más tenue y no merecía la pena incumplir la norma de no utilizar el flash cuando realmente puedes encontrar esas imágenes en libros e internet. No iban a salir buenas fotos.
Una vez satisfechas nuestras ansias de arte a través de los siglos, recogimos nuestras cosas y salimos de nuevo al aire libre a aprovechar el poco sol que quedaba esa tarde.
Paseamos un rato por el Jardín del Carrusel y por las Tullerías, dando unas cuantas vueltas al rededor de las estatuas y los lagos con barcos de madera que los niños empujan con un palo.
Fuimos a comprar algo de comer e hicimos un “picnic” (pero sentados en las sillas verdes, pues el césped estaba en descanso). La gracia de la anécdota es que fue una de las pocas veces que intenté pedir algo en francés, y en vez de crêpes salados pedí….. ¡¡DOS ENSALADAS!! jajajaja La cara que se nos quedó cuando llegó el tío con las ensaladas. En fin… nos compramos también una especie de mini-quiché de verduras buenísimo para llevar, y al final comimos bien.
Sentados allí pronto nos dimos cuenta que aunque hacía sol, el día había sido muy frío, y se estaba poniendo cada vez más. Así que poco después de terminar nuestro almuerzo en el parque nos pusimos de nuevo en marcha para calentar los cuerpos.
El jardín del Palacio Real, hoy el Consejo de Estado, fue nuestra siguiente parada. Pasando por delante del Restaurante Le Grand Vefour, en funcionamiento desde 1784 y donde han comido personajes de todo tipo desde Napoleón a Victor Hugo.
Seguimos adentrándonos en el barrio de Les Halles y pronto llegamos a la Iglesia de San Eustaquio, de la cual nos costó ver la fachada debido a las grandes obras de reforma de los jardines que se están llevando acabo. La entrada es gratuita así que allí que fuimos para refugiarnos un ratito del frío. Richelieu y Moliere fueron bautizados aquí, Voltaire está enterrado en esta iglesia y Mozart la eligió como lugar de celebración del funeral de su madre.
Después de esta última visita era hora de tomar el RER en frente mismo de la iglesia de vuelta al hostel. Como era nuestra penúltima noche en París, decidimos darnos un homenaje de cena “romántica” si podíamos encontrar un lugar cercano en Montmartre. Tras una ducha y una rápida vista a la guía, decidimos probar suerte en dos de los sitios que sugerían de precio mediano. El primero estaba totalmente lleno para esa noche. Y en el segundo, que se llamaba “Le Cul de Poule”, nos dijeron lo mismo, aunque nos comentaron que podíamos cenar escaleras arriba, pero que iba a ser “diferente”. ¡¡Y tanto!! Nada más ver el lugar nos conquistó, ¡y allí que nos quedamos! Unos grandes cojines pegados contra una pared haciendo las veces de camas servían de sillas y mesas a la vez, y para subir la altura de los platos unas mesitas portables. ¡Genial!
A pesar de ser un restaurante de precio medio, la cena resultó carísima, pero por lo menos sabíamos a lo que íbamos. De hecho esperábamos que nos hubiera costado incluso más. Además la disfrutamos muchísimo y fue en compensación de todos los otros días en los que habíamos comido sandwichillo o pasta en el hostel.
Así de preciosa terminaba nuestra penúltima noche en París. El día siguiente sería el último, y lo dedicamos a paseos menos turísticos y más tranquilos.