Una sola palabra en la última edición de “Hildebrandt en sus trece”

Publicado el 06 junio 2021 por Apgrafic

Suceda lo que suceda mañana, quería dejar por escrito mi profundo agradecimiento a un hombre que no conozco pero que me ha ayudado a estar alerta donde sea que esté.

Tal y como lo indica el semanario, sé que la comunidad lectora de Hildebrandt en sus trece se sabe tácita, que está más viva que nunca y creciendo, y que no es necesario añadir nada al respecto. Sin embargo, me gustaría agregar que también se disfruta que sea así, que se lo lea a la sombra. Porque eso es lo que precisamente el semanario es: una sombra. Un sombra que se arrastra como una pesadilla del poder dominante. Un cuco benéfico con muchos objetivos pero me quedo con el siguiente: crear ciudadanos que piensen de forma independiente, que no anden repitiendo como loros lo que dicen por “aquí y allá”, que es lo que más se suele ver en los dos mundos: el digital y el de carne y hueso. Disfruto de leerlo a la sombra no por temor o alguna otra clase de inseguridad, sino porque forma parte del juego; un juego que a mis ojos le aporta cierto grado de belleza al mundo que me rodea. Y la belleza, como se sabe, no se deja ver así nomás.

El día de hoy salí a comprar temprano el semanario. Cuando lo abrí en el artículo de Juan Manuel Robles leí que la cita destacada era la siguiente:

“Votaré por Castillo, además, porque he visto a las multitudes asombrosas que lo aclaman en Cusco y Puno, y después de verlas, no tengo corazón para darle la espalda a ese pueblo”

No necesité leer más. Robles ha utilizado la palabra “corazón”. Este escritor llama poderosamente mi atención porque siempre me ofrece una mirada transversal de la realidad peruana: redes sociales, televisión, prensa escrita, políticos, discriminaciones, la selección peruana de fútbol, surfers racistas, fiestas covid, policías corruptos, narcotráfico, motorizados, videojuegos, aplicativos, McDonald’s, explotación laboral, turismo abusivo, mileniales y viejos lesbianos, marchas infames y marchas mileniales, Miraflores, comunidad LGTB, las leyes, las infames leyes peruanas y, por supuesto, las secuelas sociales del misteriosísimo coronavirus que, como un dios invisible, apareció de pronto un día para cambiar casi todas las reglas del juego.

Al escritor cualquier cosa parece revelársele como signo para interpretar el espíritu de las sociedades de nuestro tiempo. Un tiempo, sin ninguna duda, fantasmal. Aunque quizás haya sido así desde siempre. A mis ojos el escritor tiene una habilidad única para hacer dialogar, entretejer e invocar a todos esos fantasmas ya sea de algún pasado remoto de la llamada ‘arcadia colonial’, a los fantasmas recién nacidos de la era digital, o a los mismos fantasmas de siempre que padeció su generación y que continúan hoy, más fuerte como nunca antes lo he visto: el sistema fujimontesinista. Así, gracias a sus visiones semanales, se intenta descubrir en qué momento se jodió el Perú, en qué momento se jodió Vargas Llosa; o sencillamente son telarañas impecables, una descripción tremenda de los jodidos que estamos. Sin embargo, en su último artículo, Robles ha utilizado la palabra “corazón”.

¿Cómo no amar a los hombres que nos enseñan a OBSERVAR? La cualidad de la observación es, ahora lo sé, una de las formas de la Inteligencia Superior. Está mucho más allá de las capacidades intelectuales que tiene cada quien. No tiene nada que ver con los libros, informaciones o conocimientos que se puedan acumular. Es verdad que estos estimulan la imaginación, pero también lo hacen la soledad y el hambre. Y Robles nos está enseñando a observar; nos está a enseñando a observar en la Puta Era de la Vigilancia Digital. Una era realmente insospechada que la verdad no he visto ni en los libros ni en las películas de ciencia ficción creadas por los grandes cerebros del arte universal.

Como ya ha quedado demostrado, se trata de una era en la que los mismos amigos, hasta los más cercanos, cualquier día nos pueden dar una estocada virtual, apareciendo de pronto disfrazados con la máscara del ‘Enemigo’. Y lo han hecho con la mayor hostilidad del mundo, día a día, casi como si fueran soldados al servicio de la señora K. Cuelgan sus “sublimes” pensamientos con una autoridad que no admite ninguna forma de diálogo o respuesta, burlándose del resto, borrachos de su genio, como si fueran los dueños predestinados a tener la “última palabra” allí a donde van. Incluso, una de las cosas que más me molestó sucedió apenas hace un par de días. Por ahí vi a algún robot fujimorista, con la respuesta automatizada del “terruqueo”, que se permitió el “lujo” de hacerlo citando a Jesús de Nazaret. Para mí, fue “el colmo”. Se trata de un ejemplo perfecto de cómo los hombres, a lo largo de dos mil años, no han hecho otra cosa que tergiversar las palabras de Jesús para su propio beneficio. Para justificar sus miedos y sus estupideces; así ha sido siempre.

“Miedo y estupidez”. A un día de las elecciones, ese es el cartel que ha llevado el equipo naranja con orgullo a todas partes. Y tal como en los viejos tiempos andan comprando a las figuras públicas al por mayor. Y mientras más alto es el grito de sus imágenes, más evidente es el intercambio de favores. Qué asco la selección peruana de fútbol. Qué gusto me dio cuando desperté al día siguiente y me enteré que habían perdido por tres goles a cero. Si yo fuera el “Tigre” los jalo a todos de las orejas: “¡Concéntrense mierdas!”. Si mañana gana el equipo naranja será el triunfo del Miedo y la Estupidez, y por fin seremos los primeros en algo en alguna tabla latinoamericana.

Pero ahí donde está el Goliat de los medios de comunicación aparecerá, sin falta, un David. ¿Demasiado romántico? Quizá. Pero está destinado que sea así. No puede ser otra forma. Estamos condenados a recrear el Teatro de la Vida de siempre, un espectáculo espantoso que no deja de repetirse nunca y donde lo único que cambian son las máscaras. La penúltima columna de Robles, “Peleémonos nomás”, me pareció súper inspiradora. Amé a Robles, así como él amó a la generación marchante de noviembre, por ese texto. Me animó a seguir con mis asuntos, a seguir caminando a mi manera. Y eso se agradece profundamente.

Yo creo en los maestros. Yo creo en Jesús de Nazaret. Yo creo en ese carpintero, creo en ese campesino, creo en ese poeta. Mi Jesús no es el Jesús de las iglesias u otras instituciones. Jesús es, a mi entender, el lenguaje de la tierra, del desierto, de los jardines, del cielo y las estrellas. Su regalo fue la eternidad: nos hizo conscientes de nuestras cualidades divinas. Fue el gran intérprete del lenguaje del corazón y el gran hombre-metáfora de la humanidad. Sus palabras me siguen enseñando por dónde debo ir para seguir aprendiendo en esta vida colosal que nos ha sido dada. Yo no sabía escuchar el lenguaje del corazón. Ahora lo sigo aprendiendo. Por eso, cuando en el último artículo de Robles leí la palabra “corazón” me dije: ya está hecho. Ha llegado la hora de decir lo que hace tiempo quiero decir.

Suceda lo que suceda mañana, quería dejar por escrito mi profundo agradecimiento a un hombre que no conozco pero que me ha ayudado a estar alerta donde sea que esté. Más allá de la política o de la realidad nacional, yo siento que los textos de Robles me han ayudado a sobrevivir en esta selva de cemento que es la gran ciudad y su extensión digital. Dos universos muy hostiles donde tropezar es lo más fácil del mundo. En esta nueva forma de vida todo está dispuesto para que te tropieces con la primera cáscara de plátano, o con el primer mojón de perro, que se te cruce en el camino. Y lo demencial de este nuevo sendero es que es, inevitablemente, público. Y esto, por supuesto, deleita a todos los viciosos. A este nuevo modo de vida sí que lo llamo “la nueva normalidad”.

Sé que no es usual esta clase de textos elogiosos porque inmediatamente pueden despertar cualquier clase de sospechas. No me importa. Y voy a rematar este artículo con uno más. Cuando alguien me pregunta cuál fue la mejor película que vi en el 2020, mi respuesta es inmediata y es la de siempre: los escritos de Juan Manuel Robles en el semanario de Hildebrandt en sus trece.