Juan me había pedido que recogiera a su prima Teresa, que llegaba en autobús procedente del norte. Nadie más tiene coche, y nunca he sabido decir que no.
Mala combinación.
Heme aquí camino abajo en busca de la tal Teresa, de la que nada sabía. "Es generosa de carnes y tiene el pelo rubio", me había dicho Juan. Pocas indicaciones me parecieron, por lo que pergeñé un plan astuto. Nada más llegar a la estación de autobuses, me situé con un cartón enorme que sostenía en lo alto, en el que podía leerse: "transporte (gratis) Teresa prima de Juan el de la Jacinta".
Al poco, me vi sorprendido por la aparición de una belleza sin par, trigueña la cabeza, enjuta de cintura y generosa de pechos. "Soy Teresa", me dijo la diosa, "y por Dios baja el cartel de los cojones", añadió, con una voz bellísima.
Demudado por tan grata presencia, salí al calor de la calle llevando caballeroso su equipaje. Mi Audi resplandecía aparcado bajo un sol de justicia, justo enfrente. "¿Vamos a ir en eso?" preguntó la futura madre de mis hijos. "En efecto", respondí ufano. Sin duda, no esperaba Teresa transporte tan señorial como un Audi clásico, y yo me sentía - he de confesarlo - henchido de orgullo.
Tras forcejear unos instantes con la manilla, conseguí abrir la puerta, y pronto estuvimos de camino al pueblo, felices ambos y frenético yo. Despedía Teresita un olor exquisito, y me atrajo sobremanera que llevara el pelo Rubio intenso en su mayor parte y negro caoba en las raíces, donde nace de natural. Sin duda, la muchacha tenía buen gusto y apetecía de seguir las últimas tendencias de la capital. No me perdía detalle mientras conducía, con breves miradas de soslayo: uñas de un rojo fulgurante, blusa de leopardo con generoso escote y falda breve con medias de mallas. Espléndida y elegante. Sudaba copiosamente mi dama, pero ello no mermaba en absoluto su donaire y delicadeza.
Fue una de tantas miradas la que no me permitió observar el enorme socavón al que caímos directos. El golpe fue morrocotudo, y mi amada soltó un "su puta madre" bien justificado. El pobre y vetusto coche salió del trance con un ruido estruendoso que provenía de abajo y, a los pocos minutos, un sonido de tuercas, cojinetes y arandelas anunció la tragedia: mi pobre Audi se detuvo bruscamente, arrojándonos contra el cristal.
"Pero tendrá arreglo", supliqué.
"Habrá que pedirlo. Esto viene de Alemania"
Lo que había empezado como un sueño, se tornó en pesadilla. Tere, lejos de ser la dulce criatura que yo pensaba, resultó ser un pendón de mucho peligro; y me pasé las semanas esperando anhelante la llegada del diferencial alemán.
Resultó ser un verano horrible.
Todo por culpa del Diferencial Alemán y la Prima de Riesgo.
Antonio Carrillo.