Una sonrisa de verano: La verdadera historia del Diferencial Alemán y la Prima de Riesgo

Publicado el 07 agosto 2014 por Tradux @TraduxNews


Juan me había pedido que recogiera a su prima Teresa, que llegaba en autobús procedente del norte. Nadie más tiene coche, y nunca he sabido decir que no. 

Mala combinación.

Soy el orgulloso propietario de un Audi 100 2.2 E que heredé de mi abuelo. Veinticinco años tiene mi vehículo, y todavía rinde servicio en las comarcales curvas del pueblo. Tiempo ha que dejaron de funcionar cristales eléctricos, limpiaparabrisas y aire acondicionado, y es cierto que algo traquetea la dirección; pero 386.000 kilómetros es mucho trecho, y más teniendo en cuenta el firme irregular que ha debido transitar. Si bien fue diseñado para rodar majestuoso sobre asfaltos impolutos, mi pobre coche soporta una existencia agitada de saltos, giros bruscos y caminos embarrados. Pero nunca ha mostrado reticencia alguna ante las exigencias de una vida rural; antes bien, mi Audi es una institución en el pueblo. Ante cualquier contingencia, siempre acudían a mi abuelo para un traslado urgente a la ciudad.
Heme aquí camino abajo en busca de la tal Teresa, de la que nada sabía. "Es generosa de carnes y tiene el pelo rubio", me había dicho Juan. Pocas indicaciones me parecieron, por lo que pergeñé un plan astuto. Nada más llegar a la estación de autobuses, me situé con un cartón enorme que sostenía en lo alto, en el que podía leerse: "transporte (gratis) Teresa prima de Juan el de la Jacinta".
Al poco, me vi sorprendido por la aparición de una belleza sin par, trigueña la cabeza, enjuta de cintura y generosa de pechos. "Soy Teresa", me dijo la diosa, "y por Dios baja el cartel de los cojones", añadió, con una voz bellísima.
Demudado por tan grata presencia, salí al calor de la calle llevando caballeroso su equipaje. Mi Audi resplandecía aparcado bajo un sol de justicia, justo enfrente. "¿Vamos a ir en eso?" preguntó la futura madre de mis hijos. "En efecto", respondí ufano. Sin duda, no esperaba Teresa transporte tan señorial como un Audi clásico, y yo me sentía - he de confesarlo - henchido de orgullo.
Tras forcejear unos instantes con la manilla, conseguí abrir la puerta, y pronto estuvimos de camino al pueblo, felices ambos y frenético yo. Despedía Teresita un olor exquisito, y me atrajo sobremanera que llevara el pelo Rubio intenso en su mayor parte y negro caoba en las raíces, donde nace de natural. Sin duda, la muchacha tenía buen gusto y apetecía de seguir las últimas tendencias de la capital. No me perdía detalle mientras conducía, con breves miradas de soslayo: uñas de un rojo fulgurante, blusa de leopardo con generoso escote y falda breve con medias de mallas. Espléndida y elegante. Sudaba copiosamente mi dama, pero ello no mermaba en absoluto su donaire y delicadeza.
Fue una de tantas miradas la que no me permitió observar el enorme socavón al que caímos directos. El golpe fue morrocotudo, y mi amada soltó un "su puta madre" bien justificado. El pobre y vetusto coche salió del trance con un ruido estruendoso que provenía de abajo y, a los pocos minutos, un sonido de tuercas, cojinetes y arandelas anunció la tragedia: mi pobre Audi se detuvo bruscamente, arrojándonos contra el cristal.
Alfonso el tuercas acudió con su grúa, y se dispuso a echarle un vistazo de inmediato. En cuanto salió de debajo del vehículo, leí en su rostro serio la gravedad de la avería. "Es el diferencial, está roto"
"Pero tendrá arreglo", supliqué.
"Habrá que pedirlo. Esto viene de Alemania"
Lo que había empezado como un sueño, se tornó en pesadilla. Tere, lejos de ser la dulce criatura que yo pensaba, resultó ser un pendón de mucho peligro; y me pasé las semanas esperando anhelante la llegada del diferencial alemán.
Resultó ser un verano horrible.
Todo por culpa del Diferencial Alemán y la Prima de Riesgo.
Antonio Carrillo.