Antes le podía llamar Jimmy, pero últimamente se le han ido un poco los nervios por ahí y solo deja que le llame James. Quedo con él en un sueño apartado del bullicio principal, fuera del alcance de lo cotidiano, en uno de esos sueños coquetos y tranquilos de una mañana de domingo, cuando intentas cobrarte de cama lo que te ha ido quitando la semana. Elige sentarnos al sol del mediodía, ni demasiado fuerte ni demasiado flojo en esa mañana tranquila de sueño. Pedimos un par de cafés, yo con leche en taza de desayuno con dos de azúcar, que ni en los sueños cambio, y él solo y doble, sin azúcar ni leches, figuradas ni reales.
-Morirse es un coñazo -es lo primero que me dice…
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