Sebastián Borensztein dirige esta comedia con tono y ritmo admirables, soltando a tiempo cada miga de información que trama y espectador van requiriendo. Se sirve de un surrealismo fresco que entrevera en el costumbrismo atemporal propio de las fábulas, potenciado por una cuidadísima dirección de arte y por la música de Lucio Godoy. Gracias a estos tintes podremos creer en las casualidades, por muy aleatorias que resulten ser.
Ricardo Darín, excelente dando piel a Roberto, es la clave del humor en esta película. Gruñón con buen fondo, verá alterado su equilibrio cotidiano y no podrá remediar tener que volcarse en la ayuda al desamparado. La reacción ante lo inesperado será para él forzosa. Y balsámica.
Estamos habituados a los finales de Hollywood. Es más, solemos desear que haya cierres por el estilo. Tal vez uno de ellos aparezca en Un cuento chino, tras haber seguido un hilo lleno de nudos de aislamiento y desesperanza.
Es esta una historia acerca de la rotura de las cadenas que nos atan al pasado. Es este un reencuentro con la vida para quienes se han desentendido de ella. Cuento o fábula, qué más da.