Una ventana a la felicidad

Por Candreu

Esta semana además de un par de sesiones en Madrid para la división de Salud Animal de Pfizer y para los padres del Colegio Montealto; en Zaragoza y en Pamplona, en la jornada “Te vamos a poner a trabajar” organizada por la Casa de la Juventud y el Ayuntamiento de Pamplona hemos tenido sobresalto familiar. Mariola, mi hija pequeña, de dos años, ha estado ingresada en la Clínica por una neumonía. Gracias a Dios todo ha salido bien e incluso ya ha vuelto a ir al cole.
Pero hemos pasado unos cuantos días a su lado en el hospital. Le gustaba mucho por las mañanas, al despertarse, salir a la ventana del pasillo y puesta en pie sobre el alféizar interior de la misma esperar mirando los coches hasta ver pasar el autobús que llevaba al colegio a sus hermanas. Allí, mientras Pamplona se despertaba, me acordé de esta historia:
Hace tiempo que dos hombres con graves enfermedades compartían una habitación pequeña en un gran hospital. Pese a las reducidas dimensiones de la misma, tenía una ventana que miraba al mundo. Uno de los hombres, el que se encontraba mejor y que ocupaba la cama situada junto a la ventana, podía sentarse durante una hora al atardecer. El otro hombre debía pasar todo el tiempo acostado boca arriba.
Por las tardes, cuando el hombre se incorporaba y miraba por la ventana, pasaba toda la hora describiendo a su compañero todo lo que veía fuera y todo lo que pasaba en ese trozo de mundo. Al parecer, la ventana daba a un parque en el que había un lago. En él había patos y cisnes y los chicos se acercaban para arrojarles pan y hacer navegar sus barquitos. Los enamorados caminaban tomados de la mano junto a los árboles y había flores, césped, areneros y juegos. Y al fondo, detrás de la hilera de árboles, se veía un espléndido panorama de la ciudad recortada contra el cielo.
El hombre acostado escuchaba las descripciones que le hacia el otro hombre, disfrutando cada minuto. Viendo con los ojos de la mente todos aquellos acontecimientos: un chico que casi caía al lago, lo guapas que estaban las chicas con sus vestidos de verano, los vivos colores de las flores... Una tarde, mientras disfrutaba de aquellas descripciones pensó: ¿Por qué el hombre de la ventana debía tener todo el placer de ver lo que pasaba fuera? ¿Por qué él no no iba a tener derecho a mirar también?. Quería pedir el cambio de cama. Lo había decidido. Al día siguiente por la mañana lo pediría a la supervisora de planta.
Aquella misma noche, mientras le daba vueltas a la cabeza pensando cómo plantear su propuesta, el hombre de la ventana se despertó de repente con tos y ahogos. En apenas treinta segundos y sin que pudiera alcanzar el botón para llamar a la enfermera, su respiración de detuvo.
A la mañana siguiente, cuando entró la enfermera en la habitación encontró al hombre muerto. Le tapó la cabeza con la sábana y en silencio se llevaron su cadáver. El hombre preguntó entonces si no podían cambiarlo a la cama que estaba al lado de la ventana. Lo trasladaron, lo instalaron y lo pusieron cómodo. En cuanto los enfermeros se fueron, con dificultad y laboriosamente se incorporó y se asomó por la ventana. Enfrente apenas a medio metro había una pared blanca que lo ocupaba todo.
Hay gente que vive para hacer feliz a los demás a pesar de las dificultades... ¿Te unes a ese club?.