Una vez más

Publicado el 25 abril 2010 por Kotinussa

Me había prometido que esta vez dejaría pasar el tema, convencida de que en estos dos o tres últimos años la gente en general y los políticos en particular se habrían informado mejor y, sobre todo estos últimos, se habrían bajado de su pedestal de soberbia para reconocer que estaban equivocados. Pero he oído y leído tantas barbaridades en los últimos días que sólo pueden ser fruto de una profunda ignorancia o, si esta no existe, de una manifiesta mala fe, sin descartar la confluencia de ambas.

Finalmente, después de que Princesa planteara el tema en su blog, empecé dejando un comentario, pero a causa de algún comentario posterior al mío me sentí obligada a intervenir de nuevo. Finalmente, como no me gusta dejar los temas a medias y los que me leéis a menudo sabéis que me gusta defender mi opinión con hechos objetivos y datos, me he decidido a escribir una entrada sobre el asunto, porque desarrollar el tema en los comentarios del blog de otra persona me parece un abuso. Si alguna persona ha leído ese comentario, ruego me disculpe la repetición de algunos párrafos.

Me refiero a todo lo que estos días se ha dicho en periódicos, blogs, ante micrófonos o ante cámaras de televisión sobre la dichosa polémica del velo islámico a cuenta del caso de la niña del instituto de Pozuelo. Se han repetido hasta la saciedad mentiras, tópicos y comparaciones disparatadas. Y mientras haya personas que se obstinen en ocultar o tegiversar la verdad, yo insistiré en exponer mis conocimientos, mis hechos y mis datos.

Empiezo por los antecedentes. Desde el año 1983 me dedico a estudiar la cultura musulmana, en principio por mi dedicación a un trabajo de investigación arqueológica que culminó en mi tesis de licenciatura. También en 1983 empecé a viajar a países musulmanes. En primer lugar Egipto, y después Jordania, Siria, Iraq, Yemen, Pakistán, Líbano, otra vez Siria, Palestina y Turquía. Entre esos viajes viajé también a otros países que, sin ser mayoritariamente musulmanes, cuentan con una no despreciable presencia de esta cultura, como India (en dos ocasiones) o Uzbekistán. No fueron viajes turísticos, sino viajes de estudios, acompañada de personas especializadas, fuera de las rutas de los tours habituales, donde tuve ocasión de tratar con personas de estos países muy formadas.

Mucho antes de que en occidente se supiera lo que era un burka, yo ya había experimentado lo que era llevar uno. En 1994, estando al norte de Pakistán, muy cerquita de Afganistán, me probé esta prenda por sentir la experiencia, y puedo asegurar que es algo que no se puede explicar con palabras. Cuando, después de 1988, año de mi primer viaje a Siria y Jordania, estuve segura de que iba a volver a visitar países musulmanes me hice mi propio chador, ya que prefería usar uno que sólo hubiera tocado mi cabeza antes que ponerme uno que hubiera sido usado por cientos de personas. Por dos veces me cubrí con el chador para poder entrar en la mezquita mayor de Damasco, y una vez me arriesgué a sufrir un serio disgusto haciéndome pasar por chiíta con él puesto, con tal de poder entrar, a escondidas, en la mezquita Khadimiya de Bagdad. Cuando me he visto en la disyuntiva de tener que lucir esa prenda si quería entrar en determinados edificios lo he hecho, pero porque sabía que era cosa de unos minutos solamente. Y además todo eso me da bastante ventaja sobre la gente que habla del tema sin haberlo experimentado.

Todo ello, unido a muchos años de estudio, y a muchas conversaciones con personas perfectamente documentadas me permiten afirmar lo siguiente:

- Es aburdo convertir este tema en una cuestión religiosa. Mientras en algunos países musulmanes no puedes enseñar ni los ojos (en Yemen las mujeres llevaban hasta guantes negros), te puedes pasear tranquilamente en bikini por las playas de Túnez. Cuando estuve en Iraq yo parecía una monja en comparación con las muchachas iraquíes. Cuando llegaba el fin de semana se lanzaban a las discotecas y a los lugares de diversión con seis kilos de maquillaje en la cara, vestidos tipo occidental (aunque de mal gusto y colores chillones) y taconazos de diez centímetros (de peor gusto todavía y colores tan chillones como los vestidos). Países donde se profesa la misma religión tienen costumbres muy distintas en este sentido.

- Es absurda la comparación entre el velo islámico y un crucifijo cristiano que muchas personas llevan al cuello. El velo islámico es un signo de sumisión, signfica que eres un ser vivo pero no pensante, no libre, no igual a los demás. Significa que eres un ser lujurioso (en muchos lugares el hecho de que las mujeres dejen ver incluso solamente el nacimiento del pelo se considera una muestra de lujuria) que tienes la maldad de tentar a los pobrecitos hombres, que se ven forzados, contra su voluntad, a hacer cosas muy feas.

- La raíz del problema es que, desde siglos antes a la existencia de la religiones cristiana o musulmana, en muchos lugares el honor de la familia entera descansaba por completo en las mujeres, aunque fueran unas niñas. Ahora mismo, en los países a los que nos referimos, el padre de familia puede ser un borracho, un estafador, un ladrón y un auténtico canalla, pero lo que avergonzará finalmente a la familia es que a la niña de la casa se le vean las coletas. Este concepto del honor era extensivo a muchos lugares, sobre todo del ámbito mediterráneo, pero mientras en algunos lugares hemos evolucionado en nuestra mentalidad, en otros no.

- El uso del velo no puede ser tratado o debatido por separado. Forma parte de un bloque de muchas cosas, que configuran una forma de vivir. Si a una niña, a partir de determinada edad, la obligan en su casa a llevar el velo (aunque ella crea que lo hace por propia voluntad, dado el lavado de cerebro que sufre desde su nacimiento), también le prohibirán hacer deporte, bañarse en una piscina, ir a clases de baile o a muchas otras actividades extraescolares. Los padres exigirán comedores separados para niños y niñas en los comedores escolares, y muchos alumnos varones se negarán a que una profesora les dé clase o instrucciones de cualquier tipo. De hecho, estas cosas ya han ocurrido en Francia y en España.

De ese mismo bloque forma parte el tema de los matrimonios forzados. Como la chica es un objeto, el padre dispone libremente de su persona. Los que nos dedicamos a la enseñanza estamos cansados de ver como, en un país donde la enseñanza es obligatoria hasta los 16 años, muchas chicas desaparecen de clase hacia los 14 años. A veces no vuelves a saber de ella; a veces te enteras de que su familia la ha llevado a Marruecos y la ha casado con un señor de 60 años. A este respecto, os recomiendo que leáis este post donde una bloguera transcribe la conversación oída en la puerta del instituto de sus hijas, entre un profesor y su alumna.

Pero esto no es nada. Si una boda forzada a los 14 ó 15 años os parece una barbaridad, ahí tenemos el caso del Yemen, donde ocurren cada día auténticas barbaridades. Porque allí no existe una edad mínima para contraer matrimonio, así que casan a las niñas con 10 u 11 años, y tan tranquilos. El resultado, aparte de la infelicidad personal, es que muchísimas niñas mueren de parto antes de haber cumplido los 14 años y otras ni siquiera superan la “noche de bodas”, donde un bestia las destroza impunemente, porque para ellos no es una persona, sino un trozo de carne sin derechos que ha pasado a ser de su propiedad.

Últimamente están surgiendo asociaciones de valientes mujeres yemeníes que se están encargando de sacar a la luz los casos más escandalosos, pero no llegamos a conocer más que la punta del iceberg. ¿Queréis ejemplos? En diciembre de 2007 UNICEF declaró como mejor foto del año una que reflejaba el matrimonio en Afganistán entre una niña de 11 años y un hombre de 40. Es la foto que ilustra este post. Creo que la cara de la niña lo dice todo. La foto forma parte de una colección que la fotógrafa Stephanie Sinclair realizó durante dos años en Afganistán, Etiopía y Nepal. Estos países fueron escogidos para demostrar que la cuestión de los matrimonios forzados no responde a motivos religiosos, sino que es producto de la valoración de la mujer como un objeto, lo que corrobora mi afirmación expuesta más arriba.

En septiembre de 2009 una niña de 12 años, casada a los 11, moría desangrada tras tres días de parto; en abril de 2010 una niña de 12 años murió tres días después de su brutal “noche de bodas” tras ser atada y repetidamente violada por su “amoroso” marido, incluso después de perder el conocimiento. Y así podríamos seguir hasta la saciedad. En resumen, hablar del tema del velo islámico como algo separado de todo lo demás que conlleva nos dirige hacia el error más absoluto.

Así que, admitimos el bloque entero o la cosa no tiene sentido. El velo es un eslabón de una cadena, y no puede separarse del resto de los eslabones.

Estas niñas que surgen de vez en cuando en los institutos de España desde el primer caso que recuerdo, en 2002, son peones utilizados por diversos colectivos para echarle un pulso al gobierno, para ver si nos acojonamos en nombre del “respeto a las diversas culturas”, para ver hasta dónde pueden ir tirando de la cuerda. Son utilizadas de la misma forma que los pobres desgraciados a los que ponen un cinturón de explosivos y envían a una estación de autobuses.

En vez de opinar sobre cosas que no conocemos, escuchemos a las protagonistas que han logrado liberarse del lavado de cerebro. En Francia, uno de los grupos más beligerantes contra el velo es un sector feminista juvenil de SOS racismo, llamado “Ni putas ni sumisas”, cuya fundadora, Loubna Meliane, es una joven, hija de inmigrantes musulmanes. Para ellas la cuestión no admite dudas, el velo es signo de sometimiento de la mujer y por tanto inaceptable.

En lugar de eso, en España nos colocan en La Noria a Mª Antonia Iglesias y a Enric Sopena defendiendo que el padre de la niña tiene derecho a obligarla a llevar velo, para eso es su padre. Es curioso que esas mismas personas defiendan que un padre no tiene derecho a oponerse a que su hija adolescente aborte o tome anticonceptivos. Debe ser que hay padres y padres, e hijas e hijas. Desde hace algún tiempo vengo oyendo que estamos consiguiendo mayor igualdad a costa de perder libertad. Pero esto lo contradice. Ni libertad ni igualdad.

A todo esto, la Ministra de Igualdad, bien calladita.



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