Una vida cualquiera en La Habana

Publicado el 26 septiembre 2015 por Ángel Santiesteban Prats @AngelSantiesteb

Rolando nunca quiso riqueza, según desde el punto de vista en que se mire, pues desear una pitusa, unos buenos tenis y algunos pulóveres de marca, ya conlleva un sacrificio extra al cotidiano. Es salirse, por “ambición”, de las posibilidades que, por lo general, marcan o rigen un comportamiento del cubano medio.

Graduarse en enfermería a pesar de la pésima alimentación que soportó en los estudios, el poco disfrute de esos años de juventud, y la humillación de que su abuela lo mantuviera con su precaria pensión, lo hizo transitar ese camino anhelado de lo “fácil”, y una vez abalado su título al culminar su servicio social, sacó cuentas de las malas noches en los cuerpos de guardias hospitalarios, la pésima atención como profesional, el sueldo ineficaz, entre muchas razones, y aceptó la invitación para conocer a un viejo pero interesante extranjero que le ofrecía, por una noche, el salario de varios meses.

El joven Rolando es asiduo al muro del malecón, discotecas, bares gay, al pedazo de playa “Mi Cayito”, y a cuanto espacio le sirva de pesca homosexual. Mientras, permanece colgado en la pared su título de enfermero. Al menos fue la manera que pudo cumplir con su abuela, que no alcanzó a ver su cambio de oficio y la vida próspera que vive ahora. A ratos le lleva flores al cementerio y muy bajito, casi al oído de su espíritu, le suplica perdón.

–Esta es la vida de mierda que me tocó vivir –dice resignado mientras chupa su cigarro–. Mi abuela tiene que entenderme en el lugar que se encuentre… Sabe que lo intenté todo y nada resultó.

Y echa a caminar por el borde del malecón mientras las luces de las farolas le dibujan sombras que arrastra como el calvario de su propia vida.

Ángel Santiesteban-Prats

Habana, 23 de septiembre, “libertad” condicional.