Me he mimetizado tanto con las series de televisión que veo, que ya no recuerdo muy bien si nací en Madrid, España, o en Cicelly, Alaska. De lo que estoy seguro es que, ese año en concreto (lo he mirado en Internet), se estrenaron series en nuestra querida televisión española como, Aventuras y desventuras de Mateo, Los Paladines, Buenas noches, señores, o Historias de Juan Español, que a mi obviamente no me dicen nada (estaba ocupado naciendo), pero que sin embargo seguro que alguna de ellas a mis padres supongo les sonaran de algo. A lo que vamos. Mis primeros recuerdos delante de un televisor posiblemente sean viendo algo tipo de
Mazinger Z, o
Marco, de los Apeninos a los Andes (vaya dramón), con lo cual mi virginidad seriéfila aún estaba tan intacta como lista para ser mancillada por ficciones con intenciones más oscuras y perturbadoras. Una de estas series,
Starsky y Hutch (ríete tu), llegó unos años más tarde, donde me topé, casi sin querer, con un episodio de un asesino en serie, que recuerdo me hizo dormir agazapado en mi cama y con la luz encendida durante muchas semanas después de haber visto dicho capítulo. Visto ahora seguro que será una chorrada del tamaño de un piano, pero para la mente de un niño os aseguro que fue toda una monstruosidad digna de cualquier gran película de terror. Aunque no sea capaz de recordar ni una sola de sus imágenes, aún puedo sentir y hasta oler el miedo que despierta dicho recuerdo en mí. Para quien quiera seguirme, continuemos tras los puntos suspensivos…
"La foto habla por sí misma. Eso sí,
Diana fue uno de mis primeros iconos sexuales"
Pero repasando en mi cabeza momentos catódicos más agradables, recuerdo sin duda alguna que mi primer acontecimiento seriéfilo por excelencia fue el estreno de la serie
V (la original). Para mí que el universo entero se detenía con cada episodio que se estrenaba, ya que recuerdo perfectamente la soledad de las calles de mi barrio como si fuera la famosa escena de la Gran Vía de la película de Amenábar, Abre los ojos. Hasta que llegaron los lagartos mis intereses televisivos posiblemente se reducían a
La Bola de cristal,
Verano azul (con la que lloramos toda España),
Pipi Calzaslargas,
D'Artacan y los tres mosqueperros,
Willy Fog en versión animal (no sé por qué me dio por los animales habladores), y tal vez
David el Gnomo para los días de tristeza infantil. Con V se me abrió todo un mundo de posibilidades, y con ella (o tras ella, las fechas me bailan) llegaron series más interesantes como
El gran héroe americano,
Los ángeles de Charlie,
Colombo,
Se ha escrito un crimen,
La ley de los Ángeles, o
Fama, que empezaron a poner los primeros cimientos de una pasión agazapada que despertaría muchos años más tarde en una lejana galaxia televisiva habitada por “perdidos y sopranos”. De entre todas las que puedo alcanzar a recordar de esa época, las que mayor calado me dejaron fueron
Remington Steele, por el encanto y química de su pareja protagonista, y sin duda
Corrupción en Miami y
Canción triste de Hill Street, las cuales supusieron para mí un antes y un después en mi visión de lo que sería una televisión más profunda y adulta.
"A veces era rara de narices, y sin embargo
seguía cautivándonos por completo"
Pero justo antes de la segunda gran explosión catódica de mi vida, de la que os hablaré más adelante, recuerdo con gran nostalgia y anhelo una serie de animación llamada
Los osos Gummi, (qué mal ha envejecido la pobre). Por aquel entonces Los muñecos de
los fraguels me lo habían hecho pasar estupendamente, pero no fue hasta que llegaron esos osos saltarines y aventureros que mi imaginación comenzó a disparase como un cohete. Y tras ellos la primera de las revoluciones seriéfilas. Si con V la caja tonta se me hizo mucho más que visible y cercana, con
Twin Peaks llegaron las primeras verdaderas adicciones televisivas. Para los más jóvenes, habría que recordar que antes de la serie de David Lynch no había nada ni tan siquiera parecido a aquello. Recuerdo perfectamente a mi hermana y a mí, medio escondidos en el sofá, cogidos de la mano, impacientes y expectantes, hipnotizados por los acontecimientos que estaban ocurriendo en el capítulo de turno que tocara esa noche. Posiblemente era la primera vez que nos fascinaba una serie a toda una generación, y de haber habido Internet en aquella época seguro que su alcance a nivel fan hubiera sido tan grande o más como lo fue el de Perdidos años después.
"Doctor en Alaska se convertía en un "cálido" refugio
donde olvidarse del mundo exterior"
Y de ahí surgió la primera gran época de la televisión, que para mi fueron sin duda las grandes comedias de situación. Con
Cheers,
Friends (un poco después),
El príncipe de Bel Air,
Murphy Brown,
Roxane,
Padres forzosos,
Los problemas crecen y hasta
Primos lejanos, llegaron mis primeras carcajadas junto a mis primeros amoríos de largo recorrido.
Búscate la vida,
Los Simpson, y
El Show de Benny Hill se convirtieron inmediatamente en series de culto para mí y mi pandilla, a las cuales se les unieron algo más tarde
Doctor en Alaska y
Frasier (¿la mejor sitcom de la historia?), sin duda las primeras grandes series que llegaron y se quedaron en mi vida para siempre. Entre medias también hubo otras más superficiales como
Sensación de vivir,
El Equipo A, o
Los vigilantes de la playa, de las cuales por extraño que parezca no me perdí ni uno solo de sus capítulos, y sin embargo, dejé pasar otras tan idolatradas o sin duda mejor valoradas como lo fueron en su momento
Expediente X o
Urgencias. Para bien o para mal, así de extrañas eran las decisiones de un seriéfilo en ciernes de aquellos tiempos.
Y de esa manera, serieando aquí y allá, finalmente llegué hasta
Los Soprano, y
Perdidos. Con ellas dos, la ficción televisiva se volvió imprescindible en mi vida, y tras ellas ya nada volvió a ser igual ni a uno y al otro lado de mi televisor. Hasta aquí una vida en series. Lo demás es sólo historia reciente de la televisión de nuestros días. Fin.
Post-data: Que me perdonen todas aquellas fantásticas series que pasaron por mi vida y que no he sido capaz de recordar en este post.