Hace tiempo ya que visité esta vieja necrópolis y lo hice con intención de encontrar el único vestigio masónico que queda en cl campo funerario el de Juan Rios, que por cierto tiene toda una leyenda, pero esa será otro día ya que merece toda una entrada.
EL post de hoy es para mostrar algunas de las singularidades de dicho camposanto.
En el barrio ovetense de San Lázaro comienza una subida, en dirección a San Esteban de las Cruces, que, después de un 1 km, encuentra, a la derecha, un desvío hacia el cementerio de San Salvador (1885). Privilegiadamente instalado sobre una pequeña y prolongada altura de la ciudad (zona sur), por entonces conocida como El Bosque, constituye, sin duda, un buen exponente de la arquitectura funeraria decimonónica, perfecto reflejo, a su vez, de la estructuración social imperante.
Meritorios son los dos pórticos: el del cementerio civil (una extraordinaria creación de Javier Aguirre), apoyado en columnas de estilo dórico, semeja un templo griego; el otro, en el cementerio religioso, debido a Juan Miguel de la Guardia, lo componen cinco arcos, siendo el central apuntado, de mayores dimensiones y con columnas de capiteles adornados por motivos florales; lateralmente, este pórtico dispone de dependencias administrativas y casa para sepultureros.
La avenida central se extiende entre el pórtico y la capilla, ésta de estilo ecléctico; en este punto llaman poderosamente la atención los grandes panteones: el de la familia Masaveu, obra clasicista de Nicolás García Rivero, provisto de templete techado por cúpula y frontón, además de una escultura de Cipriano Folgueras (ángel con trompeta); así como los de los Caicoya y Herrero, realizaciones neogóticas de J. M. de la Guardia, o el monumento fúnebre al Cabo Noval, que lleva la firma de Víctor Hevia.
Entrada principal y paseo que se abre tras ella
Matrimonio Roel