Unas alas y una plegaria

Publicado el 14 marzo 2013 por Jesuscortes
La nobleza y la rebeldía, la clarividencia y la emoción que le fueron insufladas y devolvieron esplendorosamente las imágenes de "The sunchaser", el último - y si no media milagro, final - largometraje de Michael Cimino parece que no han sido suficientes.
¿Alguna vez lo habían sido?
Las ideas - irrealizables o no y ese orden es legítimo: primero las utopías -, la poesía, la expresividad, la fuerza visual, la audacia, todas las cosas que una vez más pudo acreditar Cimino que era capaz de transmitir, fueron de poca utilidad.
La "tercera fase" (primero el castigo ejemplar y después el reforzamiento puntual del criterio original, mientras haya memoria) de la purga a la que le condenaron a principios de los 80 con motivo de aquella estrafalaria idea que tuvo con su "Heaven's gate", la de aprovechar todos los medios del mundo a su alcance para decir sólo lo que pensaba él (a saber: el paso de los años diluye poco a poco las responsabilidades y se va alcanzando ese estado ideal en que nadie ha tenido la culpa de nada), llega, con la platea de Venecia a sus pies, por lo menos diecisiete años tarde.
Por aquel 1996 la tónica era la habitual.
Sembrada en los lugares convenientes, se repitió con "The sunchaser" en todas partes la retahíla de pruebas circunstanciales que trataban de endosarle el cadáver de su caída en desgracia: volvieron otra vez los recordatorios a aquella vieja grandeza, propiciada esa vez sí por la sagaz inversión hecha, de su película filmada casi treinta años antes ("The deer hunter", su salvoconducto a la gloria, dilapidado), hubo mofas a sus títulos de crédito y efectos especiales, que tenían la desfachatez de ser baratos, no faltaron referencias a lo poco adecuado de contar con un actor presumiblemente tan malo como Woody Harrelson y con secundarios desaprovechados (Anne Bancroft como hippy chiflada; nadie debió reconocer a Harry Carey Jr. como empleado de gasolinera), una ineludible nota sobre la BSO de Maurice Jarre sucedánea de John Williams y desde luego se apreció un consenso general sobre ese guión lamentable.
Dicho esto, de tan poco sirve a la hora de abordar un film como "The sunchaser" tener en cuenta las malas críticas que recayeron sobre él, como mirarlo desde un ángulo apropiadamente victimista, queriendo entrever lo que pudo y debió ser o hasta lo que "merecía" su autor fuese.  
La premisa de la que parte ciertamente no es gran cosa, no crea una gran expectativa y rápidamente se agotaría de no ser porque Cimino era muy consciente de que nunca es suficiente con centrarse en los matices que pueden embellecer u otorgar profundidad a cualquier film.
Una historia como esta, de "reencarnación" y segundas oportunidades, de recuperación de la humanidad y el coraje, de la vista incluso, tras años de ceguera moral... Asuntos espinosos por inverosímiles o por ser "casos aparte" que, o tienen un muy preciso esqueleto y objetivos, o están abocados al episodismo, una variante a veces brillante pero que no logra enmascarar del todo un cierto fracaso.
Opta Cimino por imponer muy sutilmente una visión integral de lo narrado, un sentido que presidiera y recondujera cualquier meandro, quizá convencido de que el resultado se iba a parecer poco a la mejor versión posible del film que soñaba en su cabeza. Conociéndole un poco, hubieran hecho falta más y mejores condiciones, alguna probablemente innecesaria o exagerada, pero con la que alguien tan atípico y particular, se hubiese sentido cómodo.
Lo que brilla intensamente en las prolijas y pausadas imágenes de "Two rode together" de John Ford o en las breves y heterogéneas páginas de "What we talk about when we talk about love" de Raymond Carver por citar dos ilustres (y casi complementarios) faros de su camino, raramente iba a aparecer en un film suyo de 1996, pero no por ello bajó los brazos y levantó la mirada sólo cuando encontró algún buen asidero aislado con el que lucirse, esperando que su público pensase que del resto, poca culpa tenía.
Otros tratan de llevar estos films que enfilan un clímax casi místico, equilibrando los tonos como si de una fórmula matemática se tratase (cada diez minutos una sonrisa, cada veinte una punzada), les va mejor en taquilla y no tienen ni detractores, pero no es el caso de Cimino, que se tira sin paracaídas desde el filo de navaja de la emotividad sin ambages y no se vale de falsas idealizaciones muy convenientes de personajes o  situaciones. 
Blue, el adolescente encarcelado por asesinar a su padrastro, enfermo de cáncer, que incorpora John Seda, (un actor ostentosamente mucho mayor de esos dieciséis años) una montaña de músculos negros (de adopción: la Avenida Hazards, al norte del violento barrio de South Central) y rojos (de ascendencia: su padre real era navajo) sin más "cultura" que la que se filtra por las rimas del héroe rapper (que en pocos meses por cierto sería mito) Tupac, muy primarias certezas y malas palabras, tiene un sólo sueño, no morir sin llegar al Dinétah de sus antepasados.
Su anhelo sin embargo es una simple escapatoria, sobrevenida por la cercanía de su final y nada espiritual ni mucho de auténtico hay en él. Es un asesino por mucho que aquel tipo al que descerrajó un tiro en la cabeza fuese despreciable. Si se trata de una víctima, es parte de una cadena en que todos son también verdugos. Es además muy joven y como tal, hace ostentación chabacana de la "jungla" a la que sobrevivió cuando pasan al lado de una matanza en plena calle subidos a un Porsche, una escena alucinada y casi de musical, que parece sacada de "The sicilian".
La belleza no le rodea ni le habrá rondado jamás, con lo que las palabras que lee en el librito que obsesivamente consulta, ese que habla de la montaña mágica, el Dibé Nitsaa, donde se encuentran las aguas del lago que sanaba a su pueblo navajo, le confortan. La primera vez que lo vemos ojearlo, Cimino hace un encadenado visual entre la foto de su montaña anhelada, recorrida por el objetivo hacia su cima y la gran ciudad que se ve por el parabrisas al fondo, acercándose, donde un exitoso oncólogo - una vida de lujo edificada sobre el placebo - debe reconocerlo para constatar lo rápido que se extiende su tumor. La belleza pertenece a otros. Yace donde duerme plácidamente acolchada entre peluches la hija de ese Dr. Reynolds, un tipo al que Cimino presenta cantando una cancioncilla funky (de cuando escuchaba música en Harvard en los 80, extemporánea y desconectada de la realidad en oposición a lo que conoce Blue pero que ha hecho suya y Cimino se la "devuelve" con los créditos finales) en el estéreo de su deportivo, agobiado por su estúpida mujercita, que se ha encaprichado en una casa que dicen perteneció al productor Hal Roach. Reynolds es bastante poca cosa y sólo está seguro de sí mismo en su ambiente de corrillos de hospital y restaurantes de moda. Sólo rompió un plato cuando era un niño y se ha convertido en un trauma que no quiere olvidar del todo (el anillo) pero tampoco cree deba resolver ni revivir. Quizá inspiró una vocación que ahora le permite vivir muy bien y lo da hasta por bueno. Ninguno de los dos sin embargo son los protagonistas del film, por mucho que copen la práctica totalidad del metraje y Cimino les "permita" explayarse a gusto, que sean y hagan lo que les plazca pero que también enfrenten la hostilidad de la naturaleza y las circunstancias adversas como puedan. No son más que sombras porque la aventura en estos tiempos ha quedado relegada a no mucho más que una concatenación de contratiempos. A partir de la mitad y más intensamente aún en el último tercio del film, el intercambio de vivencias les ha hastiado y no les ha convertido en héroes (televisivos por supuesto). La estructura del film, que parecía demasiado imprecisa, se percibe entonces inteligente y valiosa, redoblándose la importancia de cada detalle antes dado por insustancial.
Blue y Reynolds simplemente se han esfumado ante nuestros ojos y se han corporeizado las proyecciones que Cimino consigue desenterrar de arquetipos aún posibles. Con ellos sí se implica Cimino, para ellos si está dispuesto a entregarse a la fantasía y la lírica.
Ser "todo un hombre", un mensch como decían en "The apartment", sacrificarse por algo en que se cree o se debió haber creído, escalar a una cumbre imposible que seguramente no ofrece nada por el hecho de sentir que debe coronarse, jugarse la reputación por un amigo, quebrantar la ley por una buena causa o burlarla campo a través en una de las cabalgadas (con cadillac) más emotivas de la historia del cine... en esos gestos, a menudo desesperados, está el alma de la película.  Tal vez no valga la pena filmar ninguna historia si no lo vale esta.