[Lo que sigue es una serie de extractos de "Ciencia: ¿grupo de presión política o instrumento de investigación?", de Paul Feyerabend, incluido en su libro Adiós a la razón]
a) ¿Qué es ciencia?
b) ¿Qué es lo que hace que la ciencia sea tan importante?
[…]
La cuestión a) supone que todas las disciplinas científicas en todos los estadios de su historia tienen en común ciertos rasgos y que estos rasgos pueden ser identificados, descritos y comprendidos independientemente de la complejidad de las prácticas a que pertenecen.
Esta es una suposición completamente ingenua. Incluso una mirada superficial sobre el estado actual de las ciencias muestra una multitud de ideas, métodos, preferencias y aversiones que resiste todo intento de unificación teórica.
[…]
Hay dos cosas obvias: la respuesta no puede ser una contestación abstracta, y no puede restringir investigaciones futuras. Todo lo que podemos decir es: éstas son las ideas existentes hoy (y habrá muchas ideas conflictivas sobre ellas), éstas son las razones (frecuentemente muy distintas) por las que otros científicos las rechazan, éstas son las formas en que muchos científicos (pero, desde luego, no todos) delimitan y valoran la investigación. Pero nuevas ideas y nuevos modos de hacer ciencia pueden estar ya a la vuelta de la esquina.
[…]
Si la ciencia está abierta a todo cambio, si hay ideas y pautas incompatibles con cierto estadio científico que todavía pueden imponerse y transformar la ciencia –lo que ha sucedido numerosas veces en la historia de las ideas científicas—, entonces el examen científico de las nuevas sugerencias y de los mitos antiguos no puede consistir simplemente en compararlos con este estadio del conocimiento y recharzarlos cuando no encajan. Hay que permitir que los mitos, que las sugerencias lleguen a formar parte de la ciencia y a influir en su desarrollo. No sirve de nada insistir en que carecen de base empírica, o que son incoherentes, o que tropiezan con hechos básicos. Algunas de las más bellas teorías modernas fueron en su día incoherentes, carecieron de base y chocaron con los hechos básicos del tiempo en que se las propuso por primera vez. Tuvieron éxito porque se las usó de una forma que ahora se niega a los recién llegados.
Después de todo, la base evidencial, la adecuación a lo fáctico, la coherencia son algo producido por la investigación y, por tanto, algo que no puede imponerse como precondición de ella. […] Rechazar una hipótesis por estar en pugna con hechos bien establecidos favorecidos científicamente significa empezar la casa por el tejado. El conflicto muestra que no concuerdan los hechos y la hipótesis. Pero no muestra que los hechos no puedan ser abatidos por la hipótesis.
Tampoco es posible rechazar un punto de vista por haber sido examinado ya, y, si ha fracasado para la ciencia de hoy, no es la ciencia la que lo hace fracasar. La ciencia moderna está llena de ingredientes que frecuentemente fracasaron en el pasado. La filosofía del atomismo ofrece un buen ejemplo. Fue introducida (en Occidente), en la Antigüedad, con el propósito de “salvar” macrofenómenos tales como el del movimiento. Fue asumida luego por la filosofía de Aristóteles dinámicamente más sofisticada, volvió con la revolución científica, fue considerada como un monstruo antediluviano a fines del siglo XIX (en el continente europeo, no en Inglaterra), tuvo un regreso triunfal al cambio de siglo sólo para volver a quedar de nuevo restringida por la complementariedad.
[…] Una ciencia interesada por encontrar la verdad debe retener todas las ideas de la humanidad para su posible uso, o, dicho de otra forma, la historia de las ideas es un constitutivo esencial de la investigación científica.
Recíprocamente, un debate que elimina ideas por estar en pugna con concepciones populares científicas (principios, teorías, “hechos”, estándares) no es un debate científico, no puede invocar la autoridad de la ciencia en favor del modo con que se trabaja, y una victoria ganada en el curso de dicho debate no es una victoria de la ciencia, sino de aquellos que han decidido convertir el estado transitorio del conocimiento en un árbitro permanente de disputas. O, para describirlo de otra manera, se trata de una victoria de los que han decidido convertir la ciencia de instrumento de investigación en grupo de presión política.
[…] Incluso la idea aparentemente menos esperanzadora puede finalmente convertirse en un principio científico básico; y el principio aparentemente más fundamental puede revelarse como un disparate. Y no olvidemos que las pautas según las cuales enjuiciamos un logro son precisamente tan móviles como el logro enjuiciado. […] Cualquier idea que en determinado momento queda fuera de la ciencia puede llegar a convertirse en un reformador potencial de la ciencia, y cualquier idea “científica” puede también terminar su vida en el montón de desperdicios de la historia.
Por otro lado, está claro que los científicos no poseen ni el dinero ni la fuerza para exponer su campo de trabajo a la enorme cantidad de ideas que han sido creídas y respetadas en las sociedades en que viven. Tienen que seleccionar, tienen que hacer una elección, tienen que eliminar sugerencias sin haberlas examinado de la forma que acaba de describirse. Aquí la ciencia no se diferencia de la vida cotidana. Nosotros también elegimos profesiones, campos de interés, pareja, países, tomamos decisiones que nos afectan a nosotros mismos o a otros de una forma fundamental sin un detallado estudio de todas las rutas, pero rechazamos otras simplemente, sin arrojar ni una mirada en su dirección, y esto es lo adecuado, pues todavía no han tenido éxito los hombre sabios de todos los tiempos en iniciar siquiera un estudio completo de todas las posibles historias vividas.
La analogía entre la ciencia y la vida va más allá. La decisión de pasar por alto posibilidades importantes conduce siempre a cambios irreversibles: habiendo decidido vivir con preferencia en un país, aprendo su idioma; me familiarizo con su arte, literatura, burdeles; hago amistades, y con todo esto llego a ser una persona muy diferente de la que hizo la elección. Igualmente, la decisión de invertir dinero, energía, formación o esfuerzo intelectual en un determinado programa científico cambia ciencia y sociedad de una forma que imposibilita volver de nuevo a la decisión y al punto de partida.
[...]
Por eso podemos decir que una decisión científica es una decisión existencial, que, más que seleccionar posibilidades de acuerdo a métodos previamente determinados desde un conjunto preexistente de alternativas, llega a crear esas mismas posibilidades. Todo estadio de la ciencia, toda etapa de nuestras vidas han sido creados por decisiones que ni aceptan los métodos y resultados de la ciencia ni son justificados por los ingredientes conocidos de nuestras vidas.
Pocas personas están preparadas para poder aceptar lagunas tan grandes en sus vidas e intentan taparlas. Casi todas las autobiografías creadas por “grandes hombres” o “grandes mujeres”, casi todas las biografías en ciencias, artes o política son un intento de mostrar razón y finalidad donde una visión más detallada revela una serie de accidentes benéficos felizmente fomentados por la ignorancia y/o la incompetencia de la persona sujeta a ellos. […] Los científicos, así como los intelectuales inclinados a lo científico, pueden conceder que sus vidas tienen muchos cabos sueltos, pero se oponen a considerar la ciencia del mismo modo.
[…] Para apoyar esta idea, para mostrar su “racionalidad” y eliminar, o por lo menos reducir, el tamaño de las lagunas dentro de la ciencia, algunos científicos y filósofos han apelado a principios de gran generalidad. Si esta apelación parece tener éxito es sólo porque los principios utilizados son vacíos –es decir, pueden adornar, como un brocado, todo tipo de actividad, con lo que parece que estas les apoyan—o porque todos han olvidado las alternativas. La observación de que la ciencia es autocrítica pertenece a la primera categoría: cualquier forma de actuar puede ser introducida criticando alternativas dentro de un cierto cambio (el dogmatismo, por ejemplo, fue frecuentemente introducido basándose en una detallada y totalmente rebuscada crítica de alternativas liberales). El principio de que la ciencia crea y debe aumentar el conocimiento […] entra dentro de la segunda categoría: penetra en un mundo que es finito cuantitativa y cualitativamente. Un llamamiento a una cosa llamada “lógica” parece impresionar a un gran número de personas, pero sólo porque no saben mucho de ella. Para empezar, hay que recordar que no existe “una lógica”, sino muchos sistemas diferentes lógicos, unos más familiares, otros casi desconocidos. […]
Un tercer intento de dar poder a la ciencia sobre puntos de vista no científicos es construir teorías científicas que no sólo reclaman una jurisdicción sobre una gran variedad de hechos, sino que toman muchos de estos hechos en su valor aparente. La mecánica clásica, tal como la interpretaban muchos científicos del siglo XIX, tenía la pretensión de ser una descripción adecuada del mundo. El que no pudiera dar cuenta de cualidades, crecimiento, novedad, conciencia, era considerado como una crítica de estos fenómenos –que serían meras apariencias—, no de la mecánica.
[…]
La respuesta a la cuestión b) es ahora obvia: depende del punto de vista. Una persona práctica, interesada por el poder sobre el universo material y convencida de que la ciencia va a suministrarle tal poder, tendrá la mayor estima de la ciencia. Se contentará con aproximaciones y mostrará sólo un leve interés por una investigación básica. Una persona interesada en el conocimiento (fáctico) quedará insatisfecha ante meras aproximaciones e intentará construir teorías de gran alcance. Pero para una persona espiritual, interesada en el bienestar de las almas, la ciencia podrá ser un tremendo ejercicio de futilidad: cuanto mejor sea, tanto peor serán sus defectos.
[…] Supongamos que los métodos científicos de diagnóstico, tratamiento o prevención de la enfermedad, administración, etc., son reemplazados totalmente por métodos de un sistema médico alternativo: ¿mejoraría esto la calidad general de vida vista desde la perspectiva de los que reciben un tratamiento? No lo sabemos. Todavía peor: no existe ninguna evidencia científica que nos capacite para responder a esta cuestión en términos científicos. Una evidencia científica necesita grupos de control tratados de una forma no científica, pero la formación de tales grupos de control está frecuentemente hasta prohibida por la ley, y la profesión médica se opone fuertemente a ella. Así es que poseemos informaciones aisladas sobre éxitos y fracasos en ambas zonas, pero no tenemos idea de lo que tales logros nos refieren sobre el cuadro total (por ejemplo, el papel de la medicina científica en la eliminación de plagas sigue siendo todavía muy oscuro).
La medicina científica, tal como se la practica hoy, podría ser muy bien una enfermedad social peligrosa que ocasionalmente da a la gente la sensación de estar bien, pero su desaparición podría quizá mejorar la calidad de vida de una forma ni soñada aún. Esto desde luego, no es nada nuevo: cualquier estadio de la ciencia puede revelarse luego que es una mera ilusión por cualquier conjetura por absurda que parezca ésta a primera vista.