in cortando la rutina / by Marcos B. G. / on November 7, 2013 at 12:28 am /
Desde que me despedí del vientre de mi madre hasta el justo segundo después de publicar este post, digamos que unas de las cosas que más ha condicionado mi vida, han sido una clase de zombie bien conocida en la provincia de Cadiz: los canis. Evidentemente no me refiero a los del género de mamíferos placentarios de la familia Canidae. Me refiero a esos seres que deambulan por las urbe, la mayor parte de su vida mendigando con los oros colgando, vagueando de esquina a esquina y robando si pillan a un pringao cerca. La primera vez que tuve la ocasión de toparme con El Gordo, gran ilustre miembro de la jerarquía cani portuense en los años 90, se solapa con una de las hazañas más soberbias que he podido presenciar. Entiéndase el eufemismo.
No tendría yo más de 15 años cuando paseando con dos colegas a eso de la una de la mañana, un chico escuálido con bolas de calcetines debajo de la solapa de sus zapatillas nike, se nos acerca para pedirnos fuego pero con la contradictoria intención de mangarnos los pocos euros que pudiéramos tener. Ninguno de mis amigos llevaba realmente dinero como demostraron sus bolsillos vacíos, pero desafortunadamente en este caso y en estas circunstancia, yo si que tintineaba unas monedas. Con intención de no dejarme birlar mi paga semanal, procuré ocultarlas bajo la palma de la mano, sostenidas con el dedo pulgar, mientras extraía mi par de bolsillos del pantalón. Pero claro, el no tan tonto del cani me cató el truco, me miró con ojos inyectados en sangre y, suponiendo que estupefacto por mi intrépida acción, gritó; ¡¡GORDOOOO!!. Ante aquel estruendo acudió placidamente un ya joven de las artes esféricas. Tras enfrentarme a nosotros, se limitó a clavarme la mirada escuchando a su colega sin el más mínimo abismo de estrés. Una vez acabó de recitar lo ocurrido, fue cuando ocurrió: El Gordo, sin beberlo ni comerlo, alzó una mano con el dedo corazón retorcido para, atención, inyectar velozmente un pampli en la frente de su colega que a día de hoy todavía me duele / alegra. El motivo lo supo resumir en una contundente explicación: Y a mi que me importa. A partir de entonces El Gordo se convirtió en mi guardaespaldas protector de canis a cambio, casualmente, de un par de euros para “tabaco” cada vez que lo viese.
Pocos proyectos conocemos del director, y a la vez guionista, del trabajo que os traemos hoy en Cortando la rutina. Pero eso no significa que la vida de este islandés haya estado alejada siempre del mundillo de las artes ni mucho menos. Según nos cuenta imdb, Omar Örn Hauksson nació en la ciudad de Reykjavik en 1975 y siempre fue un adicto a la televisión y al cine, además de a dibujar y a los cómics. En el instituto tomó contacto con gente que hacía música y gracias a esto acabó siendo telonero de 50 Cents o The Prodigy mientras viajaba por EEUU. Una vez allí, no se dedicó a esto, no; Empezó a escribir artículos de cine para periódicos locales e incluso hizo de Uri para unos anuncios para la marca Smirnoff Ice mientras se graduaba en diseño gráfico en 2007 en la Iceland Academy of the arts.
Y ahora, después de saber todo esto señor Hauksson, desde CineYEAR queremos transmitirle un mensaje. Sea lo que sea que esté pensando hacer a continuación, déjelo. Haga más cortometrajes que seguro que esto es lo suyo.