Resultaría sorprendente estas llamadas a la unidad de todo el movimiento independentista si no fuera que es el enésimo proceso de refundación del espacio convergente. Refundación que es necesaria, pero que suelen fracasar ya que intentan hacerse a costa de canibalizar los espacios vecinos.
Después de no se cuantos debates sobre el tema voy a escribir desde la tripa. Me siento cansado que se utilice la palabra unión no para ir a un proyecto común, sino para subsumir todos los independentistas (excepto los que votan la CUP) bajo un mismo liderazgo, una misma lectura de la realidad, una misma estrategia y una misma forma de ver el mundo. Sin tan siquiera mirar si esas estrategias, esa forma de leer lo que ocurrió el 1 de octubre o esas sensibilidades son tan compatibles para meterlas bajo el mismo liderazgo y proyecto político.
A veces se esconden estas llamadas a la unidad bajo la máscara de unas primarias donde donde solo se sienten interpelados los independentistas más sentidos, los del núcleo duro activista, en la que, oh! sorpresa, suelen salir con ventaja los candidatos que representan a ese núcleo activista (que no es representativo del conjunto de votantes independentistas). Otras veces, como en esta ocasión, sin tapujos se nos pide que todos los independentistas pongamos los proyectos en los que creamos bajo el paraguas de una liderazgo mesiánico en concreto, bajo una forma de ver la realidad que no compartimos y por una estrategia que no creemos.
Y es que ese es el principal problema. No que la convergencia de toda la vida intenta sobrevivir laminando a ERC. Mi crítica no nace por tener apegos por siglas algunas, hace poco más de 5 años que era militante del PSC, y la primera vez que voté algo indepe fue en las últimas europeas. Con ERC coincido en muchas cosas, pero mantengo abiertas discrepancias en otras. Lo que siento es afinidad por proyectos en concretos. El problema principal de todo esto no es la guerra de siglas, es que se intenta negar o minorizar otras voces independentistas bajo el sombrero del Puigdemontismo.
Yo no comparto la visión de Puigdemont y muchos de los suyos, y menos de la retórica de Junts per Catalunya. No creo que la República la podamos alcanzar con un último empujón, un golpe de voluntad o una maniobra maestra. No niego el papel que hace Puigdemont y el resto de políticos exiliados a la hora de ayudar al movimiento independentista. Ni tampoco quiero que quienes creen en la salida rápida al conflicto dejen de creer en ello y sigan defendiéndolo. Creo en la unidad, pero que esta se produzca sumando mayorías parlamentarias y en los gobiernos de coalición y es en esos espacios que encontraremos la vía compartida. Lo que no acepto es que me nieguen la voz.
Según los que abogan por listas únicas, primarias únicas, movimientos unitarios, al menos en su retórica (cosa que no en los hechos, pero hoy no voy a entrar en este análisis) es contrario a mi forma de ver la realidad. Creo que la independencia no está al caer y no depende de más o menos voluntad de nuestros políticos. No podemos hacer la independencia con solo la mitad o menos de los ciudadanos que la apoyan de forma explícita y con una parte importante del país en contra. Tampoco creo que tengamos una posición internacional que nos permita conseguir apoyos ya que tenemos los principales estados mirándonos de reojo. No quiero una independencia con la mitad de los ciudadanos sintiendo que se hace en su contra. No quiero una independencia a costa de una fractura interna. Por esa mi vía es más lenta, una que necesita construir un nacionalismo banal de estado, que ayude a crear dos cosas: más apoyo explícito a la independencia y menos rechazo por parte de los que no lo son.
Seguramente esté equivocado para algunos. Pero mi visión es tan independentista como el que la quiere a toda costa, aún con un país fracturado, porqué al menos desde mi punto de vista, mi propuesta da un país más estable y una independencia que no será cuestionada internamente, combate los intentos activos de ulsterización del país y nos da una posición interna y externa mucho más sólida si queremos hacer una ruptura democrática. No soy más o menos independentista por creer en otra vía, pero eso me hace tener un proyecto incompatible con el que quiere liderar Puigdemont.
No denosto el proyecto que quieren impulsar y les deseo lo mejor. Necesitamos el antiguo espacio convergente, el de Reagrupament, el del independentismo combativo, fuerte, sólido y cubriéndonos el flanco derecho. Pero que dejen de intentar negarnos la voz a los independentistas de frontera, al independentismo metropolitano, al independentismo que tiene una visión que va más allá del núcleo central independentista.
Es cansado, increíblemente cansado que los mismos que suelen tildarnos de cobardes, de querer poner el freno de mano, de traidores, que se lanzan a degüello de los que no vemos la realidad como ellos pero compartimos un objetivo final nos insistan en acabar en proyectos conjuntos. Eso sí, siempre liderados por su líder mesiánico de turno, bajo sus hojas de ruta y con sus dialécticas concretas. Lo que ofrecen no es un trabajo unido, sino la renuncia a nuestra forma de entender la realidad, a nuestra estrategia y a nuestra voz: una rendición política en toda regla.
Estoy seguro que hay muchos agujeros en querer ensanchar la base y que solo con políticas de izquierdas y buen gobierno eso no se consigue. Se han de crear horizontes, pasar cosas, se ha de mantener la confrontación con el estado español y necesitamos vincular todo el relato de un buen gobierno y políticas sociales a un relato nacional. Pero aceptando las carencias de una vía más pausada, sigo sin entender el porqué los que creen en la ruptura democrática ahora y ya, después de una maniobra osada, no trabajan sus propias carencias estratégicas y operativas y nos dejan de arrastrar a sumarnos a una defensa retórica de ruptura (pero sin ruptura real) una y otra vez.
Sea como sea, si cualquiera de las dos vías acierta, ganaremos. Cada uno debería diseñar su vía para conseguirlo sin estar contínuamente cuestionado. Cada uno debería de construir desde su espacio y su forma de llegar a la independencia y trabajar juntos allí donde nos toca hacerlo: gobiernos y parlamentos. Se entiende que la CUP representa una voz del independentismo singular e importante y nadie intenta imponerle diluirse en un proyecto más amplio. Pues tal vez toque entender que otros independentistas no queremos diluirnos en un proyecto común que ni nos representa, con líderes que no nos inspiran de la misma manera y bajo una hoja de ruta que consideramos equivocada. Asumamos la pluralidad interna y que cada uno trabaje desde su espacio.